Los últimos datos conocidos apuntan a que China ha entrado en una nueva
fase de la epidemia del nuevo coronavirus. En los últimos días, tienden a
bajar exponencialmente los casos confirmados y las muertes asociadas.
Atrás quedan las dos etapas previas. La primera, caracterizada por la
negación del brote, el ocultamiento de los datos y la represión de los
facultativos informantes. Lo que para unos obedeció a la natural
tendencia a la opacidad del sistema para otros fue simple resultado de
la impericia, pero ambos factores pudieron confluir. Sea como fuere, el
silencio y la demora en el lanzamiento de la alerta sanitaria
condicionaron negativamente su rápida expansión.
La segunda, a la vista de la gravedad de la crisis, la adopción de
medidas expeditivas y de gran impacto contrastó vivamente con la primera
actitud, sin importar que afectara no solo a la vida cotidiana de
millones de personas sino a la propia estabilidad del desarrollo
socioeconómico del país. La imposición de la mayor cuarentena de la
historia supuso el punto de inflexión que marcó tanto el cambio en el
comportamiento de las autoridades como también la toma de conciencia
masiva en la sociedad. La sensible mejora de la transparencia en la
información también ayudó a una mejor percepción de la crisis.
Si la primera fase provocó malestar, indignación y rechazo, la segunda
derivó en reconocimiento por el enorme sacrificio implícito en la
magnitud de las medidas de prevención y control adoptadas. La propia OMS
lo ha destacado llamando la atención sobre la valentía y flexibilidad
de las decisiones así como su eficiencia e innovación (incluyendo el uso
de big data, inteligencia artificial, 5G y otros medios técnicos a una
escala inusual hasta hoy día). En este aspecto, al margen de otros
hipotéticos usos, se han podido generar cantidades masivas de datos
relacionados con cada caso y facilitar su consulta en línea por los
hospitales, adaptando y agilizando los tratamientos a los pacientes. Y
todo ello desde un sistema público de salud fortalecido.
A falta de cuantificación, todos reconocen que la economía china
experimentará una importante contracción, dependiendo su magnitud final
de si el brote se resuelve o no en breve. Una rápida superación es
improbable, sobre todo teniendo en cuenta el nivel de propagación
mundial que está manifestando y la importante imbricación de la economía
del gigante asiático con la internacional.
En China, la producción se está reanudando poco a poco. Las autoridades
insisten en la fortaleza estructural de su economía y de su capacidad
para remontar la compleja situación actual. El Consejo de Estado ha
dispuesto varios paquetes de medidas de impulso que podrían
incrementarse en las próximas semanas. Pero el impacto sobre las
actividades económicas y sobre el conjunto de la sociedad, serán
considerables. No será fácil.
Asimismo, las implicaciones políticas de su mayor crisis de salud
pública de la historia reciente, no pueden pasar por alto. Los graves
errores de la primera fase, que tanta indignación provocaron, fueron
compensados a ojos de muchos con los aciertos de la fase siguiente. De
una u otra forma, de cara al futuro, probablemente no bastará con
utilizar a las autoridades locales como chivo expiatorio para explicar
el pésimo manejo inicial del brote y habrá lecciones que extraer para
eliminar el secretismo en la gestión de las alertas.
Xi Jinping y el PCCh han querido demostrar la enorme capacidad sistémica
para conjurar un desafío de esta naturaleza. Es verdad que ningún otro
país del mundo lo podría hacer de igual forma. Su escala es
incomparable. Pero para ellos hay también una lección: es absurdo
maquillar la realidad, aunque los tiempos varíen, esta acaba por
imponerse sobre cualquier otro propósito.
El COVID-19 apareció primero en China pero eso no significa que
necesariamente se originara en China. Pese a ello, la chinofobia alcanzó
niveles que nunca se detectaron en otros episodios similares (como el
de la gripe A originada en EEUU en 2009, por ejemplo, que provocó casi
20.000 muertos en todo el mundo). No es un hecho casual. Como quizá
tampoco la desmedida atención informativa en este caso, a diferencia de
otros anteriores similares.
Inmerso cada vez más en la pugna estratégica con China, en EEUU se pasó
de casi celebrar el brote porque “traería de vuelta empleos” a “exigir
disculpas”, como hizo un presentador de la Fox News, palabras que no
hacen sino alimentar la xenofobia. El COVID-19 también nos retrata a
cada uno.
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