El lunes 16 de diciembre de 2019, entre 600 y 900 mujeres, hombres,
niños y niñas sudaneses abandonaron el llamado 'centro humanitario' de
las Naciones Unidas donde vivían. Exigen que se les registre como
solicitantes de asilo y ser trasladados a algún país en el que puedan
construirse unas vidas.
Primero huyeron de la guerra en su país, después del infierno que
es hoy Libia, y desde hace más de un año sobrevivían en un 'centro
humanitario' de la ONU en medio del desierto. El lunes lo abandonaron y
recorrieron 18 kilómetros para exigir a las instituciones una salida a
su situación. Sin agua ni comida, alertan de que cuatro días después del
inicio de la protesta su situación es crítica.
Empaquetaron con telas sus pocas pertenencias y se adentraron en el
desierto. Una vez más. Entre 600 y 1000 personas abandonaron el lunes 16
de diciembre, el campo que la Agencia para los Refugiados de las
Naciones Unidas (ONHCR, por sus siglas en inglés) construyó en julio de
2018 a las afueras de Agadez (Níger) para los sudaneses que llegaban
hasta allí huyendo de Libia en su mayoría, pero también del propio Sudán
y de Chad.
Hombres, mujeres y niños que llevaban meses advirtiendo a
cualquiera que quisiera escucharles que ya no aguantaban más,
que llevaban meses, y en muchos casos hasta dos años, esperando en
medio de la nada que se cumplieran las promesas de la ONU de que pronto
podrían registrarse como solicitantes de protección internacional y ser
trasladados a algún país europeo.
Hasta el momento, Níger solo ha
reconocido el estatuto de refugiado a seis sudaneses: 6 niños que
viajaban solos
Las fotos han sido enviadas por los mismos afectados
La marcha del desierto
Como si de una imagen bíblica se tratase, centenares de sudaneses se
adentran en el desierto mientras graban vídeos en los que relatan por
qué abandonan el único techo que tienen, en el que ni siquiera cuentan
con «servicios sanitarios, atención médica para las enfermedades
crónicas o una escuela para los niños y niñas», como se escucha en una
de las grabaciones.
Se dirigen a la oficina central del Alto Comisionado
para las Personas Refugiadas de las Naciones Unidas en Agadez, donde el
lunes comenzaron una sentada para exigir una salida a su desesperada
situación. Desde entonces, cuentan a La Marea por vía
teléfonica varios de los participantes en la protesta, no tienen qué
comer, beber ni aseos en los que hacer sus necesidades.
Awel –nombre ficticio para preservar su identidad–, es uno de ellos.
Tiene 22 años y decidió abandonar su país hace tres, temeroso de seguir
la misma suerte que algunos de sus hermanos que murieron en la guerra de
Sudán.
Hasta entonces, vivía junto a su madre en un campo de
desplazados internos al oeste de Darfur. Lo que vino después, el horror.
Cuando llegó a Libia empezó a trabajar en lo que salía para poder
pagarse el viaje a Europa en una de esas precarias embarcaciones que nos
hemos acostumbrado a ver gracias al trabajo de organizaciones como
ProActiva o Médicos Sin Fronteras.
Tras seis meses ahorrando, fue
detenido y encerrado, junto a otros compatriotas, en una putrefacta
celda por una de las bandas criminales que desangran el país. Las
torturas eran habituales, relata.
El día que mataron de un disparo en la
cabeza a uno de sus compañeros de cautiverio, explica por teléfono, él
consiguió huir. Fue entonces cuando decidió refugiarse en Níger.
Con pequeñas variaciones, estas son las causas de su errar en busca de refugio que relatan a La Marea
varios hombres y mujeres sudaneses que encontraron, tras el infierno en
Libia, la desesperación en Níger. Empezaron a llegar por cientos a
principios de 2017 al país más pobre del mundo. En muchos casos, por su
propio pie.
En otros, evacuados por las Naciones Unidas de los
tristemente famosos centros de detención y mercados de esclavos, gracias
a un acuerdo entre el gobierno de Níger y la Unión Europea. Según éste,
el país africano aceptaba la instalación en su territorio de un Centro
de Emergencia para la Evacuación y el Tránsito donde serían alojados los
potenciales refugiados mientras eran reubicados en países europeos.
Desde entonces, según cifras de la ONU, unas 2.900 personas habrían sido
rescatadas y llevadas a Níger, pero hasta agosto de 2019, sólo 1.723
habían sido aceptadas en países europeos.
La población local, asediada por la pobreza y la violencia que
también azota su país, rechazó la llegada masiva de foráneos, a los que
además, el gobierno nigerino acusó de milicianos y criminales.
De hecho,
en mayo de 2018, deportó a 135 sudaneses a la frontera libia, violando
el principio del derecho internacional de no-devolución, por el que un
Estado no puede “expulsar o devolver a una persona al territorio de
cualquier país en el que su vida o su libertad se encuentren amenazadas,
o en el que pudiera sufrir tortura, tratos inhumanos o degradantes u
otras graves transgresiones de sus derechos humanos fundamentales”.
Según declararon entonces otros sudaneses a los medios , diez de ellos
murieron intentando cruzar el Mediterráneo y del resto se desconoce su
paradero.
Esta expulsión caldeó los temores de los sudaneses a seguir su
suerte, mientras la tensión con la población local crecía, en gran
medida porque solo en 2018, Argelia deportó a Níger más de 25.000
personas del África subsahariana.
Por ello, en julio de 2018 la Agencia
para los Refugiados llegaba a otro acuerdo para construir un “centro de
atención humanitaria” –un nuevo campo de refugiados en la práctica– para
los sudaneses que habían llegado por sus propios medios a Agadez y que
sobrevivían en las calles de la ciudad y hacinados en viviendas
infectas.
El gobierno nigerino cedió, pero emplazando el centro en medio
del desierto y a 18 kilómetros de la urbe.
Intentos de suicidio, desesperación y falta de libertad
Desde que el centro se puso en marcha, al menos tres personas han
intentado suicidarse, según nos confirman desde la ONHCR. “Pero son
muchas, muchísimas más las que tienen problemas de salud mental por la
desesperación de pasar meses y hasta dos años sin poder hacer nada, solo
esperar”, sostiene Awel.
Añade que gracias a la protesta, portavoces de
la ONU les han prometido que van a dedicar más recursos a la atención
psicológica, oferta que rechaza: “No es eso lo que necesitamos. Queremos
una solución y que nos documenten como solicitantes de asilo.
Solo nos
dan un número de caso que nos permite recibir comida. Nos entrevistan y
luego dicen que nuestros informes se han perdido.
Así llevamos hasta dos
años”, asegura.
Desde la ONHCR en Níger, admiten que «la mayoría de
los solicitantes de asilo de Agadez sufren severos traumas
psicológicos» por sus vivencias en «Sudán y en Libia».
Los casos más extremos, apuntan, como los de las personas que intentaron suicidarse, son trasladados al muy deficiente sistema nigerino de salud.
Los casos más extremos, apuntan, como los de las personas que intentaron suicidarse, son trasladados al muy deficiente sistema nigerino de salud.
Según este mismo organismo, fueron 600 las personas –de las 1.400
registradas– las que abandonaron su centro el lunes, mientras que los
protagonistas de la protesta suben la cifra hasta mil.
Las fotos que nos
llegan del día de hoy evidencian que permanece prácticamente vacío el
«centro humanitario», un circunloquio empleado por las Naciones Unidas
para evitar llamarlo por su nombre, campo de refugiados, y proteger así
las difíciles relaciones con el gobierno nigerino.
Teniendo en cuenta
que la mayoría de sus pobladores proceden de Sudán, resulta obvio que un
alto porcentaje cumplen con la mayoría de los requisitos para solicitar
protección internacional.
Junto a Awel, escuchamos como Alaa –que también prefiere omitir su
verdadero nombre– intenta calmar el llanto de uno de sus tres hijos. Con
ellos viajó hasta Libia en 2016 para encontrarse con su marido, que
había llegado un año antes a Bengasi.
Allí, explica, el riesgo de acabar
muertos, vendidos como esclavos o presos hacían la situación
insostenible. Por ello, decidieron huir a Níger. Así terminaron viviendo
en este campo en medio del desierto.
En mayo de este año, varios cientos de menores que viajaban sin
adultos, decidieron emprender otra marcha en señal de protesta. Algunos
de ellos, decidieron retornar a Libia para desde ahí, cruzar a Europa.
Según Awel, algunos de ellos desaparecieron y nunca más se supo de su
paradero.
“Yo pedí una visa para ir a Europa. Me la denegaron. ¿Qué quieren que
hagamos? ¿Que nos quedemos aquí eternamente?”, pregunta con
desesperación Awel. Una de las pancartas con las que recorrieron los 18
kilómetros de desierto que separa el centro de la ciudad rezaba “Vivir
no se limita a comer y beber”. Por ahora, mientras mantienen la
protesta, vivir ni siquiera incluye comer o beber.
Primero huyeron de la guerra en su país, después del infierno que es hoy Libia, y desde hace más de
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