sábado, 21 de diciembre de 2019

Cientos de sudaneses abandonan un campo de refugiados en medio del desierto de Níger y acampan en la ciudad

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El lunes 16 de diciembre de 2019, entre 600 y 900 mujeres, hombres, niños y niñas sudaneses abandonaron el llamado 'centro humanitario' de las Naciones Unidas donde vivían. Exigen que se les registre como solicitantes de asilo y ser trasladados a algún país en el que puedan construirse unas vidas.


Primero huyeron de la guerra en su país, después del infierno que es hoy Libia, y desde hace más de un año sobrevivían en un 'centro humanitario' de la ONU en medio del desierto. El lunes lo abandonaron y recorrieron 18 kilómetros para exigir a las instituciones una salida a su situación. Sin agua ni comida, alertan de que cuatro días después del inicio de la protesta su situación es crítica.


Empaquetaron con telas sus pocas pertenencias y se adentraron en el desierto. Una vez más. Entre 600 y 1000 personas abandonaron el lunes 16 de diciembre, el campo que la Agencia para los Refugiados de las Naciones Unidas (ONHCR, por sus siglas en inglés) construyó en julio de 2018 a las afueras de Agadez (Níger) para los sudaneses que llegaban hasta allí huyendo de Libia en su mayoría, pero también del propio Sudán y de Chad. 


Hombres, mujeres y niños que llevaban meses advirtiendo a cualquiera que quisiera escucharles que ya no aguantaban más, que llevaban meses, y en muchos casos hasta dos años, esperando en medio de la nada que se cumplieran las promesas de la ONU de que pronto podrían registrarse como solicitantes de protección internacional y ser trasladados a algún país europeo.


 Hasta el momento, Níger solo ha reconocido el estatuto de refugiado a seis sudaneses: 6 niños que viajaban solos





 Las fotos han sido enviadas por los mismos afectados


La marcha del desierto


Como si de una imagen bíblica se tratase, centenares de sudaneses se adentran en el desierto mientras graban vídeos en los que relatan por qué abandonan el único techo que tienen, en el que ni siquiera cuentan con «servicios sanitarios, atención médica para las enfermedades crónicas o una escuela para los niños y niñas», como se escucha en una de las grabaciones.


 Se dirigen a la oficina central del Alto Comisionado para las Personas Refugiadas de las Naciones Unidas en Agadez, donde el lunes comenzaron una sentada para exigir una salida a su desesperada situación. Desde entonces, cuentan a La Marea por vía teléfonica varios de los participantes en la protesta, no tienen qué comer, beber ni aseos en los que hacer sus necesidades.  





Awel –nombre ficticio para preservar su identidad–, es uno de ellos. Tiene 22 años y decidió abandonar su país hace tres, temeroso de seguir la misma suerte que algunos de sus hermanos que murieron en la guerra de Sudán. 


Hasta entonces, vivía junto a su madre en un campo de desplazados internos al oeste de Darfur. Lo que vino después, el horror. 


 Cuando llegó a Libia empezó a trabajar en lo que salía para poder pagarse el viaje a Europa en una de esas precarias embarcaciones que nos hemos acostumbrado a ver gracias al trabajo de organizaciones como ProActiva o Médicos Sin Fronteras. 


Tras seis meses ahorrando, fue detenido y encerrado, junto a otros compatriotas, en una putrefacta celda por una de las bandas criminales que desangran el país. Las torturas eran habituales, relata. 


El día que mataron de un disparo en la cabeza a uno de sus compañeros de cautiverio, explica por teléfono, él consiguió huir. Fue entonces cuando decidió refugiarse en Níger.




Con pequeñas variaciones, estas son las causas de su errar en busca de refugio que relatan a La Marea varios hombres y mujeres sudaneses que encontraron, tras el infierno en Libia, la desesperación en Níger. Empezaron a llegar por cientos a principios de 2017 al país más pobre del mundo. En muchos casos, por su propio pie.


 En otros, evacuados por las Naciones Unidas de los tristemente famosos centros de detención y mercados de esclavos, gracias a un acuerdo entre el gobierno de Níger y la Unión Europea. Según éste, el país africano aceptaba la instalación en su territorio de un Centro de Emergencia para la Evacuación y el Tránsito donde serían alojados los potenciales refugiados mientras eran reubicados en países europeos. 


 Desde entonces, según cifras de la ONU, unas 2.900 personas habrían sido rescatadas y llevadas a Níger, pero hasta agosto de 2019, sólo 1.723 habían sido aceptadas en países europeos. 






La población local, asediada por la pobreza y la violencia que también azota su país, rechazó la llegada masiva de foráneos, a los que además, el gobierno nigerino acusó de milicianos y criminales. 


De hecho, en mayo de 2018, deportó a 135 sudaneses a la frontera libia, violando el principio del derecho internacional de no-devolución, por el que un Estado no puede “expulsar o devolver a una persona al territorio de cualquier país en el que su vida o su libertad se encuentren amenazadas, o en el que pudiera sufrir tortura, tratos inhumanos o degradantes u otras graves transgresiones de sus derechos humanos fundamentales”. 


 Según declararon entonces otros sudaneses a los medios , diez de ellos murieron intentando cruzar el Mediterráneo y del resto se desconoce su paradero.






Esta expulsión caldeó los temores de los sudaneses a seguir su suerte, mientras la tensión con la población local crecía, en gran medida porque solo en 2018, Argelia deportó a Níger más de 25.000 personas del África subsahariana.


 Por ello, en julio de 2018 la Agencia para los Refugiados llegaba a otro acuerdo para construir un “centro de atención humanitaria” –un nuevo campo de refugiados en la práctica– para los sudaneses que habían llegado por sus propios medios a Agadez y que sobrevivían en las calles de la ciudad y hacinados en viviendas infectas.


 El gobierno nigerino cedió, pero emplazando el centro en medio del desierto y a 18 kilómetros de la urbe. 



 

Intentos de suicidio, desesperación y falta de libertad



Desde que el centro se puso en marcha, al menos tres personas han intentado suicidarse, según nos confirman desde la ONHCR. “Pero son muchas, muchísimas más las que tienen problemas de salud mental por la desesperación de pasar meses y hasta dos años sin poder hacer nada, solo esperar”, sostiene Awel. 


Añade que gracias a la protesta, portavoces de la ONU les han prometido que van a dedicar más recursos a la atención psicológica, oferta que rechaza: “No es eso lo que necesitamos. Queremos una solución y que nos documenten como solicitantes de asilo.


 Solo nos dan un número de caso que nos permite recibir comida. Nos entrevistan y luego dicen que nuestros informes se han perdido. 


Así llevamos hasta dos años”, asegura. 






Desde la ONHCR en Níger, admiten que «la mayoría de los solicitantes de asilo de Agadez sufren severos traumas psicológicos» por sus vivencias en «Sudán y en Libia». 
 




Los casos más extremos, apuntan, como los de las personas que intentaron suicidarse, son trasladados al muy deficiente sistema nigerino de salud. 

 
Según este mismo organismo, fueron 600 las personas –de las 1.400 registradas– las que abandonaron su centro el lunes, mientras que los protagonistas de la protesta suben la cifra hasta mil. 


Las fotos que nos llegan del día de hoy evidencian que permanece prácticamente vacío el «centro humanitario», un circunloquio empleado por las Naciones Unidas para evitar llamarlo por su nombre, campo de refugiados, y proteger así las difíciles relaciones con el gobierno nigerino. 


Teniendo en cuenta que la mayoría de sus pobladores proceden de Sudán, resulta obvio que un alto porcentaje cumplen con la mayoría de los requisitos para solicitar protección internacional. 






Junto a Awel, escuchamos como Alaa –que también prefiere omitir su verdadero nombre– intenta calmar el llanto de uno de sus tres hijos. Con ellos viajó hasta Libia en 2016 para encontrarse con su marido, que había llegado un año antes a Bengasi. 


Allí, explica, el riesgo de acabar muertos, vendidos como esclavos o presos hacían la situación insostenible. Por ello, decidieron huir a Níger. Así terminaron viviendo en este campo en medio del desierto.




En mayo de este año, varios cientos de menores que viajaban sin adultos, decidieron emprender otra marcha en señal de protesta. Algunos de ellos, decidieron retornar a Libia para desde ahí, cruzar a Europa. Según Awel, algunos de ellos desaparecieron y nunca más se supo de su paradero.



“Yo pedí una visa para ir a Europa. Me la denegaron. ¿Qué quieren que hagamos? ¿Que nos quedemos aquí eternamente?”, pregunta con desesperación Awel. Una de las pancartas con las que recorrieron los 18 kilómetros de desierto que separa el centro de la ciudad rezaba “Vivir no se limita a comer y beber”. Por ahora, mientras mantienen la protesta, vivir ni siquiera incluye comer o beber.



Primero huyeron de la guerra en su país, después del infierno que es hoy Libia, y desde hace más de 





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