El último en nacer abrió los ojos antes que el resto de la camada. De la mañana cuando se los llevaron, sus hermanos solo recuerdan los olores de la calle y los ladridos desesperados de su madre. Ahora, la perra adulta reposa tranquilamente junto a sus crías; la más joven se pasea por el lugar olfateando el suelo.
Se oye un chirrido metálico. Son frenos. Un automóvil. El cachorro se asoma a las rejas. En vano intenta salir. Otros perros ladran desde sus jaulas: el pastor alemán que, después de viejo, fue abandonado por sus dueños; el sato fuerte y sano que enseñó los dientes en el barrio; el sarnoso y hasta el inerte, que se creía muerto por sus compañeros. Todos parte de una jauría de aproximadamente 30 miembros. El cachorro también libera un chillido.
No es la camioneta habitual, sino un carro que tiene en su puerta la pegatina de la revista Bohemia. Acaba de parquear frente a la entrada del Centro de Observación Canina de Zoonosis en La Habana. El reloj apunta las diez antemeridiano, viernes de saneamiento.
La instalación sufre síntomas de deterioro. Algunos responsabilizan de este escenario al ciclón Irma, del año 2017. Una trabajadora de allí alega que el tornado de hace unos meses fue el verdadero culpable. Debió confundirse, pues el centro reside cerca de la Novia del Mediodía, frente a la fábrica de sueros, en el municipio de La Lisa (dirección contraria a la que tomó el fenómeno meteorológico).
En cada jornada, camionetas especializadas descargan aquí decenas de perros callejeros de la ciudad, después de un recorrido donde los llamados “capturadores” interpretan a villanos de Walt Disney. A veces hasta los gatos caen.
Durante 72 horas, los reos quedan retenidos y, si no son adoptados dentro de ese plazo, finalmente se les “sanea” con una dosis letal de estricnina. El Centro de Observación Canina es, en definitiva, una perrera como otra cualquiera. Suerte de purgatorio donde se pone a prueba si en verdad todos los perros van al cielo, como augura el filme animado. Bajo esa lógica, los martes y viernes, son los días del juicio final.
Flora, la médica veterinaria del lugar, lleva ejecutando aquella
tarea desde hace 16 años. “Yo hago lo que hago. Ese es mi trabajo”,
dice.
El resto del colectivo de trabajadores consiste, aparte de los dirigentes, en capturadores, choferes, cuidadores de perros, conserjes y guardias de seguridad. Muchos han escogido ese empleo por la cercanía a sus casas, otros porque son exconvictos, y la libertad condicional se pasa donde te ubiquen.
Ese es el caso de Guillermo, uno de los custodios.
“Demasiado churre en las botas y sangre de perro”, se presenta Humberto, cuidador, quien habita en la casa aledaña. Él se ocupa de la nutrición de los animales y la limpieza de las jaulas. A los condenados se les suele alimentar con carne.
Al rato, el carro de la prensa se larga. Continúa la jornada laboral.
El cachorro se decide a chupar de la teta, pero abren la reja y el lazo se incrusta en el cuello de su madre. Ella ladra y ladra de nuevo. Gruñe. Aúlla. Se la llevan. La estricnina es la reina del baile de los venenos punzantes. Lentamente, se transforma el aroma de la perra y sus aullidos se desvanecen.
A los dos minutos, abren la jaula otra vez. Faltan seis cachorros. Es viernes de saneamiento.
Días de perros (I)
Nadie sabe exactamente cuántos animales callejeros hay en Cuba. En 2007, el Instituto Nacional de Medicina Veterinaria aseguraba que la masa canina controlada ascendía a casi dos millones y la de gatos a 500 mil. Hoy las cifras son vagas. Las estimaciones realizadas por la Dirección Nacional de Higiene y Epidemiología calculan un perro por cada diez personas. En La Habana solamente habría más de 200 mil.
Es conocido que los animales callejeros pueden contagiar la rabia, la leptospirosis y la toxoplasmosis a seres humanos. Estas enfermedades son transmitidas mediante la mordida del animal, por la interacción con sus fluidos o por el contacto directo o indirecto con aguas, suelos y alimentos previamente contaminados.
Según datos ofrecidos por el Ministerio de Salud Pública (MINSAP), cada año son reportados más de 20 mil lesionados por mordeduras de animales.
En Cuba, el organismo encargado de regular la situación de los animales callejeros es el departamento de Zoonosis, que tiene un programa de vigilancia, prevención y control de enfermedades zoonóticas (transmisibles al hombre) enfocado en combatir posibles focos de epidemias. Dentro de las medidas de control aplicadas por esta institución está la captura y el sacrificio de perros y gatos vagabundos.
Actualmente existen dos documentos amparados en Resoluciones Ministeriales que sirven como protocolo para la recogida y saneamiento de animales callejeros: el Programa Nacional de Prevención y Control de la Rabia y el Programa Nacional de Prevención y Control de Leptospirosis Humana, ambos de 1997.
En Cuba antes del triunfo de la Revolución, la atención a estas enfermedades era casi nula. En 1935 se realizó la primera campaña de vacunación y saneamiento canino. En 1962 se puso en práctica el Programa de Control de Rabia. Se actualizó dos veces: 1980 y 1997. Hace 22 años no se modifica
.
El Anexo no. III estipula el destino final de los capturados por Zoonosis: muerte por Sulfato de Estricnina.
Esta sustancia es un alcaloide de la nuez vómica, un árbol originario del sudeste asiático que algún campesino indio con maña para los negocios introdujo en Europa durante el siglo XVI. Un polvo blanco, inodoro y amargo que se utilizaba para matar perros, gatos y aves en fechas tan tempranas como 1640.
Es altamente tóxica. Muchas personas han muerto al ingerirla accidentalmente. Hasta hace pocos años, pequeñas dosis en tabletas eran recetadas a cantantes para endurecer las cuerdas vocales. Debido a su alta peligrosidad, actualmente casi ningún médico la recomienda.
Según el manual MERCK de medicina Veterinaria, los síntomas aparecen enseguida ante la sobredosis. Las articulaciones se tornan rígidas. Nerviosismo, tensión. Luego vienen las convulsiones. Sube la intensidad. La respiración puede detenerse momentáneamente. Más convulsiones. El hocico ahora es azul. Las pupilas dilatadas. Los músculos se tensan. La muerte llega en forma de agotamiento o asfixia. No han pasado tres minutos.
La Unión Europea prohibió el uso de la estricnina en septiembre de 2006. La Sociedad Mundial para la Protección de los Animales (WSPA por sus siglas en inglés) considera su uso como un método totalmente inaceptable. La Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE, por sus siglas en inglés), organización intergubernamental a la que Cuba pertenece, desestima completamente la aplicación de esta sustancia.
La misma situación ocurre con la Organización Panamericana de la Salud —a la que se adscribe Cuba—, que bajo ninguna circunstancia recomienda el uso de este veneno para sacrificar animales.
Una de las causas para su rechazo: altamente invasiva y violenta. No es considerado un método humanitario para acabar con la vida del animal.
A pesar de que la Isla es afín con los principios de estas organizaciones y se adhiere a sus pautas y códigos, ninguno de estos reglamentos es legalmente vinculante. Esto significa que Cuba no tiene la obligación de cumplirlos. Son solo declaraciones.
Pero ¿por qué se usa entonces la estricnina?
Vázquez afirma que el tiempo es mínimo desde que se inyecta la sustancia en el cuerpo del animal hasta que aparecen los primeros síntomas. Sin embargo, reconoce que la aplicación de la misma no entra bajo el concepto de eutanasia.
La palabra eutanasia significa, en griego, “buena muerte” o “muerte dulce”. De acuerdo con la WSPA, existen cuatro criterios para considerar un método como eutanásico: Ser indoloro; lograr una rápida pérdida del conocimiento seguida con la muerte; minimizar el miedo y el sufrimiento del animal; ser confiable e irreversible.
La aplicación de la estricnina en la gran mayoría de los casos no cumple con ninguno de estos criterios. Es un sacrificio. Es un saneamiento. Las condiciones del Centro de Observación Canina, desafortunadamente, tampoco pueden asegurar un período de paz previo a la muerte del animal.
***
En el centro hay tres jaulas enormes. La primera es para los recién
llegados. A la segunda los transfieren al día siguiente, y ahí vivirán
hasta que llegue la hora del saneamiento. Están hechas de una losa
blanca que se mancha fácilmente de deshechos y orines. En el bloque
contiguo, las jaulitas individuales donde aguardan los cachorros, los
enfermos, los que han lesionado a un ser humano y las hembras gestantes.Nora García lleva más de 30 años defendiendo los derechos de los animales. Es presidenta de Aniplant, la única sociedad protectora cubana reconocida por la Ley de Asociaciones. “El sacrificio de animales no es una solución efectiva para controlar la población. El Programa Nacional de Rabia, que es como la biblia de dirigir la muerte de animales, reconoce incluso el trabajo de nuestra sociedad y señala la esterilización como solución más eficiente”, asevera.
Cuenta que sus encuentros con las autoridades de Higiene y
Epidemiología han sido constantes. A cada rato se sienta en la mesa de
negociaciones a defender el bienestar animal. A cada rato se marcha
abruptamente.
“Hay que censar, vacunar contra la rabia y esterilizar. Le pedí a Zoonosis que me diera un área para trabajar sin que entre el carro a capturar, y en un año veamos qué pasa. Zoonosis se negó.”
La ley de la selva
“No necesitamos una nueva moral, solo tenemos que dejar de excluir de la moral existente a animales de manera aleatoria y sin razón aparente”, filosofa Helmut F. Kaplan, defensor de los derechos de los animales.
Hoy brota una corriente en el mundo que intenta incluir a la naturaleza animal como sujeto de derechos —en la misma jerarquía que el ser humano—.
Pero hay quienes se oponen a esta vertiente, como los llamados bienestaristas. Les parece demasiado extremista. Si esa idea se convirtiera en ley —arguyen—, todas las personas tendrían que ser veganas, no habría sujetos de prueba en los laboratorios y la gente solo vestiría zapatos de cuero sintético.
Además, ¿entenderían los animales las leyes humanas?
No obstante, los partidarios del concepto del “bienestar” abogan por evitar el sufrimiento innecesario.
Esto les resulta ridículo a las organizaciones promotoras de los derechos de los animales. Lo consideran un claro ejemplo de discriminación de especies.
Ambas tendencias son irreconciliables.
Cuba no contempla en la ley ni una ni otra. “No existe normativa ninguna para proteger a los animales. Puedes invocar artículos de la Ley No. 81 de Medio Ambiente… pero no existe una ley específica dedicada a los animales”, asegura el abogado Alan González Consuegra.
Cualquiera pudiera maltratar, abusar sexualmente e incluso asesinar a
un animal callejero, que saldrá impune debido a la ausencia de leyes en
su contra, como ha sucedido.
Hoy corren tiempos de cambios: el Ministerio de la Agricultura (MINAG) coordina la comisión nacional encargada de concebir la primera ley de bienestar animal en Cuba, en la que participan especialistas del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, de los zoológicos, de Higiene y Epidemiología, de los institutos y clínicas veterinarias, entre otras instituciones.
Según él, se han presentado cuatro anteproyectos de ley, pero ahora es que finalmente se considerará su trabajo para las nuevas reformas legislativas.
Todavía el documento debe ir a la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) y ser aprobado.
Bohemia no pudo acceder al contenido de este anteproyecto.
Fuera del ámbito de la comisión, muchos ciudadanos tienen sus propias concepciones sobre qué debería incluir una ley de este tipo. El abogado González, trabajador de Copextel, es el representante jurídico de una propuesta que también aspira a ser presentada ante la ANPP.
Él y un grupo de activistas abogan por, más que una ley de bienestar, una de protección animal, la cual incluye “las acciones que realiza el ser humano para garantizar el bienestar animal”, explica González.
“En el mundo hay muchas legislaciones con el nombre de bienestar animal, pero son leyes programáticas y necesitan un orden de desarrollo que nunca llega. No haces nada con declarar los principios, sin ejecutar nada en concreto”, considera el graduado de Derecho.
Los frentes a tratar son amplios. González y sus compañeros proponen regular con “buenas prácticas” el Programa de Zoonosis; también temas relacionados con la comercialización de animales de compañía (salvedad para los clubes de razas); la cuestión sucesoria de la mascota (qué sucede con esta cuando su dueño fallece); la disección, el sexo con animales, el “zoocidio”; incluso crear un registro público de animales.
Los países del continente más avanzados en leyes animalistas, según este jurista, son Costa Rica, Venezuela, Argentina, Puerto Rico y Colombia. Pero su mayor referente retorna a la vieja Europa: Holanda, donde ya no se ven animales callejeros. “El problema se resolvió con campañas de esterilización y al prohibirse su venta”.
El abogado piensa que probablemente el anteproyecto coordinado por el MINAG sea el más viable para el contexto cubano, pero que a la vez pudiera quedarse corto de miras y con un enfoque demasiado antropocéntrico.
“Está siendo redactado por personas que son juez y parte”, sentencia.
Nora García, presidenta de Aniplant, también fue invitada a participar en la comisión del MINAG. Sería la contraparte no gubernamental. “Pero ella decidió no trabajar con nosotros”, revela el doctor Armando Vázquez, también miembro de la comisión.
Días de perros (II)
Jusayma González entrecierra los ojos ante cada pregunta, medita,
luego responde. Desde 2012 está al frente de los programas de Zoonosis a
nivel nacional.
“Que quede claro que no hacemos captura y sacrificio con el objetivo de controlar la población animal, sino para reducir la incidencia en el humano de cualquier enfermedad zoonótica. A uno le duele muchísimo que no se le reconozca su trabajo, porque está tratando de proteger la salud del pueblo”, confiesa.
Sin embargo, la doctora González reconoce que la ocurrencia de las enfermedades zoonóticas en Cuba es muy baja. Debido a los esfuerzos preventivos del sistema de salud, nuestro país puede declararse libre de rabia desde hace décadas. Aun así, esto no significa que el peligro de la enfermedad no sea real.
Según el Anuario Estadístico de Salud de 2018, publicado por el MINSAP, desde el año 2000 hasta la actualidad solo han sido reportados dos casos de rabia.
La doctora Gladis Corría Ochoa ejerce como veterinaria en Varadero, provincia de Matanzas. Trabajó como zoonóloga durante muchos años en la dirección de higiene provincial. Afirma que los casos de rabia eran extremadamente esporádicos.
“En todo el tiempo que estuve ahí nunca tuvimos casos de humanos. Hubo una vez una vaca en Jovellanos mordida por un hurón. Nada más”.
De acuerdo con las autoridades sanitarias cubanas, la leptospirosis es el mal transmisible de los animales que más afecta a la población. Se encuentra dentro de las primeras 35 causas de muerte en Cuba (puesto 34). En 2017 y 2018, la leptospirosis arrojó un saldo de 21 y 45 defunciones, respectivamente.
Pero… ¿cuántas de esas lesiones fueron causadas por perros o gatos? ¿Cuántos callejeros? La mayoría de los enfermos por leptospirosis viven en zonas pantanosas, donde hay abundancia de ratas.
En los anuarios no se especifica el origen de la enfermedad. Higiene y Epidemiología carece de estadísticas certeras.
No hay forma de probar que los animales callejeros sean los causantes de estos casos. A los capturados no se les hacen prueba. Básicamente están condenados a una muerte preventiva.
“Hay más mito que realidad detrás de la necesidad del sacrificio”, dice Valia Rodríguez, científica del Centro de Neurociencias de Cuba, simpatizante de los derechos de los animales, que en muchas ocasiones ha denunciado casos de maltrato en las instituciones de Zoonosis.
La doctora Rodríguez se opone al sacrificio. Asevera que no se justifica la muerte de animales por estricnina y que muchos refugios del mundo solo realizan la eutanasia en caso necesario.
“A los que están sanos no hay necesidad de sacrificarlos. La OIE así lo reconoce”, asegura.
La doctora González está consciente de los inconvenientes de la sustancia de marras y admite que la sobredosis de barbitúricos sería una opción más humanitaria; pero el precio de estos y la preparación del personal para su uso son obstáculos a tener en cuenta.
Dentro de las prácticas aceptables de la WSPA se encuentra la administración en vena de anestésicos en sobredosis. De la lista ofrecida por esta organización, Cuba produce y distribuye uno: el Tiopental.
Bienvenida sea, entonces, la muerte dulce.
El Tiopental es un hipnótico de la familia de los barbitúricos, reconocido por su eficiencia para la cirugía clínica dado su rápido efecto como inductor de anestesia. Actualmente es de los más utilizados en el mundo.
La Tiopentona o Tiopental sódico, como también se le conoce, está dentro del Cuadro Básico de Medicamentos de Cuba, lo que significa que es considerado una sustancia esencial, infaltable, y que su producción y venta está subvencionada por el Estado. En nuestro país es fabricada por la empresa farmacéutica Julio Trigo, que pertenece a los Laboratorios AICA+, subordinada al Grupo BioCubaFarma.
Maydolis Álvarez, jefa de producción de la Julio Trigo, informa a Bohemia que el Tiopental no ha estado en falta durante este año y asegura que el centro donde trabaja tiene materia prima suficiente para producirlo. El Plan Anual de 2019 cuenta con 60 mil unidades, lo que supone una distribución diaria en el país de 164 bulbos de 500 miligramos cada uno, una cifra pequeña para las capacidades de producción.
La fabricación depende de la demanda, asegura, y confirma que aun cuando el principal cliente de su empresa es el MINSAP, no tienen acuerdo de venta con Higiene y Epidemiología, donde radica la dependencia de Zoonosis.
Al analizar los datos ofrecidos por el departamento de economía de la institución, el costo de producción del Tiopental es de 1.63 pesos cubanos, con un componente en CUC de 1.15, que representa la producción e importación de las materias primas necesarias. Después de venderse a la distribuidora, Emcomed, finalmente llega a los hospitales con la cifra de cuatro pesos cubanos.
La estricnina, por su parte, no es producida por ninguna institución cubana. Es traída desde el extranjero, lo que implica que su precio sea en dólares. Bajo la política actual de sustituir importaciones, la estricnina es un gasto innecesario. Se está gastando dinero en dolor.
En seres humanos, una dosis de Tiopental de tres a cinco miligramos (mg) por kilogramo sería la recomendada para inducir la inconsciencia, nos cuenta el anestesiólogo Yabdel Salcido, en una estrecha salita en el quinto piso del Hospital Ameijeiras. Por tanto, se considera como sobredosis en cantidades de 10 a 15 mg por kilogramo, prosigue.
Para anestesiar a una persona de 70 kilogramos, por ejemplo, serían necesarios 210 mg. Para realizarle la eutanasia a un bull-terrier, tomando en cuenta el peso promedio de la raza, harían falta 130 mg. Para un cachorro bastaría con menos de 10 mg.
Salcido confirma lo dicho por la doctora Jusayma González: el Tiopental requiere de cierto grado de experticia, pues hay que administrarlo vía endovenosa, aunque asegura que no son necesarios tantos conocimientos como para usarlo como anestésico. Es más difícil curar que destruir, sentencia.
Gladis Corría, la veterinaria de Varadero, atestigua que las aplicaciones intravenosas en animales casi siempre son fáciles de hacer. Técnicos graduados de Medicina Veterinaria, como los que trabajan en Zoonosis, no deberían tener mayores dificultades para pinchar una vena. La falta de preparación no es excusa.
Además, los problemas de la estricnina no acaban con la muerte del animal. Luego de ser sacrificado, restos del veneno permanecen en la carne durante días. La solución sería cremar los cadáveres, pero Zoonosis descarta esta opción por cuestiones económicas.
Hasta el momento, se tiene firmado un contrato con los Servicios Comunales para el enterramiento —martes y viernes— en una fosa común para los perros y gatos sacrificados, asegura Jusayma González.
Aunque de acuerdo con Ernesto Mendoza, especialista superior en Epizootiología del Instituto de Medicina Veterinaria, este método conlleva riesgos: Si un animal de carroña comiera o tuviera algún tipo de contacto con los cadáveres envenenados, casi seguramente moriría.
Esto rompería el equilibrio medioambiental, produciendo una cadena de muertes continua. El precio de la estricnina es más que un puñado de dólares.
Una aspirina para el problema
No importa cuántos perros y gatos se sacrifiquen, o si en vez de martes y viernes, además, saneen el resto de la semana; da igual que el sacrificio imite las bases del fordismo, la producción en cadena inventada por Henry Ford: lazo de hierro al cuello, jeringa, siguiente; o que se reparen las otras tres camionetas de los capturadores (solo hay una funcionando); no importa nada de esto. Siempre habrá animales en las calles. Porque el sexo es más precoz que la muerte.
Por eso, en vez de dedicarse a la captura, muchos países han optado por la vacunación y esterilización masiva de los caninos y felinos sin dueño.
En Cuba, todas las clínicas veterinarias están facultadas para esterilizar mascotas, pero no a vagabundos de cuatro patas: no tienen los recursos para ello. A esos solo los atienden las asociaciones protectoras de animales.
El doctor Vázquez, de Zoonosis, refiere que las campañas de esterilización son inviables para el Estado cubano por su alto costo económico, sobre todo por la utilización de la anestesia, que es una sustancia de uso exclusivo de hospitales.
La otra cara de la moneda la constituyen las esterilizaciones
clandestinas, hechas con desvíos de medicamentos del MINAG y organizadas
por amantes de los animales. Todo es rápido y mecanizado.
Los
veterinarios no están orgullosos de ello. Son como el que roba pan. Cada
animal se cobra a 5 CUC. En un día —un día bueno— suelen haber 30 ó 40.
“¿Qué protección le estás dando al perro que esterilizas si lo dejas en la calle sin agua, comida ni atención?”, nos pregunta, sin esperar respuesta, Manuel Peláez, jefe del Departamento de Sanidad Animal del Instituto de Medicina Veterinaria. “Las campañas serían como una aspirina para el problema. La eutanasia tampoco sería lo ideal. La solución de los animales callejeros es la concientización”.
Bajo la retórica de Peláez el problema parece simple: La cultura, como a la nación, salvará a los perros.
Los últimos hijos
Es viernes por la tarde. El Centro de Observación Canina está tranquilo. Tal vez, a esta hora, no haya lugar más tranquilo en La Habana. El saneamiento terminó hace rato.
Esta visita es anterior a la oficial realizada por Bohemia. Semanas antes.
Abre la puerta una mujer delgada. Lleva el pelo corto y botas de goma, nada de sangre.
Llegamos a las jaulas. Solo quedan cuatro. Hasta las jaulas y
barracas del centro de observación siguen un sentido práctico,
pragmático. Imitan las ideas de Le Corbusier: la máquina de vivir. A
veces es gracioso.
“No, aquí no está el que buscamos”, confesamos con cara de pena.
“Seguro está detrás de una perrita”, responde y parece que trata de confortarnos.
Pedimos un teléfono de contacto. Santa señala hacia el cartelón de la entrada, despintado, apenas visible:
“Apúntalo. 72020334. Cualquier cosa, llamas y preguntas por mí.
Recuerda: Santa”, y se despide con el guiño propio de una novicia en el
convento de San Lázaro.
(Tomado de Bohemia)
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