miércoles, 26 de diciembre de 2018

Tauri Ruusalu, un joven sin hogar de Barcelona sacaba un poco de dinero vendiendo pulseras. Su única compañera era una perra de nombre Sota.


 SOTA

Tauri Ruusalu, un joven sin hogar de Barcelona sacaba un poco de dinero vendiendo pulseras. Su única compañera era una perra de nombre Sota. Un policía decidió que el hombre molestaba y, al parecer, le agredió o amenazó con hacerlo. La perra ladró. No mordió: ladró. 


Ignorante de las leyes del hombre, vio a su compañero amenazado y ladró. 


Entonces, el policía la tumbó contra el suelo y le disparó en la cabeza. Créanme si les digo que de todo lo que ha ocurrido en Barcelona en los últimos días, esta atrocidad es la única que de verdad me preocupa y me indigna.




Porque lo demás es ruido. Actuación. Representación para un nuevo ciclo electoral que se solapa a los anteriores y que tiene a los ciudadanos presos de un espectáculo cada vez más irritante.



 Con un PSOE dividido entre unos barones que temerosos de perder el poder en sus feudos —y observen el lenguaje que empleamos para entendernos: barones, feudos—, un Podemos cada vez más irrelevante y una derecha echada al monte y pidiendo para Cataluña lo que no se pidió para Euskadi cuando había terrorismo y una kale borroka de verdad, el país se despeña cada vez más quién sabe hacia la comedia del absurdo o la tragedia.


En medio de ese ruido y de esa táctica que puede desembocar en una situación peligrosa de verdad, un hombre pide en la calle, duerme a la puerta de un parking —donde al parecer molesta a alguien— y cuenta con una perra como más fiel compañera. Una perra que como siempre en estos animales cuando son bien educados, pagan cariño con cariño, lealtad con lealtad, cuidado con cuidado.



Quienes hemos crecido y convivimos con perros, sabemos que no es exagerado decir que se los quiere como a hijos.



 Que se los cuida, que se prevén sus necesidades, que se habla con ellos y a su manera ellos responden. Que no es exagerado considerarlos compañeros y que, desde luego, la palabra «amo» se ha quedado antigua para describir la relación que muchos hemos tenido y tenemos con esos animales.


Que pueda haber quien, haciendo uso de un arma que sorprende comprobar que esté capacitado para llevar, pueda matar así a un perro, a cualquier animal, repugna y da pena. Y sobre todo, habla muy mal de nosotros como sociedad y como especie.


Esperemos que Sota tenga la justicia que se merece, y también su dueño.


 Que poco a poco como sociedad tomemos conciencia de que los animales, sobre todo los domésticos, son más que bichos sin derechos que pueden ser usados a nuestro antojo.


 Y que el verdadero animal en esta historia lo pague como se merece.


 Alberto Gómez Vaquero | Nueva Tribuna | 24/12/2018



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