sábado, 13 de octubre de 2018

¿Qué se celebra el 12 de octubre?


“La fecha elegida –señala la exposición de motivos de la Ley 18/1987 de 7 de octubre– simboliza la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los reinos de España en una misma monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos”


Pierda cuidado si usted también ha quedado estupefacto con lo de “a punto de concluir un proceso de construcción del Estado”, ya somos dos. Todo descansa, en efecto, en el artículo indefinido “un”. Busquemos pues, un cierto sentido a la indefinición.


De la exposición, puede colegirse que el 12 de octubre no rinde homenaje, por ejemplo, a los visigodos, el Califato o la Inquisición. 


Nos queda, por consiguiente, así, a bote pronto, la expulsión del aragonés de Castilla a la muerte de Isabel, la posterior apelación de Cisneros al Católico, el postrero intento de Fernando por desvincular la unión dinástica, la derrota comunera, el genocidio de Indias, el secular expolio de Castilla, el duque de Alba en Flandes, Westfalia, el advenimiento de los Borbones, 1714, la Constitución de Cádiz en nombre de Fernando VII, el regreso del nefando, los Cien Mil Hijos de San Luis, todo el siglo XIX, la negativa a abolir la esclavitud en Cuba y Puerto Rico, el Desastre del 98, la dictadura monárquica de Alfonso XIII y Primo de Rivera y finalmente, laminada la II República, la dictadura franquista hasta llegar a la incontestable aprobación de nuestra monarquía según las no-encuestas del CIS.


 Así las cosas, resulta natural apelar, una vez más, a ese noble quijotismo católico derramado por el mundo hasta su última exhalación, como si mayas o aztecas hubieran estado siglos esperándonos para dejarse los pulmones en sus yacimientos. 


Afortunadamente siempre nos quedará Suleimán. De manera, que en fecha del Descubrimiento, nos queda el idioma y la religión lanzados urbi et orbe. No otro puede ser el motivo de la concreta exposición de la que habla la ley.

 
Quizá por ello, se sigue hoy exhortando a no mirar atrás. España, proyección católica arrojada al mundo, es, al parecer, un proyecto en el que sólo cabe una (en este caso bien definida) muy concreta militancia. Todo aquel impertinente que albergue otra manera de entenderla, queda abocado a convertirse, divino castigo, en estatua de sal. 


Son, podríamos denominarlos, los españoles ilegítimos. 

Aquellos que, como Azaña, reclaman su derecho a la crítica y a la creación.


Y con la mirada crítica, emancipándonos de la teológica visión, observamos que, en el día de hoy, distintos cuerpos del Ejército desfilan ante el jefe del Estado y resto de autoridades. Dos de ellos, reclaman particular atención estética. Legionarios y Regulares.


Hace ochenta años –escribe Ángela Cenarro–, “de los 18 generales de División que controlaban las unidades de División más importantes, únicamente se levantaron cuatro (Cabanellas, Queipo de Llano, Goded y Franco). De los 56 generales de Brigada, se alzaron 14, y de unos 15.000 oficiales de todas las armas, secundaron el golpe aproximadamente la mitad”.


 El denominado “Alzamiento Nacional”, en definitiva, precipitó una división del Ejército español. Fue crucial, por consiguiente, la contribución del Ejército de África, en particular del Tercio de la Legión Extranjera y las Fuerzas de Regulares Indígenas, en tanto aportaron 1.600 oficiales y 40.000 soldados a la causa de los sublevados”.


Y es que, en efecto, tras el Alzamiento, no sólo una mayoría del Ejército español se mostró leal a la República.


 No pocas relevantes figuras políticas del momento, pertenecientes al Centro y Centro-derecha, mostraron también su apoyo a la democracia: Giménez Fernández, Ricardo Samper, Martínez Barrio, Sánchez Román, Ossorio y Gallardo… Sin duda, nada mal para un gobierno de bolcheviques que intentaba, como hoy Sánchez, o ayer Zapatero, romper España


Ángel Ossorio y Gallardo, ilustre figura del pensamiento moderado republicano que llegaría, con el tiempo, a rendir tributo editorial a su estimado rival político, el ex ministro Lluís Companys, escribiría –al tiempo que las tropas fascistas devoraban la recién nacida democracia española–, el 8 de septiembre de 1936 en el intervenido ABC:


“No hay que hablar de los hechos de guerra. La guerra es siempre bárbara y odiosa. Odiosa y bárbara es ésta. ¿Para qué espantaros con narraciones indiscretas? Mi calidad de español me recomienda no tratar ese punto. Una sola cosa os diré que es bien sabida ya por el mundo entero: que el núcleo fundamental de los combatientes rebeldes está formado por moros.


 ¿Concebís, americanos y españoles, desvarío semejante? ¿De modo que nuestra raza se ha jactado de luchar siete siglos contra los moros hasta arrojarles de nuestro suelo, para volver a traerlos ahora conducidos por generales españoles? ¿De modo que Europa nos confirió un mandato en África, con objeto de civilizar a los moros, y ahora son los generales españoles quienes traen a los moros para que nos descivilicen a nosotros?


 ¿De modo que pelean los rebeldes a título de patriotas y traen a los extranjeros para profanar nuestro suelo, asolar nuestra riqueza y atropellar a nuestras mujeres? ¿De modo que se invoca el nombre de Dios frente a un Estado laico, y se arrastra hasta aquí a los moros a título de fieles servidores del catolicismo?


El espectáculo es tan odioso, subleva de tal manera, que debe despertar la indignación del mundo entero. No creo que jamás se haya dado caso semejante de ignominia. Seguro estoy de que los españoles de América se sentirán quizá más sonrojados al oírlo que nosotros mismos al presenciarlo.
 

La necesidad de que en el Gobierno estén representados todos los núcleos que se baten en el frente, ha hecho que se constituya un nuevo Ministerio con republicanos, socialistas, comunistas, izquierdistas de Cataluña y quizá nacionalistas vascos de sentimiento católico. Presta su apoyo, desde fuera de los puestos oficiales, la Confederación Nacional del Trabajo.


Sin embargo, no ha de entenderse que éste sea un gobierno socialista. Es un gobierno de guerra, cuyo programa consiste en vencer al enemigo. De lo demás se hablará después”


Otra relevante figura moderada del momento, Diego Martínez Barrio, ilustre sevillano, protagonista del centro político republicano, escribía el 20 de julio, ya depurada Andalucía, en el mismo diario:

“Cuatro movimientos libertadores determinan todo lo que hoy es fundamental en la cultura del mundo: el renacimiento y las tres revoluciones clásicas operadas en Europa, la inglesa, la francesa y la rusa. Justicia para las conciencias frente al poder de la Iglesia romana; justicia para los hombres frente al poder absoluto de la realeza; justicia para los pueblos frente al poder absoluto de la monarquía; justicia social frente al poder del capitalismo.


 Ninguno de estos cuatro movimientos había penetrado, con hondura, en la vida española. E iniciada, apenas, tímida y titubeante, nuestra revolución, le sale al paso todo el bajo fondo tenebroso momificado en esa gran tumba faraónica que es la España del tradicionalismo cancerbero…”


Reclamando, pues, el derecho a la crítica, debemos preguntarnos cómo es posible que transcurridos ochenta años, el problema de este país no resida ya en seguir, por lo visto, sin poder mirar atrás. El problema es si a día de hoy, todos los españoles son ya “hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo”. Cabe pues, cuando menos, desear en palabras de M. Rajoy, un buen desfile-coñazo a quien sea capaz de disfrutarlo.



 Alex Vidal








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