Aquarius y Open Arms son dos nombres que ya han entrado en la
historia de España, no porque hayan logrado grandes hazañas patrióticas,
sino porque son un ejemplo de dignidad y de humanidad tanto de unas
organizaciones como de la actitud humana del gobierno de Pedro Sánchez y
de Carmen Calvo, de la sensibilidad ante el problema de la inmigración y
por la dignidad de ofrecer puertos a quienes estaban sentenciados a
morir en las aguas del Mediterráneo, del mar que se ha convertido en la
gran fosa común de la ignominia y la indecencia.
Esta actitud humanitaria y sensible del nuevo Ejecutivo socialista ha tenido, como no podía ser de otro modo, la respuesta vergonzosa por parte de los dos líderes principales de la derecha que han llegado a utilizar argumentos que rozan la xenofobia, el racismo o la barbarie…, cuando no la hayan superado.
Lo hemos visto en las declaraciones de
Pablo Casado o de Albert Rivera pidiendo que se cerraran las fronteras,
hecho que, de llevarse a cabo, tendría como consecuencia que todos esos
seres humanos morirían en el mar.
No sorprende que digan lo que han dicho, lo que inquieta es el hecho de que todos los conservadores de Europa hayan admitido sin ningún tipo de cuestionamiento las teorías de Le Pen, Salvini u Orbán respecto a la migración.
Otra cosa es, además,
la utilización política que se está haciendo para culpar a Sánchez de la
llegada de migrantes a nuestras costas, actitud por parte de los
conservadores que es miserable.
Lo estamos viendo en comentarios como los de algunos dirigentes de Ciudadanos en los que se está asimilando la llegada de seres humanos a nuestras costas con la inseguridad ciudadana, un clásico dentro del argumentario xenófobo de la extrema derecha, utilizando, además, documentos gráficos desactualizados y sacados de contexto.
También ha habido dirigentes del Partido Popular, como el alcalde de Algeciras, que pidió que se llevar al Open Arms a otro puerto que no fuera el de su ciudad. Yo le respondo al señor Landaluce que yo, como andaluz de Bollullos Par del Condado que soy, me siento orgulloso de que mi gobierno sea solidario con quienes son empujados a jugarse la vida para seguir viviendo.
Como andaluz que soy me siento orgulloso de que el Ejecutivo de Pedro Sánchez y Carmen Calvo esté salvando la vida ofreciendo puertos de Andalucía para aquellos que cuando se lanzaron desesperados al mar no los tenían, no los podían elegir. Mi tierra andaluza se tiene que sentir orgullosa por demostrar al mundo y hacer realidad lo que proclama Blas Infante en su himno: «Andalucía libre, España y la Humanidad».
¿Hasta dónde puede llegar tanta indecencia de nuestros mandatarios? Resulta paradójico constatar que los líderes mundiales, empeñados en atajar las consecuencias del colapso global, el crac financiero y sus efectos perniciosos, en lugar de analizar y combatir sus causas se han puesto de acuerdo al reconocer la dimensión humana de la crisis, como si la economía en sí pudiera sustraerse de su humanización o no le fueran propios los principios éticos para el progreso social y el bienestar de los ciudadanos. Es como si intentásemos despojar a la religión de la divinidad.
Por eso, frente al destino ineluctable del hombre hay que oponer la conciencia que nos hace libres. Nunca queremos ver la ausencia de virtud en nosotros mismos en la falsa creencia de que el mal está en los otros. Hemos encumbrado y enriquecido a todos los farsantes, que han dado alas a la mediocridad y alzado el vuelo impulsados por las dictaduras públicas y privadas.
Lo hemos hecho de una forma aparentemente legal, al amparo de las normas que libre y democráticamente nos otorgamos, pero en este empeño quebramos el principio de legitimidad y nos hemos dejado arrastrar por la vileza. Hemos elevado a la categoría de necesario lo que sólo era accesorio y contingente, concediendo más importancia a los problemas que a sus posibles soluciones.
Jamás una corriente de pensamiento pudo albergar tantas contradicciones. Sin renunciar a un mercado salvaje y asilvestrado, que profundiza en la desigualdad y la exclusión, pretendemos un Estado fuerte, que ejerza de regulador allí donde falló la ética arrastrando a la economía. Pura cosmética.
Hay que volver a Séneca y admitir que en la adversidad conviene
muchas veces tomar el camino atrevido.
El gobierno de Pedro Sánchez y Carmen Calvo lo está haciendo porque, en este mundo insolidario y egoísta que se contagia del teorema populista que el poder económico quiere transmitir a través de sus mensajeros políticos, tanto azules como naranjas, lo fácil es mirar hacia otro lado y plantar nuevos muros para permitir que decenas de miles de seres humanos mueran en el Mediterráneo, mientras acogen y protegen a verdaderos corruptos venidos de otras tierras, tanto el PP (Nervis Villalobos y Rafael Ramírez) como Ciudadanos (Jorge Neri y Baldo Sansó).
La voz
poética del pueblo proclamaba, en versos de Gabriel Celaya, que había
que maldecir el empeño de los neutrales de concebir la cultura como un
lujo. Se refería a todos aquellos a los que la mediocridad y la codicia
les incita a lavarse las manos, desentenderse y evadirse.
Es preciso tomar partido y hacerlo en el sentido clásico: elevar la dignidad y la conciencia como claves del proceso político no para perseguir el éxito, que según Maquiavelo sería la virtud a cualquier precio, sino para que la voluntad popular no sufra menoscabo al confrontarse a la libertad, la justicia, la igualdad o los derechos universalmente reconocidos.
Los migrantes seguirán llegando a mi Andalucía porque hay un gobierno
valiente que les ofrece puertos donde atracar.
El Talmud judío dice que «Quien salva una vida, salva al universo entero». El Corán dice también algo parecido: «Si alguien mata a una persona, sería como si matase a toda la humanidad: y si alguien salva una vida, sería como si hubiera salvado la vida de toda la humanidad». No hace falta decir nada más.
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