Concentración en Madrid, tras conocerse la sentencia de la manada.
Ellos no consienten, ellos desean, y alrededor de su deseo se organiza
todo, incluso nuestro consentimiento. Consentir, al fin y al cabo, es
consentir al deseo de ellos
Rabia pero no impotencia. Rabia que va a dar frutos, estoy segura. Hermana, todas te creemos.
Me pongo a escribir esto llena de rabia y sabiendo que no
hay nada que pueda decir que no se haya dicho ya esta mañana, nada que
no se vaya a decir en estos días porque, en realidad, de nuestras
gargantas ha salido un único grito de rabia.
Tenemos que convertir esa
rabia en potencia transformadora. Y lo vamos a conseguir.
En realidad, la sentencia es la narración exacta de una
terrible y evidente violación. Todas y todos leemos lo mismo.
Los jueces
y la jueza la describen con detalle, pero no saben verla porque no
saben conceptualizarla, no saben politizarla, no saben empatizar con la
víctima, no saben nada de feminismo o violencia machista, ni de
igualdad. Al fin y al cabo, llevan miles de años violándonos; en la
guerra y en la paz, en la calle y en casa, extraños y parientes.
Nos
vemos (y nos ven) violadas en las obras de arte, en la literatura, en
los chistes, en las canciones populares, en el lenguaje cotidiano, en
las películas, en la publicidad y en el porno… y en la realidad se
produce una violación cada 8 horas.
Nadie debería sentarse a juzgar
delitos sexuales sin formación en violencia machista y en feminismo. El
resultado es exactamente este.
Esta violación, su juicio y sentencia era (es)
paradigmática. Cinco tipos meten a una chica en un portal, la desnudan,
la penetran anal, bucal y vaginalmente entre bromas y risotadas; lo
graban, la dejan tirada y desnuda. Los cinco lo habían hecho antes con
una chica drogada, lo habían grabado también.
Los cinco dejan por
escrito en sus mensajes el machismo con el que se relacionan con las
mujeres, el desprecio con el que las tratan, la absoluta falta de
empatía, la cosificación máxima, la violencia sexual como divertimento.
Ellos son un ejemplo casi perfecto del machismo más extremo pero también
cotidiano, “normal” y socialmente aceptado.
Los violadores son
machistas, pero buenos hijos y vecinos. Excepto sus víctimas, nadie
habla mal de ellos.
El juicio se desarrolló también de la manera
habitual, en varios momentos pareció que se la juzgaba a ella: por no
resistirse, por estar donde no debía, por estar borracha, porque no le
dolió lo que un magistrado consideraba que debía doler, por ir con quién
no debía, por recuperarse y seguir con su vida. Por no morirse, por no
matarse.
La agresión y el juicio se producen, además, en medio de una
toma de conciencia colectiva y masiva acerca de lo que significan las
agresiones sexuales en todas sus formas. Este caso lo tenía todo para
que se produjera una sentencia ejemplar.
Pero más que ejemplar se ha
producido una sentencia que ejemplifica en realidad lo que es la
justicia patriarcal. Una sentencia que muestra el papel de las mujeres
en esta sociedad: lo que somos, lo que son nuestros cuerpos, lo que es
nuestra libertad y nuestro deseo.
Lo que es la sexualidad masculina y lo
que se supone que es la sexualidad femenina. Esta sentencia es un
compendio casi perfecto de todo eso.
No sé si es la sentencia o la ley (seguramente son las dos
cosas), pero ha quedado meridianamente claro lo que queremos decir
cuando decimos “justicia patriarcal”; una que no deja escapatoria a las
mujeres frente a una agresión de la que muchas hemos sido o podemos ser
víctimas. ¿Qué quiere la justicia que hagamos si nos violan? ¿Qué se nos
exige?
Los jueces que condenan asumen que ella no consintió, que se vio
superada, intimidada y obligada ¿entonces? ¿Qué violencia o qué
intimidación tiene que haber para que sea considerada tal? Como deja
claro la sentencia, el grado de violencia que haya parece que debe
medirlo la resistencia de ella.
Pero si te resistes tienes muchas
posibilidades de acabar muerta o torturada con más saña aún. Así pues la
justicia nos deja a las mujeres en una situación imposible de todo
punto. Y si la justicia nos deja en una situación imposible, entonces no
es justicia ni puede serlo.
Si te resistes –aunque sean cinco, aunque sean diez– te
pueden matar, pero también puede que algún juez opine que, a pesar de la
resistencia, lo estabas deseando (cuando una mujer dice “no”, en
realidad quiere decir “si”).
Pero si no te resistes porque estimas tu
vida entonces es que “te dejas”, porque te está gustando; si gimes es de
placer, si lloras… placer también, si luego te recuperas y no te
mueres, eso es que lo disfrutaste. Si no te resistes, entonces debe
excitarte. En realidad, hablemos claro, a los que les excita es a ellos.
Leyendo el voto particular del magistrado en el que dice que ella
disfrutaba y en el que menciona sus “ojos entornados” y sus gemidos de
placer (donde otros jueces aprecian gemidos de dolor), lo que queda
claro es que el que parece disfrutar es él.
Miles de años erotizando la
violación y llamando “sexo” a lo que nos hacen están ahí, en ese voto
particular. En mi juventud (y no hace cientos de años) mis compañeros de
militancia izquierdista consideraban el colmo de la radicalidad decir
aquello de “si te violan relájate y disfruta”.
Eso late en el fondo de
esta sentencia y debe estar también en la cabeza del magistrado que ha
redactado el voto particular.
Creo también que hay que problematizar, con calma pero sin
pausa, el concepto de consentimiento. Ellos no consienten, ellos
desean, y alrededor de su deseo se organiza todo, incluso nuestro
consentimiento.
Consentir, al fin y al cabo, es consentir al deseo de
ellos. ¿Consentimos ante su deseo o manifestamos el nuestro y hacemos
que importe? Nosotras deseamos en la misma medida; que nuestro deseo no
pase por encima del deseo de nadie no lo hace menor, ni menos
importante, ni menos urgente, ni menos potente, ni menos placentero,
sino simplemente ético.
No se trata de permitir, no se trata de
consentir, se trata de desear en igualdad porque mientras nuestro deseo
no cuente exactamente igual que el deseo masculino, mientras en el mejor
de los casos se nos pida que consintamos, seguiremos siendo cuerpos al
servicio del único deseo que importa, el que impone su ley y muchas
veces su violencia; que seguirá siendo la medida de cualquier relación,
la medida de lo que es sexo y lo que no.
Y también porque hay muchas
formas de conseguir el consentimiento que no son violencia física, pero
que ignoran nuestro deseo.
Hay que formar a los jueces, hay que cambiar el Código
Penal para que no haga falta la violencia física para que haya
violación, para que baste la violencia moral, la violencia de la
humillación, la amenaza de la violencia, el miedo…
Pero hay que cambiar
también las estructuras socio sexuales para poner nuestro deseo al mismo
nivel que el de ellos y para que aquello que llamamos “relación sexual”
no se conciba sin el deseo de todos/as sus participantes. Nuestro deseo
importa. Queremos que esté también en el centro.
Siento una rabia infinita, me acuerdo de esta chica cuyo
nombre ignoro y me acuerdo de esa otra a la que drogaron en Pozoblanco y
a la que, drogada, tocaban las tetas mientras se reían. Y pienso en lo
que le costó denunciar, porque sintió vergüenza y en lo que estará
pensando ahora, cuando se acerca su juicio.
Me gustaría que fuéramos
capaces de conseguir que fueran ellos los que pasaran mucha vergüenza,
que nadie les quisiera contratar, que la gente les escupiera por la
calle, que las chicas les gritasen cosas cuando se los cruzasen. Y que a
ella, a la víctima, le llegara nuestro abrazo y solidaridad.
Porque no
está sola, porque estamos con ella, porque somos un solo cuerpo que se
dobla de rabia pero no de impotencia. Somos cada vez más fuertes.
Beatriz Gimeno es feminista, escritora y diputada de Podemos.
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