Rajoy, que es como una madre para España con permiso de Susana Díaz,
nos ha leído estos días de atrás el cuento de la cigarra y la hormiga,
pero en vez de ayudarnos a conciliar el sueño nos ha dejado con los ojos
como platos y amorrados a la valeriana.
Recomendaba el presidente que nos diéramos al ahorro como si no hubiera un mañana, o mejor dicho, como si lo hubiera, ya que sólo así podremos hacer frente a los reveses de la vida, complementar nuestras pensiones y sufragar la educación de los niños, que lo del pan debajo del brazo, al parecer, sí que es un cuento.
A falta de una promoción ulterior del seguro médico de Adeslas o de Sanitas, lo que se nos anunciaba en la fábula era el colorín colorado del Estado del Bienestar, sobre cuyos pilares ha ido colocando el Gobierno unas generosas cargas de dinamita para que la demolición sea fulminante, el solar quede despejado y la llamada iniciativa privada nos venda unos adosados con jardín y barbacoa de obra a precios de mercado.
En resumen, preparémonos para volver al siglo XIX, sálvese el que pueda
y el que más chufle, capador.
Sobre el ahorro existen en el PP dos escuelas de pensamiento radicalmente opuestas. De un lado, están los ahorradores compulsivos como Bárcenas, que tacita a tacita se bastaba para llenar un banco suizo; o el mismo Granados, que tenía la tacita algo más pequeña y se fiaba poco de los bancos, de ahí que improvisara una de sus huchas en el altillo de un armario empotrado.
Y luego están quienes como Esperanza Aguirre viven en palacetes de techos altos y se les va todo en calefacción y en regar latifundios, o la propia Cristina Cifuentes, que apenas si le llega con el sueldo de presidenta de Madrid y sólo guarda 3.000 euros en la cartilla por si necesita ir al dentista a hacerse una endodoncia o querellarse contra Granados, un lujo que Aguirre no puede permitirse en invierno.
La población también está dividida sobre este asunto. Hay quienes han ahorrado tanto que hasta invierten en atizar mondongos al PP para sus campañas electorales, en afortunada expresión del exBigotes, un golfo singular que merecería codearse con Pérez Reverte en la Real Academia cuando salga del trullo.
Lo que hoy se llama mondongo fue conocido tiempo atrás como convoluto, un término que acuñó un exembajador alemán metido a comisionista para definir el cheque de Seat de 150 millones de pesetas que tenía en su despacho. La corrupción enriquece incluso al vocabulario.
La mayoría, en cambio, somos cigarras que pagamos la lira a plazos. Nuestra aversión al ahorro no sólo deriva de los sueldos de mierda, las pensiones raquíticas, el paro o los niños, que comen como limas y van a inglés y a clases de tenis por si nos salen Nadales y nos jubilan anticipadamente.
No ahorramos conscientemente, porque somos keynesianos y sabemos de su paradoja. Todo lo que ahorremos dejaríamos de consumirlo, lo que provocaría que la producción cayera y también el empleo, lo que nos llevaría a tirar de los ahorros para ir a por el pan ya como flamantes parados.
En resumen, mayor ahorro equivale a menor consumo y
más paro y, como derivada, a un menor ahorro.
Rajoy debería tener claro que somos cigarras ilustradas y que, aunque cantemos mucho en verano, aún nos da para pagarle el sueldo y sufragar las mordidas que su partido ha ido perpetrando en las últimas décadas.
Ahorramos poco, es cierto, pero esperamos de un presidente del Gobierno que no se dé al pluriempleo como agente de seguros o comercial de la banca, garantice los servicios públicos, asegure unas pensiones dignas a los jubilados y promueva una fiscalidad que redistribuya la riqueza y no consolide la desigualdad y perpetúe la pobreza.
Del cuento de las jodidas hormiguitas estamos hasta los perendengues. Pruebe con el de Alí Babá, que ese sí que debe de bordarlo.
Juan Carlos Escudier
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