Hay que comer, eso no lo discute nadie,
porque ni la decencia ni la integridad alimentan.
Y en esta época querer comer implica, en prácticamente cualquier profesión, renunciar a ser escrupuloso en el compromiso con la propia ética: desde el camarero que traga trabajar dos horas “gratis” al día hasta el médico que, por ejemplo, acepta que sea normalizable el tiempo de atención a sus pacientes o que se premie la ‘austeridad’.
Pero lo que ocurre en el
periodismo, y ya que hablamos de poder comer: come aparte.
Será por eso que no queda periodismo
como tal en este país, excepto en algún rincón perdido y en alguna
intersección de otros intereses. De verdad, aunque aquí es algo que
nunca ha brillado por su excelencia, en general ya no queda ni rastro de
lo poco que un día fue.
Y esa ausencia dice tanto sobre la propia
sociedad y tiene un peso específico tan revelador que a veces es mejor
olvidarlo.
Y en estas, cuando quieres pasar página y
ya de paso pasar de todo, aparece de repente una periodista con un
rastro de dignidad, y algo te dice que nunca es tiempo de tirar la
toalla.
Resulta que este miércoles día quince,
aunque para los espectadores pasara casi desapercibido por ocurrir en
una pausa publicitaria, la periodista y actual directora de Público, Ana
Pardo de Vera, al saber que iba a incorporarse a la tertulia de la
infame Ana Rosa Quintana un personaje tan indeseable como Eduardo Inda,
se levantó de la mesa y abandonó el programa por algo tan obsoleto como
la deontología.
Y lógicamente ese gesto no ha sido noticia, porque de
haberlo sido este sería un país normal, y no lo es.
No es la primera vez que Pardo de Vera
deja de participar en un programa y precisamente por el mismo
protagonista.
Aunque en la anterior ocasión sí hubo un encontronazo en
directo en La Sexta Noche –algo que no obstante es el sello de ese circo
mediático y que incluso ha provocado que algún invitado los plantase en
riguroso directo–.
Y esta, la de no participar en esos
circos, a pesar de tener en cuenta no solo los intereses generales y lo
de la difusión propia, y por supuesto los principios de respeto por las
opiniones ajenas, por la pluralidad en los medios de comunicación y
hasta el relativismo filosófico, es finalmente la actitud sensata.
Y es
la actitud por la que Ana Pardo de Vera merece reconocimiento,
especialmente por comparación con el comportamiento del resto de los
pretendidos periodistas ‘progresistas’ de este país. Esos mismos que
siguen legitimando con su presencia la existencia de este modelo de
programación y de periodismo político en particular.
Obviamente no sería justo ni lógico no
participar en un programa porque no estemos de acuerdo con las opiniones
contrarias, pero hace mucho tiempo que lo de la opinión es lo de menos
en el panorama mediático español. Aquí se miente, se insulta y
constantemente se intenta manipular para condicionar la opinión general,
y eso es lo que no es admisible en alguien digno.
Ya no vale para seguir participando en
ese circo sin pasar cierta vergüenza (el que la tenga) ni la excusa de
que si no participas facilitas el pensamiento único, porque esa excusa
además de esconder una vanidad mal disimulada y poco justificable,
pretende esconder una opción mucho menos cómoda y conveniente pero
también mucho más digna y efectiva: el compromiso, la renuncia y la
denuncia.
Llevamos muchos años diciendo que el que
no es parte de la solución es parte del problema.
Y a periodistas como
Ana podríamos situarlas en la parte de la solución. Pero al resto de
habituales en los programas basura, en puridad, deberíamos considerarlos
cómplices del sistema, no solo por no denunciar desde sus propios
medios lo podrida que está la profesión, sino porque además actúan como
operarios del vertedero.
Pepito Grillo
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