España es un país de servicios. Un
inmenso parque temático orientado al exterior. Barato, bonito, seguro,
solícito y con un clima envidiable. Tanto es así que se estima que
cerraremos 2017 con más de 83 millones de visitantes extranjeros, y eso
nos convertirá en el primer destino mundial de turismo, en el país más
visitado (y disfrutado) del mundo.
¿Qué suerte la nuestra, verdad?
Bueno, vamos a ver, porque sin
pormenorizar mínimamente, esta realidad de récord no dice mucho. Francia
y EEUU son los otros dos países que comparten clasificación como los
países más atractivos para los turistas, y son grandes potencias
económicas ¿no?
Y aquí es donde hay que hacer hincapié
en la primera y fundamental diferencia: ¿Cuánto se ingresa por cada
turista extranjero en los diferentes destinos?
Puede resultar una sorpresa, pero en
España se ingresa por turismo extranjero una cantidad algo superior a la
que ingresa Francia, aunque los países que más ingresan por este
concepto son EEUU (casi el triple que España) y China (el doble).
¿Cuánto tiempo pasa el turista en cada destino?
Esta es la explicación a los ‘bajos’ ingresos de Francia. El número de pernoctaciones anuales
totales en el país vecino es la mitad que en España con los datos
oficiales de la OMT. Y ojo, porque este dato es solo de establecimientos
hoteleros.
Sin contar con los ‘pisos turísticos’ y
demás tipos de alojamientos cada día más de moda entre los turistas con
menor poder adquisitivo, y con los que la diferencia todavía se
acentuaría más, España es ya con una inmensa diferencia el país con más
pernoctaciones del mundo. Un 50% más que Italia y prácticamente doblando
al siguiente, que sería nuevamente Francia.
Esto quiere decir que aquí es donde
tenemos “siempre” más turistas extranjeros conviviendo con la población
autóctona. Y a pesar de semejantes cifras, los ingresos por ese turismo
con datos oficiales, suponen escasamente el 6,5% del PIB nacional.
Aquí radica el ‘problema’ del turismo,
en que no somos un destino apetecible solo por nuestra gastronomía,
espacios naturales, clima, cultura, arquitectura, seguridad o la sumisa
permisividad con el visitante, algo que sí existe: somos el primer
destino mundial de turismo porque esto es una mancebía donde se pone la
cama.
Obviamente el turista no es principal
responsable; de hecho se le reclama y defiende desde las instituciones y
el mundo empresarial. El problema es que ya en los años 70 se decidió
que España iba a ser lo que hoy es. Así que en los 80 se desmanteló la
industria y se establecieron absurdos límites a minería, agricultura,
pesca y ganadería, y se fomentó el ladrillo. Y aquí estamos, como
campeones del sector terciario.
No, el turista solo es responsable de
aprovechar una situación que él no ha creado, pero es al ciudadano al
que ya no le alcanza con su salario para un alquiler, porque al
propietario de un inmueble le resulta mucho más rentable alquilarlo a
los turistas por días, y es el ciudadano el que sufre el despilfarro de
agua potable del turismo, la contaminación y el que tiene que aguantar
la masificación y la sonora ‘alegría’ del turista.
Es el autóctono de
clase obrera el que sufre la precariedad tan necesaria para mantener
bajos los salarios que hacen que nuestros precios sean atractivos, y es
el que tiene que pagar impuestos por encima de sus posibilidades para
que las grandes empresas turísticas hagan su agosto todo el año.
Así que aunque no sea el principal
responsable de la situación, sí es el eslabón más débil, porque es mucho
más sencillo y efectivo ir contra él que contra el sistema. Y es la
reacción lógica de la juventud de un pueblo harto de aguantar
cabronadas.
No podemos pedir dignidad al camarero
que tiene que alimentar bocas y pagar facturas, pero sí a sus hijos y a
los hijos del resto; sí a los que aún pueden rebelarse. Es una forma de
mostrar la inconformidad de un pueblo con el destino que otros le han
dibujado. Nada comparable en gravedad con hacer cuatro pintadas y
pinchar cuatro ruedas de bicicleta.
Es normal que los que ven peligrar el
modelo de servidumbre con el que se hacen cada día más ricos juren en
arameo con cada acción en contra del turismo. Lo que no sería normal es
que los demás comprásemos su egoísta mensaje envenenado. El turismo aquí
no es riqueza: es precariedad, sumisión, desigualdad y explotación. Así
que no se trata de turismofobia, sino de dignidad. Y se agradece saber
que todavía existe.
Paco Bello
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