La donación de Amancio Ortega de 350
millones de euros a la sanidad pública ha creado cierta controversia
entre algunas asociaciones en defensa de la sanidad, asociaciones que se
han destacado por la defensa de la sanidad pública en unos momentos de
privatización y de recortes presupuestarios.
Por tanto no cabe la menor
duda del buen hacer de estas asociaciones impulsoras de grandes
movimientos sociales en defensa de lo común.
Debemos entender el carácter netamente
liberal burgués de la filantropía que nace en el mundo anglosajón en los
albores del capitalismo y constituyen las obras de caridad de los ricos
capitalistas.
Hay que tener en cuenta que en ese momento no existía un
Estado de bienestar y solamente existía un estado de beneficencia
público o bien de las iglesias que eran las que había por siglos
manejado la protección social debido al gran poder material de que
disponían junto a la nobleza. Algunos hospitales, hoy públicos, nacieron
de la filantropía burguesa. Este es el caso del Hospital de Cantabria
Marqués de Valdecilla, erigido por el citado Marqués y posteriormente
asumido por el Estado.
En EEUU, durante años han existido dos
tipos de fundaciones: las filantrópicas privadas que eran organizaciones
de ricos que por sí mismas emprendían programas culturales, sociales o
científicos de apoyo a la sociedad y las denominadas fundaciones
filantrópicas públicas que eran también fundaciones erigidas por hombres
o mujeres prósperos que hacían donaciones a programas estatales (bien
culturales, sociales etc.).
Por supuesto que todo esto no es tan
altruista como parece: existe una sofisticada ingeniería financiera de
desgravaciones y ocultaciones de capital a través de las donaciones
supuestamente altruistas y también se enmarca dentro de una estrategia
publicitaria de las marcas (el perfil corporativo social) y un largo
etc. Hoy en gran medida en el mundo anglosajón, la filantropía se mueve
en ese marco de caridad liberal pero en el mundo católico las cosas son
muy diferentes.
En los países donde tradicionalmente ha
dominado el catolicismo, las donaciones privadas ya no al sector público
sino a la sociedad directamente son cuantitativamente muy inferiores en
cantidades y casi siempre persiguen propósitos fraudulentos y
utilitaristas cuando no de vanidad megalómana. Un ejemplo muy reciente
de esto último lo tenemos en la construcción del centro cultural de la
Fundación Botín en plena bahía de la ciudad de Santander el cual ha
destrozado esa bella bahía imponiendo, de forma humillante, a las
instituciones públicas y al pueblo de Santander la vanidad y megalomanía
de un personaje tan poco ejemplar como Emilio Botín .
Pero un fenómeno extendidísimo en los
países católicos es la donación de fondos públicos a cientos de
organizaciones privadas de todo tipo que supuestamente se presentan como
organizaciones privadas no lucrativas. Incluso los fondos públicos se
desvían a instituciones financieras.
Es un fenómeno que, en nuestros
país, se viene produciendo desde los años 80: el Estado y las
administraciones públicas dan dinero a los ricos y sus fundaciones bajo
fórmulas de la “colaboración público-privadas” y otras, o se lo dan a
las organizaciones de la iglesias a manos llenas para que hagan caridad o
cooperación al desarrollo o a tal o cual programa cultural. El mundo al
revés. Hoy la gran mayoría de las ONGs y Fundaciones privadas se
nutren, en una gran parte, de fondos públicos: Cáritas, Secretariado
católico gitano, el padre Ángel, Caixa Fórum y un larguísimo etcétera se
nutren de fondos público o europeos.
Esto se puede llamar colaboración
público privada o llámese como se quiera, pero en verdad estamos ante
una estafa de proporciones colosales. En el caso de las ONGs católicas
se han convertido en organizaciones muy sofisticadas en captar fondos
públicos. Y los mismo pasa con las ONGs de cooperación al desarrollo, un
negocio que se nutre de fondos públicos el cual sufre también de los
vicios del clientelismo político y de la corrupción más descarnada. Todo
el dinero público que se malgasta –sí, lo digo bien, malgasta– a
través de ongs, organizaciones privadas, organizaciones católicas etc.
debería repartirse directamente en los programas públicos sociales,
culturales o de otro tipo.
Incluso en el ámbito de las asociaciones
sociales reivindicativas ocurre lo mismo: esa idea que las asociaciones
de todo tipo deben ser sufragadas por las administraciones públicas es
una idea enfermiza. Así tenemos desde organizaciones feministas,
organizaciones sindicales, ecologistas y un larguísimo etc. que viven
del Estado. Pretender que asociaciones y organizaciones que se financian
con fondos gubernamentales van a tener una independencia plena es una
ilusión. Al final constituyen castas de clientelismo político sin más y
anula el carácter de rebelión y crítica con el que muchas de esas
asociaciones nacieron.
Entonces, el hecho de que un rico como
Amancio Ortega dé directamente al Estado –más allá del pago de sus
impuestos– un dinero: de lo malo es lo mejor. Esa filantropía liberal
anglosajona no es muy normal en los países católicos donde lo que
predomina es desfalcar lo público.
Las críticas por parte de la
Asociaciones en defensa de la sanidad pública están bien argumentadas y
el hecho de que la propia donación tenga elementos tan finalistas puede
hacer sospechar. Pero en lo que debemos, sobre todo, centrar nuestras
críticas es en esa filantropía que predomina en España: ¡hacer
filantropía y caridad con el dinero público¡ ¡Una fórmula mágica!
Antonio Gómez Movellán | Rebelión | 10/06/2017
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