La economía y el voto se encuentran íntimamente relacionados, las
diferentes situaciones en las diferentes regiones de Francia explican
unas nuevas dinámicas electorales ante las presentes elecciones
presidenciales. Existe en Francia una primigenia región industrial
vinculada al carbón y paralela a las regiones industriales de Alemania y
Bélgica, con las que hace frontera. Son zonas industriales muy
antiguas, vinculadas al modelo de altos hornos, siderurgias e industria
textil, que no sobrevivieron a la crisis del petróleo del 73 y la
posterior crisis industrial. Además, con la deslocalización
subsiguiente, entraron en competencia con países en vías de desarrollo
que elaboraban los mismos productos a menor costo. Se trata de la vieja
Francia.
Este ámbito, tradicionalmente obrero y socialista, es el cinturón de
óxido francés, el mismo que en EE. UU. dio la victoria a Trump y donde
Le Pen está sabiendo capitalizar el voto obrero, jubilado y desempleado
con un discurso nacional, proteccionista y social ante la incapacidad de
los partidos tradicionales —especialmente del socialista— para dar
respuesta a los problemas de la región, aún más cuando el Gobierno
socialista de Hollande ha abrazado unas políticas abiertamente
neoliberales.
En esta región hay que sumar además el efecto de París. Esta ciudad, con
unos diez millones de personas, ha generado un sistema macrocefálico en
Francia, donde solo las sureñas ciudades de Lyon, Marsella, Burdeos o
Toulouse han podido entrar a competir en ciertas materias con la
capital. París es una ciudad mundial, multicultural, integrada en un
mundo globalizado, joven y dinámica, que mira con escepticismo el
discurso de Le Pen. Sin embargo, en sus suburbios, donde crece
rápidamente la población inmigrante —de primera o cuarta generación—,
las desigualdades con respecto al centro y el desempleo son otro mundo
con mucho más parecido a las regiones en declive.
La mitad norte del país —con la excepción de Bretaña, geográficamente
aislada— se ha visto ahogada por la dimensión de París, incapaces de
competir sus ciudades contra la gran urbe o de especializarse en un
mundo globalizado, privadas de la población más joven, formada y
potencialmente emprendedora, ante la atracción capitalina y sus
múltiples oportunidades. Esto ha deprimido y envejecido aún más a un
norte que acarrea una gran crisis industrial de la que no ha sabido
salir, dependiente de ayudas públicas y subsidios, donde los históricos
votantes socialistas de las zonas industriales se están convirtiendo en
frentenacionalistas y la población rural de Centro, Normandía, Borgoña,
Picardía, Champaña o el valle del Loira envejecen y se han ido
conservadurizando en favor de los republicanos.
En el sur aparece una región aparentemente ganadora, la Francia de
siempre. Frente a la región industrial en crisis aparecen regiones que
han sabido reconducir su sistema hacia nuevas industrias más punteras,
como París-Valle del Sena y el valle del Ródano-Alpes. Las industrias
del Ródano han sobrevivido a la crisis industrial y se han readaptado;
la región mediterránea y los Alpes han tenido siempre un modelo
turístico de éxito y ahora desarrollan nuevos servicios. Su sistema
urbano, bien jerarquizado, permite que las ciudades se especialicen y
puedan competir en un sistema mundial y con París, aunque se está
dejando de lado a los núcleos menos dinámicos.
Es un mundo privilegiado y algo elitista que no ha sufrido la larga
crisis del norte. Aquí el Frente Nacional no está consiguiendo el voto
obrero, sino el de las profesiones liberales, profesionales,
terratenientes y clases medias. Se trata de una Francia emprendedora,
desigual y parcialmente conservadora, que se ha integrado a medias en la
globalización y recela de la inmigración y de la inseguridad que asocia
a esta, aunque esté más vinculada a las grandes desigualdades
regionales.
En esta región está también Marsella, que se comporta como una ciudad
del norte, ya que su industria no se ha recuperado, las élites la han
abandonado para dirigirse a otros lugares más dinámicos y han dejado un
espacio deprimido, violento y con un alto porcentaje de inmigrantes, lo
que aumenta la percepción sureña de la inmigración como un problema.
En otra parte se encuentra la Francia occidental —la costa atlántica y
el corredor de Mediodía—, una región con un sistema urbano polinuclear,
alejado de París y que ha invertido en I+D, gracias a lo cual se ha
convertido en una nueva región industrial de alta tecnología y servicios
especializados. Es la nueva Francia. La población extranjera es baja y
en ella la musulmana es aún más baja que dentro de la media nacional. Su
población es también más joven gracias a la atracción de profesionales
cualificados desde el noreste. Aquí ha habido hasta ahora un apoyo a los
partidos tradicionales, especialmente al socialista, aunque se siente
cómoda en el liberalismo; la figura del exsocialista Macron y su ¡En
Marcha! parece ser el espejo perfecto de la juventud, el dinamismo y el
éxito que desprende la región.
En estas elecciones, las dinámicas pueden cambiar ante los nuevos
agentes. Queda por ver si el Frente Nacional sigue como hasta ahora, con
las clases aburguesadas del sur y la obrera del norte, o logra ampliar
sus espectros en estas u otras regiones, pero también si Macron se hace
con el voto de la nueva Francia o París y si consigue penetrar en el
sur. O si el Frente de Izquierda de Mélenchon consigue salir de su
pequeño feudo del centro-sur y movilizar a los obreros y clases más
desfavorecidas de norte y sur. E incluso si los partidos socialista y
republicano —los partidos tradicionales— logran mantener algún
territorio.
Abel Gil, en elordenmundial.com
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