La única forma de detener la máquina es destruirla.
Las
Naciones ya no lo son, aunque aún no se hayan percatado de ello sus
respectivos gobiernos. Sus banderas y emblemas nacionales lucen raídos y
descoloridos. Destruidos por la globalización de arriba, enfermos por
el parásito del Capital y con la corrupción como única señal de
identidad, con torpe premura los gobiernos nacionales pretenden
resguardarse a sí mismos e intentar la reconstrucción imposible de lo
que alguna vez fueron.
En
el compartimento estanco de sus murallas y aduanas, el sistema droga a
la medianía social con el opio de un nacionalismo reaccionario y
nostálgico, con la xenofobia, el racismo, el sexismo y la homofobia como
plan de salvación.
Las
fronteras se multiplican dentro de cada territorio, no sólo las que
pintan los mapas. También y, sobre todo, las que levantan la corrupción y
el crimen hecho gobierno.
Las fronteras siguen siendo lo que siempre han sido: cárceles.
La destrucción y la muerte son el combustible de la gran máquina del Capital.
Y
fueron, son y serán inútiles los esfuerzos por “racionalizar” su
funcionamiento, por “humanizarlo”. Lo irracional y lo inhumano son sus
piezas claves. No hay arreglo posible. No lo hubo antes. Y ahora ya
tampoco se puede atenuar su paso criminal.
La única forma de detener la máquina es destruirla.
Quienes
todavía pretenden “arreglar” o “salvar” al sistema, en realidad nos
proponen el suicidio masivo, global, como sacrificio póstumo al Poder.
No hay “crisis” alguna de la que haría falta salir, hay una guerra que nos hace falta ganar.
Publicado por
Loam
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