Las conocidas como redes sociales son
asumidas, utilizadas y bendecidas por amplios sectores sociales a nivel
planetario. Los gestores de este tipo de empresas se han integrado en el
gremio de las personas más ricas del mundo. Han superado con creces las
máximas capitalistas, obteniendo los más elevados beneficios en un
plazo breve y con un coste mínimo en mano de obra.
La rentabilidad de
estos negocios supera con creces la de las grandes corporaciones del
sector industrial. Las nuevas tecnologías de la información son bien
vistas por las sociedades sin que nadie se pare a pensar la función que
cumplen, el origen de su existencia, el auge que han tenido o el impacto
que tienen sobre el desarrollo intelectual y emocional de las personas.
Por lo tanto, el papel de las redes, como una parte significativa de
estas nuevas tecnologías, requiere un análisis en profundidad, aunque
aquí, por las limitaciones de espacio, nos limitemos al estudio somero
de este asunto.
No nos adentraremos en el papel que juegan en la
juventud, en las adicciones o en el mal uso (y el abuso) que de ellas se
hace, porque esto conllevaría un extenso tratado. Tampoco haremos
referencia a los artilugios físicos en los que “ruedan” las redes, ni a
las emisiones que pueden afectar a la salud. En consecuencia, esto es
sólo una señal de alarma, invitando a los lectores a la reflexión y a la
toma en consideración.
Las técnicas digitales y la integración progresiva de
componentes electrónicos han dado lugar a la aparición de circuitos con
una elevada capacidad de almacenar datos y de gestionarlos a una gran
velocidad. En paralelo se han ido desarrollando lenguajes de
programación que, en conjunción con esos potentes componentes, han
originado complejas aplicaciones, entre las que se encuentran las redes
sociales.
Su facilidad de manejo y la aparente gratuidad han
permitido que se extienda como la pólvora a lo largo y ancho del
planeta. A la misma velocidad los rectores del sistema se han ido dando
cuenta de la eficacia de esas potentes armas de manipulación y control.
Las redes sociales se han convertido en las bases de
datos más potentes del mundo que hayan existido a lo largo de toda la
historia. Cuántos de los cientos de millones de usuarios se han
preguntado alguna vez: ¿de dónde obtienen los millonarios beneficios los
gestores de las redes?, ¿por qué es gratis su adscripción y uso?,
¿saben los usuarios que son ellos mismos el producto que venden las
redes?
Los datos proceden de los que el propio usuario aporta cuando se
suscribe, cuando amplía su perfil, cada vez que la red te invita a
hacerlo, y de los “amigos” con los que compartes tu amistad, de tus
seguidores y de aquellos a los que tú sigues. Las redes venden tus datos
a empresas, agencias de viajes, comercios, a otras redes, etc. Por otra
parte, cada vez que te conectas, la red te ofrece aquello por lo alguna
vez te has interesado, o lo que creen que se ajusta a tu perfil.
En otro sentido, las redes se han integrado
perfectamente en la arquitectura social del actual sistema, ya que
cumple a la perfección con esa función de enajenación. Las redes
compiten con los medios de comunicación en algunos casos, aunque, en el
fondo, son fieles aliadas para embelesar y distraer de la imperfecta
convivencia social. Los que se escapan por unos son “rescatados” por los
otros.
Es tal vez en el terreno intelectual y emocional en
el que inciden más negativamente el mal uso de las redes. Las redes
responden a la inmediatez para contactar con otros u otras aunque eso
sea sencillamente para preguntar: ¿dónde estás?, ¿qué haces? Por lo
general, los comentarios, las notificaciones o similares suelen ser
insustanciales, mal expresados o, incluso, con faltas ortográficas.
Por
esto, ese incorrecto uso de las redes se enfrenta a la reflexión y a la
capacidad de pensar, en suma, a la razón. Por otro lado, la ausencia de
respuesta del destinatario o el propio mensaje recibido se pueden
convertir en frustración, angustia, inseguridad, estrés, a veces,
agresividad y otras tantas “lindezas” que van deteriorando la
personalidad y conformando una forma de ser vulnerable a la mentira y a
la manipulación. Además, potencia la cobardía y el oscurantismo al
permitir que se puedan crear perfiles anónimos tras los que se esconden
el insulto, la descalificación, incluso, la amenaza.
El objetivo del inscrito es conseguir el máximo de
contactos, de amigos o de seguidores, aunque con la mayoría de ellos
jamás se comuniquen. La red conocida como Twitter guarda algunas
peculiaridades. Por un lado, limitan el texto a 140 caracteres, lo que
obliga a que el comentario sea frugal y confuso, al punto de que a veces
resulta incomprensible. Por otro, se ha convertido en la medida de la
fama y la popularidad de políticos y gentes de la farándula,
convirtiéndose en la principal plataforma para trasmitir algún dato,
aunque por su brevedad y presencia en pantalla pierde valor
comunicativo.
Por una parte, la multitud de mensajes y comentarios, como digo, son rápidamente sustituidos por otros, lo que les hace fungibles.
Pero, por otra, los datos que se graban quedan allí toda una
“eternidad”. Alguien de la realeza, por ejemplo, ha pedido que sus
datos, referidos al proceso por el que ha sido condenada, desaparezcan
de las redes, pero ha desistido porque resulta del todo imposible.
Este es el panorama con el que nos encontramos. Unas
prácticas socialmente asentadas y con una enorme implantación en
jóvenes, cada vez a más temprana edad. Como en tantas ocasiones, la
avaricia de algunos, recurriendo a todo tipo de artimañas e instrumentos
de manipulación y engaño, nos arrastra hacia un futuro incierto.
Puede
ser que en ese futuro que desconocemos, unos sean extremadamente ricos y
otros muchos demasiado pobres, pero ¿de qué les servirán sus riquezas y
su poder a los primeros ante una sociedad dopada y deprimida?
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