Fusilamiento de Nicolae Ceausescu y de su mujer Elena Petrescu
Bucarest
se tornaba inmensa cuando recorríamos sus anchas alamedas, la gente iba y venía
de sus trabajos aquel verano del 87. Hacía frío cuando el día oscurecía antes
de las seis de la tarde, jamás nos hicimos una idea de lo que era el comunismo,
vimos situaciones que nos gustaron, otras no, fuimos incapaces
en nuestra juventud de comprender que ningún sistema es perfecto, aunque la gente
demandara cambios no eran conscientes de lo que se avecinaba.
A
los pocos años un día de Navidad de 1989 pude ver en televisión el polémico vídeo
de la ejecución del presidente de la República Socialista de Rumanía, Nicolae Ceausescu
y de su mujer Elena, aquel sumario a unas personas atónitas que pensaban haber
dedicado su vida al servicio del pueblo,
que no entendieron porque los fusilaban contra el muro del cuartel militar de
Targoviste, situado a 80 kilómetros de la capital, ahora convertido en museo,
donde por 1,5 euros se puede ver la cama donde la pareja paso sus últimos tres
días, los viejos muebles, un teléfono negro sin respuestas y el muro del
fusilamiento, todavía oscurecido por el impacto masivo de las balas.
Ha
llovido mucho desde ese cambio propiciado por la presión de occidente y la
financiación de esa “revolución”, tal como hacen en la actualidad en Libia,
Siria, Irak, Afganistán, Yemen...
La
caída de tantos muros en cada uno de los países del este europeo tras la
desaparición de la Unión Soviética, las ansias de libertad de gran parte de sus
pueblos, la imagen de un capitalismo de prosperidad, buenas comidas, ropas de
moda, cochazos y chales adosados a la americana se tornó en algo infernal en
menos de una década.
Hablando
estos días con varios rumanos que sobreviven en la diáspora del exilio económico,
la miseria y la exclusión social en Canarias he aprendido muchas cosas, personas
que ni siquiera tienen ideología y que ni mucho menos son comunistas me hablan
de que la situación de su país en este 2017 es insostenible, que la gente se muere
en la calle de hambre y frío, que cada día hay más niños sin familia que
deambulan sin destino ni cobijo, que los sueldos en su mayoría de menos de 200
euros no permiten que las familias puedan tener una vivienda digna, que la
mafia gobierna cada estamento del estado, que el crimen organizado viaja en
coche oficial, ocupa oficinas de ministerios y saquea el escaso patrimonio de
un país destrozado por el neoliberalismo.
“Si
no tienes dinero y enfermas te mueres”, no existe amparo por parte del estado, “la
única salida que nos queda es marcharnos de nuestra patria, vender lo poco que
tenemos y tratar de prosperar en otra parte”.
Me
hablaron de cómo antes en la “dictadura” comunista “había trabajo para todos,
no había lujos pero había comida, te podías comprar un coche, una vivienda, la
educación y la sanidad eran gratuitas”. “Los escaparates estaban casi vacíos
pero no te morías de hambre como ahora que están llenos pero no puedes
comprarte casi nada”, “era imposible hacerse rico ¿Pero es que acaso en el
capitalismo puedes ser millonario honradamente?”
A
mi pregunta de que les parecía lo mejor ¿Si antes o ahora? Me dijeron contundentes,
con ojos enrojecidos, que antes, que antes, que antes, que “en el comunismo al
menos vivíamos con dignidad, podíamos irnos de vacaciones pagadas por el
gobierno, no nos dejaban salir a otros países, no era fácil, pero ahora salimos
y nos vamos directos al abismo, a sobrevivir en condiciones de semiesclavitud
como en la Aldea de San Nicolás (Gran Canaria), donde algunos, los más
afortunados, trabajamos en los tomateros y las plataneras de sol a sol por
menos de 500 euros”.
El
recuerdo de una osa parda cruzando la carretera con sus dos crías en una zona boscosa
de los Cárpatos rumanos se me quedó grabado para siempre, esta inmensa
superficie que alberga más de un tercio de todas las especies de plantas de
Europa, donde los linces, las gamuzas y las manadas del majestuoso lobo europeo
recorren parajes mágicos.
Aquella
hermosa imagen esta ahora empañada por los ojos tristes de estos hombres sin
destino, sin esperanza, sin salida, un pueblo masacrado por las políticas
criminales del capital, con altos índices de mortalidad infantil, que bate récords
junto a España en cifras de personas en exclusión social, suicidios por motivos
económicos, hambre y corrupción política.
Ojalá esa brisa fresca que acarició nuestra piel en los 80 se torne cuanto antes
en martillos de justicia, en hoces de conciencia social, las que expulsen
para siempre la maldad de un territorio sembrado en estos tiempos de tristeza,
oscuridad y genocidio.
Francisco González Tejera | Viajando entre la tormenta
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