Lo de las presuntas evasiones de impuestos de los cromos más célebres
de la Champions está haciendo mucho daño a un deporte en el que Camus
veía una auténtica escuela de filosofía y de moral.
El caso es que más allá de la corrupción de muchos presidentes de clubes y de esa atmósfera mafiosa de sobornos, comisiones, apuestas trucadas, compra de partidos, abusos de menores, escándalos sexuales, prostitución, asesinatos de hinchas y violencia en general, el futbol nunca había dado que hablar de otra cosa que no fuera la presión arriba, el doble pivote, la apertura por las bandas o el falso nueve.
Ha sido toda una sorpresa descubrir que
aquí se fuma.
De nuestros adorados mercenarios del balón lo último que podíamos imaginar es que sucumbieran a la tentación de ocultar el pastizal de sus derechos de imagen en los alrededores de las Bermudas, aunque es sabido que los dioses son muy de paraísos y que no hay cabra que no tire al monte si la ocasión lo merece.
Dicen en Bruselas que hay que revisar la economía del fútbol para que estos jóvenes e “inmaduros” millonarios no se deslicen hacia la incertidumbre moral y legal al volante de sus maseratis. Pareciera que los jóvenes ricos son un poco tontos, pero no deben serlo tanto cuando a todos los ricos les da por lo mismo y el más tonto de ellos hace unos relojes suizos de categoría.
No queríamos creernos lo de Messi -un chaval muy dotado para el dribling y el pase a la espalda de los defensas pero a falta de varios hervores para ocuparse por sí mismo de declarar sus ingresos, según él ha reconocido ante el juez-, hasta que hemos conocido que su némesis portuguesa ha podido desviar 150 millones de euros a las Islas Vírgenes en un libre directo.
Si en el caso del argentino era el papá el que se ocupaba del enjuague, en el de Ronaldo este papel lo ha ocupado Jorge Mendes, un representante que parece nacido para hacer ofertas que nadie puede rechazar.
Mendes, que empezó fabricando helados antes de montar una cadena de videoclubs y luego un club nocturno, se ha hecho rico con un doctorado en ingeniería fiscal al que han recurrido un considerable número de tuercebotas de postín. Ronaldo fue el padrino de su enlace y como presente para la feliz pareja les envolvió una isla griega en papel de regalo, que el bicho no es de regalar las vajillas de la lista de boda.
Entre los invitados a la ceremonia estaban casi todos los clientes de su agencia Gestifute, y honradísimos presidentes de club como Florentino Pérez (Real Madrid), Roman Abramovich (Chelsea) y Luís Filipe Vieira (Benfica), todos ellos buenos amigos y mejores clientes.
Con manejar aquella lista, la Agencia Tributaria y la Fiscalía tiene buena parte de su trabajo hecho.
Pillados en un clamoroso fuera de juego, los gladiadores de la pelotita no parecen muy preocupados por la infracción y confían en gambetear a quienes les salga al paso, ya sea árbitro o magistrado, que aquí a la cárcel sólo van los pringados y no las rutilantes estrellas del balompié, sobre todo si hay un derbi a la vista. Se han acostumbrado a la impunidad.
Cualquier empresa con deudas a Hacienda y a la Seguridad Social semejantes habría tenido que cerrar y despedir a sus trabajadores, pero los clubs de futbol juegan en una liga distinta. Una cosa es que nos quiten el pan y otra muy distinta que nos dejen sin circo.
Los practicantes de este “deporte de portería que se derrumba con flores podridas cuando avanza borracho de droga hacia la ética”, en afortunada expresión de Fernando Arrabal, tienen patente de corso. En auxilio de estos delincuentes condenados –como Messi – o de los presuntos –como Ronaldo- corren sus hinchas y sus padrinos, que no están dispuestos a consentir que se les prive del opio o de las comisiones. Glorificamos a los ladrones. Oé, oé, oé.
Juan Carlos Escudier
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