Fidel Castro, tercero por la izquierda, conversa con un grupo de guerrilleros en Sierra Maestra.
Un puñado de combatientes iniciaron allí la guerra de guerrillas que culminaría con su llegada al poder en 1959.
-Yo tengo familia en las Canarias hermanos –Dijo el
barbudo cuando salió del bohío con la boina estrellada en la mano-
Los dos hombres que venían exhaustos desde Santa
Clara miraron al otro guerrillero heroico. Fidel Castro les sonrió y los invitó
a sentarse junto al refugio construido con viejos troncos, el que hacía de
improvisado consultorio médico para los guajiros de aquella zona de la Sierra
Maestra.
-¿De qué isla son compañeros?
-De La Gomera y La Palma dijo Ceferino González, muy cansado,
sin casi poder respirar tras subir la inmensa cuesta de más de siete kilómetros,
Guillermo Ascanio guardó silencio impresionado ante la presencia del famoso insurgente
del M26.
Fidel no estaba solo, a su lado el Comandante Frank
País y otro miliciano de pelo rubio, muy joven, con anteojos, conocido como “Ratone”,
Jean Paul Cutier, médico de origen francés, residente antes de la guerra
revolucionaria en Santiago de Cuba.
El Comandante Castro sabía que los muchachos eran
exiliados de la dictadura franquista española, “Isleños”, como siempre han
llamado con mucho cariño en el “Cocodrilo verde” a quienes proceden del hermano
archipiélago africano.
Tenía curiosidad por conocer las últimas noticias de
las islas, de España, sabía que cientos de miles de camaradas habían sido
asesinados por la dictadura franquista, muy amiga del criminal Batista, del
sanguinario imperio norteamericano.
Los canarios temblaban de frio y se acurrucaron bajo
unas raídas mantas de lana, tomaban un pizco de ron que les dieron. Castro los
miraba y les hacía gracia su llegada, su inexperiencia, el absoluto
desconocimiento de la metodología cotidiana de la guerrilla.
Hablaron largo y tendido de todo lo que había
sucedido en Canarias, como los fascistas programaron meses antes del golpe de
estado del 36 el brutal genocidio, las miles de personas arrojadas a los pozos,
simas y chimeneas volcánicas, los fusilamientos, las fosas comunes, el mar como
máximo exponente de la represión contra los militantes de la izquierda, arrojados
masivamente al abismo oceánico atados de pies y manos dentro de sacos de
plátanos.
Fidel se mostró muy interesado en los motivos del
porqué no se habían entregados armas al pueblo, no entendía como se les había
dejado tan indefensos ante el odio ancestral de falangistas, militares,
guardias civiles y una oligarquía corrupta y criminal, muy parecida a la cubana
de aquellos tiempos de dictadura, la que financiaba matanzas de luchadores y
luchadoras por la libertad.
Les trajeron un plato de arroz con frijoles, los
canarios comieron ávidamente ante la mirada de los Comandantes, sobre las doce
de la noche se despidieron, sabiendo que al día siguiente se unirían al
destacamento de instrucción en la lucha armada.
El Comandante Castro les dio un abrazo muy fuerte y
largo, no se vieron más hasta el día de la victoria, donde solo Ascanio estuvo
presente en la triunfante marcha guerrillera, González había muerto en una
acción cerca de Santiago seis meses antes de la liberación.
Guillermo cruzó la mirada con Fidel por unos
segundos entre la multitud, ambos se sonrieron y parecieron recordar aquella inolvidable
noche de noviembre en la oscuridad secreta de la sierra, el comienzo de una
aventura infinita repleta de coraje y dignidad, la que solo conocen los pueblos
libres.
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