“Hay trabajadores que viven
como esclavos”. Esta afirmación no es de un militante político radical,
ni de un sindicalista, ni de un empleado indignado por las duras
condiciones laborales a las que se ve sometido. Son palabras de un
médico de atención primaria horrorizado por el deterioro de las
condiciones de vida de algunos de los trabajadores que atiende.
El
espanto de este y otros doctores proviene del frecuente rechazo de los
trabajadores a pedir la baja cuando están enfermos. En determinadas
actividades laborales son cada vez más los empleados enfermos que acuden
al médico en busca de consejo y medicinas pero renuncian a la baja para
no perder el salario o una parte de él y para evitar el despido. Este
fenómeno registró su mayor extensión en los momentos más graves de la
crisis.
Trabajar estando enfermo es
lo que se denomina presentismo laboral en la jerga médica y de los
investigadores sociales. El presentismo laboral registró un fuerte
aumento en este país a medida que las cifras de paro se desbocaron.
Actualmente, con más de 4,5 millones de parados, sigue siendo un
problema muy serio. El presentismo laboral es la cara inversa del
absentismo laboral, que se refiere al número de bajas laborales que se
producían sin estar siempre justificadas.
Según una encuesta realizada
por Comisiones Obreras en Andalucía durante el primer semestre de este
año, el 70% de los trabajadores manifiesta que “la reforma laboral había
empeorado sus condiciones de trabajo y aumentado el presentismo en las
empresas por miedo al despido”. El sindicato censura la presión que
ejercen las mutuas porque estima que en muchas ocasiones se obliga a los
trabajadores enfermos a volver al trabajo sin haberse recuperado del
todo.
La reforma laboral ha tenido
una gran responsabilidad en el deterioro de la salud de los
trabajadores, al contemplar entre otras cosa la posibilidad de plantear
el despido por absentismo aunque éste sea justificado.
La pérdida de los derechos
laborales básicos no afecta sólo a profesiones especialmente duras como
los trabajadores de los mataderos, camioneros y determinadas actividades
industriales o de la construcción. El presentismo laboral afecta
algunos sectores como el de la educación y la sanidad privada, con
consecuencias muy graves no tan sólo para la salud de los médicos y
enfermeras que acuden al trabajo enfermos, sino también para los
pacientes. La gripe puede ser mortal para muchos, como reconocen las
propias autoridades en las campañas de vacunación. En Euskadi, por
ejemplo, en los peores momentos de la crisis, estaba bastante
generalizado entre las enfermeras de la sanidad privada acudir al
trabajo a pesar de padecer la gripe para no perder una parte del salario
o el temor al despido. “Cuando tienes toda la familia en paro, y eres
la única persona con empleo, vas al trabajo aunque sea enferma y tengas
que llevar el hígado en la mano”, explica una trabajadora de esta
comunidad.
La crisis económica y la
reforma laboral han devaluado salarios, alargado horarios y pulverizado
muchos derechos laborales que en bastantes casos se han convertido en
simples derechos teóricos. Todo ello ha tenido también un impacto en el
aumento de la temporalidad y en consecuencia de la siniestralidad,
especialmente en el sector industrial. En este sector en los dos últimos
años los nuevos contratos de duración inferior a una semana han pasado
del 10% al 28% y la siniestralidad mortal en 2015 ha aumentado en un
45%, según los sindicatos CCOO y UGT.
Especialmente grave es el
aumento del cáncer laboral, causado por agentes de riesgo (radiaciones,
sustancias químicas, infecciones, entre otras). Los citados sindicatos
estiman en 9.000 el número de diagnósticos anuales, aunque las mutuas
sólo han reconocido 23 en 2015, 19 de ellos por exposición al amianto.
El deterioro de las
condiciones de trabajo ha quedado especialmente patente en la drástica
reducción de los salarios. En España, el 22% de los asalariados cobraba
menos de 300 euros al mes en 2014, cuando antes de la crisis en 2008
este colectivo sólo representaba un 16%, según la Agencia Tributaria.
Durante el mismo periodo, los asalariados con ingresos inferiores a 600
euros han pasado de representar del 27% al 35%. Es decir, un tercio de
los trabajadores perciben ingresos inferiores al salario mínimo,
actualmente en 655,20 euros al mes en 14 pagas.
Esta realidad social
facilita numerosos abusos que se reflejan en los salarios y condiciones
de vida de los trabajadores, especialmente los jóvenes, debido a la
elevadísima tasa de paro que soportan. En agosto pasado la tasa de paro
de los menores de 25 años fue del 43,3%. A pesar del crecimiento de la
economía, la reducción del desempleo juvenil es muy lenta. En un año se
ha reducido 4 puntos, lo que se precisaría una década de crecimiento
sostenido para su eliminación.
El trastorno de la vida de
los trabajadores no es una exclusiva de nuestro país. En Francia, los
más castigados son calificados “trabajadores quemados”, burn out
en inglés, que representan el 20% de las bajas laborales. En España
desconocemos las personas que se encuentran en esta situación porque no
existen este tipo de estadísticas. En nuestro país, sin embargo, hay
sectores como el de la banca, que ha perdido uno de cada cuatro empleos
(más de 65.000) y cuyos trabajadores se han visto sometidos a fuertes
presiones para la colocación de todo tipo de productos (preferentes,
bonos, obligaciones y seguros). Ello ha supuesto que muchos empleados
hayan precisado medicación sistemática.
El sistema económico
dominado por el principio de maximizar el beneficio a cualquier precio, a
costa de todo, incluyendo la salud de los trabajadores está teniendo
consecuencias muy dañinas y duraderas para nuestra sociedad.
[Este artículo es el editorial del número de noviembre de la revista Alternativas Económicas, a la venta en quioscos, librerías y app. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]
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