jueves, 21 de julio de 2016

El mejor amigo del ISIS, nuestra estupidez


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 Primero: habría que definir qué es terrorismo. Para muchas personas es un adjetivo que depende del punto de vista. Lo que para unos son atentados despreciables, para otros es una forma legítima de lucha. Al terrorismo le sucede como a las guerras más o menos convencionales: hace tiempo que el fin de la lucha es matar más civiles que el adversario. Pese a todo, hay definiciones aceptadas por una mayoría, como estas que recoge el libro Inside Terrorism de Bruce Hoffman.

Todo terrorismo intenta provocar un terror indiscriminado, que todos los de ese lugar se sientan víctimas potenciales. Así lo hicieron los militares latinoamericanos que organizaron un sistema transnacional de desaparición de personas (Operación Cóndor) y así lo hace cualquier grupo que coloca bombas sin importarle quienes son las víctimas.



Si el objetivo del terrorismo es esparcir el miedo en la sociedad, la labor de todo gobernante cabal debería ser situar el atentado, o la amenaza de un grupo como el Estado Islámico (ISIS o Daesh, al gusto), dentro de un contexto. Una perspectiva que nos permita ubicar el miedo es su lugar exacto. Un ejemplo del marco de una película más amplia: frente a los que sostienen que Occidente es el objetivo de los radicales, los datos objetivos indican que más del 82% de los asesinados por el yihadismo desde el año 2000 son musulmanes.

Si un solicitante de asilo de nacionalidad afgana llamado Mohamed Riad, de 17 años de edad, ataca con un hacha y un cuchillo a los pasajeros de un tren regional en Alemania, lo responsable es decir que no hay datos de que se trate de un atentado islamista, pese a que se hallara después en su casa una bandera negra del Estado Islámico o que este grupo divulgue un vídeo en el que se presenta como uno de sus soldados. No deberíamos dar credibilidad a todo lo que dice el ISIS-Daesh. Al contexto y a la complejidad no se llega con el corte y pega. Es algo que deberíamos aplicar también a nuestros gobernantes.

Ese ataque no significa que todos los viajeros de todos los trenes alemanes o europeos estén en riesgo de ser degollados; tampoco que todos los solicitantes de asilo sean potencialmente unos terroristas.



El Estado Islámico, que se encuentra en serios problemas tanto en Siria como en Irak, ha conseguido lo que parecía imposible: que seamos nosotros, los medios de comunicación y los dirigentes políticos occidentales, los que les hagamos el trabajo de propaganda de manera gratuita. Ese miedo del que hablábamos al principio le viene bien a gobiernos en apuros, como el francés. Su presidente François Hollande se enfrentará en 2017 a unas elecciones que tiene casi imposible ganar. A cada sospecha de atentado, envía sus aviones a bombardear no se sabe bien qué. Cada gesto teatral está vacío de eficacia política. Debería haber un carné por puntos para políticos.



El ataque de Mohamed Lahouaiej-Bouhlel en Niza es una tragedia. El balance aún no definitivo es de 84 muertos. Lo que más nos conmueve es que eran personas como nosotros, franceses que celebraban la fiesta nacional. Podría ocurrirnos a cualquiera. Pero si queremos acudir al contexto deberíamos añadir un dato esencial: el 33% de los muertos eran musulmanes. La muerte masiva de personas en Niza representa la realidad pluricultural de Francia. ¿Lo representan nuestros titulares? ¿Lo representa el silencio ante atentados en Bagdad?

Aunque no había noticias de que se tratase de un militante del Estado Islámico, ya sea lobo solitario o en manada, el primer ministro Manuel Valls recurrió al mismo lenguaje empleado tras la matanza de París en noviembre, que en ese caso no hay dudas de que fue obra de personas dirigidas por el Estado Islámico. Lo mismo que en Bruselas.



Valls habló de "guerra", una palabra odiosa por inexacta. No se trata de una guerra, es solo terrorismo. Al emplearla, regala una baza publicitaria al Estado Islámico, lo eleva a la categoría de igual. No importa que Lahouaiej-Bouhlel fuera un soldado yihadista o no, Valls lo entroniza de manera irresponsable. Los hay peores: Donald Trump.

En España aprendimos algo del 11M. La principal, que no conviene adelantarse a la investigación policial en aras de los intereses políticos. También aprendimos que no es necesario cambiar leyes para luchar contra los extremistas, bastan las que tenemos. Los problemas no son de leyes, sino de incompetencia, de descoordinación de los mal llamados servicios de inteligencia, a menudos distribuidos en varias agencias que compiten entre ellas.



Una de las conclusiones del informe parlamentario sobre los atentados de París en noviembre es que deben unificarse estos servicios . También dice que no sirven de nada los estados de emergencia. La pareja Hollande-Valls lo extendieron tres meses horas después de la matanza de Niza, cuando todo apuntaba a un desequilibrado con un historial violento y de delitos de poca monta. Ahora hablan de seis meses.

¿Se radicalizó Lahouaiej-Bouhlel en el último minuto? La policía no le tenía entre los sospechosos de yihadismo. Su familia dice que bebía y no acudía a la mezquita. ¿Se radicalizó solo Mohamed Riad, el atacante del tren en Alemania? ¿Basta Internet para que se produzca la conversión súbita?



El asesino de Orlando, Omar Mateen, mató a 49 personas en un club gay llamado Pulse. Se hizo pasar por un miembro del Estado Islámico y así lo dejó claro en las redes sociales. ¿Era realmente un soldado del ISIS-Daesh? No hay pruebas de que recibiera órdenes de Raqqa o de cualquier intermediario. Mateen era otro caso de persona inadaptada con un historial de malos tratos. La investigación averiguó que era un visitante asiduo de Pulse y que utilizaba aplicaciones de citas entre homosexuales. ¿Un soldado islámico o alguien que no acepta su condición de homosexual?



La prensa y los políticos irresponsables como Trump le regalaron la publicidad al ISIS, enarbolando una vez más la bandera de la xenofobia. El que cierren las fronteras no sirve para los que han nacido dentro de ellas, como fue el caso de París y Bélgica. El Daesh o como se llame se ve de alguna manera obligado a reivindicar los atentados que le atribuyen para no ser menos. Alguno será cierto, pero hace tiempo que una parte de los medios de comunicación y de los políticos no buscan la verdad sino vender periódicos, atraer clicks, followers o votos. No importa el precio.


Les recomiendo el libro de Mónica García Prieto y Javier Espinosa, Siria, el país de las almas rotas. En él, Espinosa, que estuvo seis meses secuestrado en Siria, explica quienes son estos tipos: cualquier don nadie sin pasado, presente ni futuro encuentra en la parafernalia del ISIS una pertenencia a algo que le niega la sociedad en la que vive. Es mejor afirmar que uno pertenece al Estado Islámico que reconocerse como un homosexual violento que odia su condición de homosexual.


El ISIS pierde batallas en el terreno, pero las sigue ganado en la propaganda. No solo es su habilidad, que es mucha, es nuestra estupidez lo que les potencia.



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