Perfil de Enrique Tierno Galván (1918-1986), el último socialista que la ciudad de Madrid eligió como alcalde.
*participa en la
Fundación de los Comunes y está preparando una historia de la
Transición de próxima publicación en Traficantes de Sueños.
“Rockeros: el que no esté colocado, que se coloque… y al loro”.
Lo arrojaba con desparpajo en uno de sus famosos pregones, hacia 1984.
Con esa imagen de francachela y cercanía ha pasado a la historia el
viejo profesor, el alcalde de la Movida, don Enrique Tierno Galván.
Para la izquierda madrileña, Tierno representa sus años buenos, cuando Madrid tenía un alcalde digno, propio, populista, irresistible.
Las izquierdas ganaron las primeras elecciones municipales de 1979 por
un arrasador 57% frente a un reformismo franquista en desbandada, casi
un 40% para el PSOE, un 15% para el PCE y una minoritaria ORT que rozó
representación. Sin embargo, merece la pena considerar tanto la historia
del personaje como el rápido desgaste de la izquierda en el gobierno municipal. Al menos si no se quiere seguir echando cal viva sobre un periodo crucial para el presente.
Tierno era Tierno, qué duda cabe. Podía haber sido casi todo y de hecho estuvo a punto de serlo. Monárquico de joven, profesor rebelde,
expulsado de la universidad por los disturbios de 1965 y ya para
entonces socialista. Impartió clases en Princeton, conspiró y formó su
propio partido. Fue además un portento del trabajo intelectual. Escribió sobre las cuestiones más variadas:
Galdós, la revolución francesa, Costa, el regeneracionismo, la
izquierda, el socialismo. La lista de títulos pasa la treintena. También
fue traductor de figuras tan principales como Wittgenstein, Burke o
Spinoza, y de una forma tan original y creativa que ninguna de sus
traducciones se usa hoy para el estudio.
Pero la pasión de Tierno fue la política. Para quien siempre despreció toda ‘mariconez’ y presumió de lo que hoy llamaríamos homofobia,
la política era un ejercicio superior, noble, varonil. Desde los años
60 vivió con una única obsesión: ser monarca del socialismo español.
Consciente de que no lo sería por la vía convencional, que implicaba una
larga travesía por el lánguido aparato de Llopis en el exilio, decidió formar el Partido Socialista del Interior. Obvio: “interior” recalcaba que el otro, el del “exterior”, tendría que hacer cuentas con ellos. Fue quizás el mayor error de su larga vida política. Se le adelantaron unos jovencitos de Sevilla, que echaron a Llopis y se hicieron con las siglas históricas del PSOE.
Sea como fuera, Tierno llegó a la
Transición en muy buena posición. Concurría con su propia banda –el
Partido Socialista Popular– , había estado en las pomadas de Carrillo y
la Junta Democrática y tenía buen crédito entre profesionales y
profesores de universidad.No se hizo con el PSOE pero sí con casi el 5% de los votos en 1977.
Pero por aquello de la ley d’Hondt y de las circunscripciones
provinciales con las que la izquierda tragó en aquel año y ya para
siempre, su 5% quedó reducido a una nada en número de diputados.
Marginado de la redacción
constitucional, endeudado y ya derrotado, en su particular noche de
Moctezuma habló con González y favoreció la absorción de su querido PSP.
Era abril de 1978, sabía de sobra que no sería aquello para lo que se creía destinado.
Aun así los “muchachos” de Sevilla le ofrecieron la presidencia
honorífica del partido y la alcaldía de Madrid. Ahí empieza el Tierno
alcalde y la apoteosis del personaje. Y se dice “personaje” sin ironía
ni despecho. Especialista en el teatro clásico español y en novela
picaresca, Tierno fue un maestro en hacer teatro de todo lo que tuviera que ver con él.
De él, decía Guerra, que su arte para hacer una máscara de su vida
pública resultó tan insuperable que llegó a un punto en el que resultaba
imposible separar al personaje y a la persona. Elogio mayor de quien
fuera otro gran dramaturgo de la Transición.
Tierno en el papel de alcalde
Sus célebres pregones, sus locuciones
siempre entre populares y cultas, su sonrisa en la frontera imposible de
lo franco y lo irónico, sencillamente su estar en el mundo, fueron una
genial comedia de figurón que llevó hasta el final de sus días.
En cuanto a sus éxitos como regidor: luces y sombras. La alcaldía social-comunista duró poco, casi un destello, si se compara con la de los gobiernos multidécadas de CiU en Cataluña, el PSOE en Andalucía o AP-PP en Galicia; o incluso con el municipalato socialista de Barcelona, mucho más parco y menos sonado que el de Madrid. En 1983, los comunistas prácticamente se habían extinguido, reducidos a poco más del 6% en las municipales. Ganó entonces el PSOE de Tierno y lo hizo por goleada: un 48% que nunca más se repetiría para los socialistas.
Pero nos engañaríamos si dijéramos que
las cosas fueron bien. No sólo Madrid caminaba entonces por el filo de
una crisis urbana que además de contar con 300.000 parados, hizo de 50.000 de sus jóvenes adictos a una liquidación, sin paliativos municipales, llamada heroína. Pasados un par de años del primer gobierno se dio a conocer elprimer gran escándalo de corrupción socialista tras los “40 años de honradez”.
Fue denunciado dentro del partido por el teniente alcalde de Tierno,
Alonso Puerta. Y Puerta fue puesto de patitas en la calle acompañado por
otros dos concejales.
Eran los años de la doctrina Guerra de “quien se mueve no sale en la foto”.
Si Tierno hizo algo en contra, que lo cuenten sus allegados, porque
nosotros no lo sabemos. También debemos a Tierno que en Madrid los concejales de distrito no fueran los más votados en cada circunscripción, sino los que impusiera el gobierno municipal, para eso está el gobierno, ¿no?
Quizás por todo esto, en 1987, ya muerto Tierno, PSOE e IU sumaron menos que AP y CDS.Desde entonces, ya se sabe: el PP casi siempre con más y mayores votos
que Tierno, por mediocres que fueran sus candidatos. Por eso a la hora
de valorar la efímera mayoría de la izquierda madrileña, habría que
considerar también el papelón de su mejor representante. Alguien que
desde que tenía treinta años decidió plantarse en la vida con traje gris
cruzado y gruesas gafas de pasta para firmar todo lo que hacía con dos letritas V. P., viejo profesor.
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