Empezamos por mi cuarto. Miran papel por papel, libro por libro. El
registro de mi cuarto es eterno (...) Lo que les interesa lo van dejando
encima de la mesa (...) Luego se levanta acta de todas las cosas que se
llevan de mi cuarto y pasamos al siguiente (...) La secretaria se
empieza a cansar y el mando de los guardias civiles les dice que vayan
más rápido (...) Se ha levantado acta de todo, y cuando parece que se ha
terminado todo se acuerdan del camarote. Cuando estamos entrando no se
fían y se cubren conmigo, mientras tienen la mano en la pistolera.
Cuando bajamos a casa, me permiten que me duche, me vista y me despida
de mis familiares pero sin abrir la boca, como ha sucedido en todo el
registro.
Me bajan al soportal y me ponen contra una esquina
mientras ellos discuten de cómo me sacan (...) Al final, me tapan y me
llevan dos de ellos. El coche me lleva a un sitio que desconozco. Todo
el trayecto lo he hecho en silencio y con la cabeza entre las piernas.
Nada más bajarme del coche hay unas escaleras, no me avisan y me caigo
de rodillas en ellas. Me meten a un calabozo con pasamontañas y me ponen
contra la pared. Tengo problemas para respirar y el guardia civil que
me cuida dice que no tengo derecho a respirar.
Me meten en una
furgoneta, al rato, y sin esposar me llevan a Madrid. El viaje se
realiza a gran velocidad, según deduzco por el ruido que saca el motor.
Durante el traslado se mete alguien en donde estoy yo y me pregunta por
qué creo que me han detenido. Le respondo que es porque conozco a algún
detenido. El me aconseja, como amigo, que colabore. Me dice que hasta el
momento ellos se han portado bien conmigo, y que colabore.
Me
llevan a una comisaría, me ca- chean y me dan cuatro consejos muy
importantes allí: obedecerles, tener los ojos cerrados, no mirarles a
ellos a la cara y, si me cruzo con algún otro detenido, no mirarle. Me
meten en un calabozo y me obligan a permanecer de pie.
Al cabo de
un rato empiezan los interrogatorios. Me piden que colabore
continuamente, mientras me golpean en la cabeza con unos palos forrados
en espuma o cinta aislante. Que si conozco a fulano, que si conozco a
mengano, que si puse un coche bomba, que si disparé a alguien... Me
dicen que he hecho todo ese tipo de cosas, lo que yo niego rotundamente.
Al instante de negarlo, me golpean tres o cuatro veces con los palos
forrados. Luego me preguntan de nuevo. Cuando estoy grogui paran y me
preguntan sobre la cuadrilla, sobre los familiares, sobre dónde poteaba
en la Parte Vieja de Vitoria, sobre camareros, temas sobre el trabajo,
política, ikastolas, gaztetxes. Cuando me tranquilizo un poco y después
de que me den un poco de agua agua que me recupera mucho, no sé si
estaría drogada o algo por el estilo empiezan de nuevo (...)
Todos los interrogatorios los hago con un antifaz puesto en los ojos
(...), y por encima del antifaz me ponen un pasamontañas. Cada vez los
interrogatorios son más duros y me llegan a colocar hasta tres
pasamontañas. Yo creo que es para amortiguar los golpes, pero la
sensación de agobio es terrible, y no paro de sudar la gota gorda.
Otra cosa que me hacen es la bolsa. Me colocan una bolsa en la cabeza y
la cierran aguantándola, y así hasta que me tambaleo. Me lo hacen hasta
unas ocho veces en total. Luego lo mismo; cuando estoy atontado,
preguntas sobre mi forma de vivir, de dónde andaba y con quién, más agua
y vuelta a empezar.
También me obligan a realizar flexiones.
Estoy de pie y me hacen ponerme en cuclillas a esto le llaman «el
ascensor». Me tienen mucho tiempo haciendo esto y acabo totalmente
empapado en sudor. En una de éstas me hacen firmar una hoja para el
Juzgado, según creo recordar, que tengo que volver a repetir ya que la
he dejado totalmente mojada del sudor que me cae de la cabeza y del que
tengo en las manos y brazos (...)
Durante los interrogatorios
oigo gritos de dolor de otra gente. No sé quiénes o si los producen
ellos mismos, pero son espeluznantes (...) En una de éstas, cuando me
sacan de un interrogatorio y me tienen en el calabozo de pie, entra uno
de ellos y solamente me coloca el antifaz (...) y me lleva a una
habitación donde está una mujer. Se identifica como médico forense y me
enseña su carné (...) Me pregunta por mi estado de salud en general, y
le digo que estoy reventado físicamente y lo de los golpes en la cabeza.
Me pregunta por las operaciones que había tenido y le comento lo de mi
arritmia asintomática (...) Los guardias civiles están detrás de la
puerta y me imagino que ellos nos oirían a nosotros como nosotros les
oímos a ellos.
Me meten en el calabozo y, a los pocos minutos, me
ponen el antifaz y la capucha o capuchas. Me meten en otro lugar y me
preguntan qué le he dicho a la médico forense. Empiezo a contárselo y me
interrumpe uno de ellos gritándome como un loco que ya sabía lo que le
había dicho. Al instante, me golpea unas veinte veces seguidas con
aquellos palos, creo.
Empiezan los interrogatorios. Estos son
mucho más salvajes que los anteriores. Las preguntas son las mismas o
parecidas (...) Siempre que contesto que no, me golpean duramente. Yo
estoy de pie. Me preguntan constantemente y me caen golpes cada vez más
fuertes, pero ahora me van girando ellos, una vuelta para aquí, media
para allá, ahora para aquí..., todo ello entre golpes y preguntas
intercalándose constantemente. Dos guardias civiles me suben en sillas y
comienzan a golpearme desde arriba. Cada vez están más agresivos y los
palazos que me meten son ya de campeonato.
Los golpes son siempre en la
cabeza y en la frente. No sé cuánto tiempo llevo ni qué hora es (...)
Me tienen haciendo ese tipo de flexiones, de pie, en cuclillas, de
pie..., pero cuando estoy en cuclillas me golpean en la cabeza y con el
mismo impulso del golpe me caigo al suelo, aunque siempre me cogen antes
de que caiga del todo (...) Me dejan descansar y me dicen que soy el
único «hijo de puta» que no ha hablado y que como no les diga nada, voy a
salir como «el Lasa ése» (...)
Más agua, más preguntas y
empezamos. Ahora me tienen sentado en una silla. Ya no me aguanto de
pie, y me gol-pean constantemente. Las preguntas ya no son tan
habituales, pero los golpes son constantes. Me tienen en una silla con
respaldos para los brazos y ando grogui de un lado para otro. No quieren
que me desmaye, y cuando ven que no puedo más, se controlan un poco.
Uno de ellos me habla al oído suavemente diciéndome que diga cualquier
cosa, que me lo invente, que ése es su trabajo (...)
Luego viene y le
digo que no lo he hecho, se pone histérico y me dice que a partir de
ahora le voy a rogar que me mate. Me agarran entre unos y me golpean más
fuerte en la cabeza. Ellos se cansan y se van turnando. Me ponen los
electrodos con una porra eléctrica en los genitales, en el pene, en la
parte superior de la oreja, y detrás de las orejas. También me ponen la
bolsa, y me siguen golpeando.
Estoy roto y me empiezan a amenazar
con que mi novia y mi hermano están de camino y que les van a hacer el
doble de lo que me han hecho a mí (...) Los golpes continúan mientras me
agarran entre algunos y me empiezan a decir que han detenido a mi madre
y que está camino del pantano que está cerca de Vitoria. Los golpes
continúan. Yo les ruego que dejen a mi madre, que nunca ha hecho nada.
Me dicen que le están haciendo «el ascensor» en la presa, atada por los
pies y en el agua. Se oyen llamadas como que están hablando con los del
pantano. Uno de ellos pega un grito y se callan todos. Me sientan en una
silla y uno de ellos me comunica que mi madre ha fallecido (...)
Me llevan al calabozo y me dejan allí alrededor de una hora. Mi
situación es brutal. Se me está hinchando la cabeza a una velocidad
increíble, y ya no veo nada. El pensamiento me juega una mala pasada y
me creo lo de mi madre. La cabeza me está quemando y lo único que quiero
es salir de allí.
De repente viene uno de ellos y me ve que me estoy
levantando de la cama (...) Me quema la cabeza entera, me la palpa y
está exageradamente hinchada, me duelen los ojos y siento como si me
fuera a estallar la cabeza. Lo de mi madre me tiene histérico y decido
autolesionarme mordiéndome las muñecas. Tengo, o mejor dicho noto ,una
pequeñas marcas en las muñecas y primero con los dedos y luego con la
boca logro lesionarme.
De repente, viene uno de ellos y me dice
que me levante y que le acompañe. Me coge las manos por detrás y se da
cuenta de lo de las muñecas. Me llevan por los pasillos, me suben las
escaleras y me meten en una habitación. La médico forense está asustada,
pregunta qué me ha pasado y qué me han hecho. El guardia civil le dice
lo de las muñecas, y se va. Me dejan con ella, estoy histérico, no
reconozco la voz de esa mujer y no puedo verla (...) Me obliga a
sentarme y me pregunta qué tal estoy, a lo que le contesto que me va a
estallar la cabeza.
Son las 10.00 del 7 de setiembre. Pide un
coche urgente a los guardias civiles y nos dirigimos al hospital (...)
Ellos me quieren llevar a un hospital militar, pero la médico dice que
no, y que vamos al hospital «no sé qué universitario», no me acuerdo del
nombre. Por el camino me pongo histérico, y le digo al médico forense
que han matado a mi madre y que llame a mi casa (...) Llegamos al
hospital, por urgencias, creo. Me sientan en una silla de ruedas y me
curan lo de las muñecas. La médico forense se va a hablar con los
médicos (...) Luego viene la médico forense, que me dice que ha llamado
al juez y que no le ha pasado nada a mi madre. Me sigue dando la mano y
tranquilizándome.
Me empiezan a hacer las pruebas. Su mayor
preocupación es que no me hayan roto el cráneo o, mejor dicho, que no
tenga rotura craneoncefálica (...) No sé durante cuántas horas me tienen
allí, pero la médico forense me comenta que me voy a quedar ingresado
en aquel hospital. Me dice que está en contacto con el juez y que ya
sabe qué ha pasado.
Cada vez que me hacen una prueba, la médico
forense viene y me dice que no tengo rotura de cráneo.
El dolor me mata
vivo y no me quieren dar nada hasta que no tengan los resultados de
todas las pruebas. Ella me sigue dando la mano. Con el paso del tiempo,
me dicen que no tengo rotura craneoencefálica y que tengo un edema y
contractura muscular en el cuello. Tengo toda la cabeza y el cuello
hinchados. La médico forense me dice que tengo toda la cabeza morada y
los ojos negros, pero que es normal con un edema. Me quieren poner un
collarín, pero como tengo el cuello tan hinchado no me sirven los que
tienen allí, me quedan todos pequeños y tardan una hora en encontrar uno
que me pueda poner.
En un momento dado, le comento a la médico
forense lo que me han hecho, y cuando le digo lo de los electrodos, me
mira la oreja y me dice que la tengo quemada por la parte de arriba y
que detrás está hinchada (...)
Me hacen un reconocimiento médico
completo, con todo tipo de pruebas de coordinación (...) Queda por verme
el oftalmólogo, ya que no puedo abrir los ojos. Viene la médico forense
y me dicen que me llevan a la enfermería de una prisión, pero que
primero tenemos que ir a comisaría, donde he estado anteriormente, y que
después me llevan a prisión. Me entra un miedo atroz, pero ella me
tranquiliza diciéndome que el juez lo sabe y que no me van a hacer nada
(...)
Me llevan a la comisaría y me meten junto con la forense en
su habitación. Ella pide la silla más cómoda que tengan y me traen una
sin apoyabrazos. Me siento con ella. Me traen hielo y me lo pongo unos
segundos en cada lugar que creo oportuno (...) Me traen la comida,
aunque más o menos son las 18.00. La comida consiste en dos yogures y un
sandwich. La médico forense se sienta a mi lado y me da de comer los
yogures. El sandwich no puedo masticarlo y no me lo como. Ella se tiene
que ir y me deja solo alrededor de dos horas. Durante ese tiempo tengo a
dos guardias civiles fuera de la habitación, mirándome y riéndose
continuamente.
Se van turnando y se ríen del aspecto de mi cara,
mientras me dicen cosas del estilo de que soy un cerdo, un monstruo, y
más tonterías del estilo. Yo mientras tanto, permanezco quieto y sólo me
muevo para colocarme el hielo. Hacen amagos de venir pero no me tocan
ni un pelo mientras permanezco en aquella habitación. El dolor persiste y
lo ! único que me calma es darme hielo y estar quieto (...)
Oigo
cómo viene uno gritando que trae mi cena y escucho como agitan los
yogures y se los beben mientras se ríen. Pasa el tiempo y los dolores
empiezan a aumentar de nuevo. Me quejo de dolor y mandan a algunos de
ellos a buscar a la médico forense, pero pasa el tiempo y no aparece
nadie. De repente viene uno de ellos con una ampolla y dice que es para
mí. Pero yo no me fío y pego un traguito pequeño y, como sabe a rayos,
cuando oigo que se aleja vacío todo el vaso en una silla acolchada de
ésas de tela que tengo a mi lado (...) Ese medicamento es muy fuerte y
lo poco que bebo me produce unas enormes ganas de dormir, por lo que
tengo que hacer un gran esfuerzo para no dormirme.
A la hora,
aproximadamente, me meten en un coche y empiezan a hacer tonterías
mientras nos dirigimos a un lado que no sé. Meten grandes acelerones y
luego frenan bruscamente, ponen las sirenas y andan en zig-zag. La
música la tienen muy alta y paran el coche en un par de ocasiones, se
bajan los que van sentados delante y hacen como que abren la puerta,
pero luego seguimos adelante. En una de las ocasiones en que hacen un
zig-zag, tengo que apoyar la cabeza en el cristal para no golpearme, y
noto que tiene una cortina (...)
En una de estas ocasiones
paramos, y el guardia civil que va a mi lado me pregunta si quiero
hablar con la Guardia Civil. Yo le respondo que no y me bajan del coche.
Comienzo a oír ruidos y puertas que se abren y se cierran
continuamente. Creo que estoy en una prisión, pero no me fío. Me sacan
dos fotos y me toman las huellas (...)
Estoy totalmente ciego y
algo atontado, y me llevan ante los médicos. Me miran por encima, me
preguntan algo y me dicen que me van a poner un apoyo para dormir, ya
que no puedo valerme por mí mismo, y me meten en una celda con dos
camillas, un baño, un labavo y una ducha. El apoyo es un colombiano que
me ayuda a acostarme, a orinar y a levantarme de la cama. Me dan otras
pastillas y duermo unas horas, según me dice el apoyo. Por la mañana
hablamos y me dice que tengo la cara totalmente hinchada, con los ojos
negros y todo el resto morado, menos la punta de la nariz y los labios,
que tienen un color normal. Me cambian de apoyo, y me ponen otro (...)
Me entero que he llegado a la cárcel el día 8 de setiembre, sobre la
una de la madrugada. Estoy en Soto del Real, en el módulo de enfermería,
en la zona de aislados.
A las dos horas de llegar el segundo
apoyo, me comunican que estoy incomunicado y no puedo tener apoyo. A
partir de ese momento, tengo que ir palpando todo, para poder ir al
baño, a la cama, a comer (...)
Pasa el sábado día 8 y el domingo
9, hasta la tarde. Me pego una ducha y empiezo a ver algo. Al principio
es borroso, pero con el paso de las horas veo mejor. Tengo los
alrededores de los ojos negros, lo que es el blanco del ojo
ensangrentado, toda la cara hinchada y oscurecida, y el cuello y los
hombros, hasta el pecho, oscurecidos también (....)
No puedo
dormir, ya que al apoyar la cabeza en la almohada me duele, y le digo al
médico que me aumente el medicamento. Quedamos en que me va a dar dos
Nolotil, pero me da una pastilla verde y blanca que resulta ser
demasiado fuerte. He estado en dos ocasiones a punto de caerme al suelo,
mareado, y le digo que no la quiero más y que me dé dos Nolotil.
Me tiene 24 horas al día encerrado en la celda de enfermería, y no
quieren que me vea nadie ya que mi cara es bastante espectacular según
me dicen los apoyos, ya que ellos sí que me ven al darme la comida. Sigo
durmiendo muy mal.
El lunes, día 10 de setiembre, viene otro
médico forense del juzgado (...) Toma nota de mi estado, sobre todo de
la cara y del cuello, y cuando le quiero comentar algo, me dice que
aquéllo es un mero trámite para poder pasar ante el juez. Acordamos que
estoy en condiciones de pasar, no en muy buenas, pero accedo. Por la
noche me comunican que me van a levantar a las 7.00 del día siguiente,
el 11 de setiembre.
Me llevan a ingresos, me dan de desayunar y
luego me ponen en manos de la Guardia Civil, que me va a llevar a la
Audiencia Nacional. Le comunico al guardia civil que me va a colocar las
esposas que tengo las muñecas heridas y que no me las ponga, a lo que
me responde con que si tengo un papel médico que diga eso. Le digo que
no y me esposa a la espalda.
El viaje a la Audiencia resulta muy
duro, ya que todavía no me encuentro muy bien. Una vez allí me dejan en
manos de la Policía Nacional, y uno de ellos comenta al otro que me han
hecho «la del pulpo» (...) La secretaria del juez me lee mis derechos,
designo a Iker Urbina como mi abogado y digo que quiero ver al médico
forense.
Me llevan al calabozo y al rato me sacan para llevarme
delante del médico forense. Le digo que tengo un dolor que es nuevo en
la mitad del pecho, que se agudiza al moverme y que me deja tres o
cuatro segundos sin respiración (...) Le cuento los tipos de torturas y
toma nota, pero me dice que eso se lo diga al juez (...) Me llevan al
calabozo, y al rato me suben ante el juez.
El trayecto desde el
calabozo hasta el despacho del señor juez lo hago con una chaqueta en la
cabeza que me impide ver nada. Empieza la toma de declaración, respondo
a las preguntas y niego las acusaciones. Cuando me pregunta si quiero
añadir algo más le comento las torturas y malos tratos que he sufrido y
empiezo a contárselas. Al cabo de medio minuto, me interrumpe diciéndome
que lleva muchos años trabajando con la Guardia Civil y que mucha gente
dice sufrir las torturas y que no me cree.
Dice también que además, al
no haber declaración policial, que ése no es el sitio indicado para
denunciarlo, y que vaya al Juzgado para poner una denuncia. Me quedo
perplejo, le miro a la secretaria y asiente con la cabeza. Mi abogada de
oficio no me quita la vista de la cara y tampoco no dice nada (...)
Me bajan al sótano con la chaqueta puesta de nuevo en la cabeza y me
meten en una furgoneta de la Guardia Civil que me lleva de nuevo a la
prisión. Yo esperaba poder ver a mi abogado, pero al parecer no quieren
que nadie me vea la cara.
Una vez en prisión les digo que quiero
hacer la llamada que me corresponde ya que me encuentro comunicado, y me
dicen que hasta que llegue la notificación no puedo hacerla.
Me
sacan de aislamiento y me llevan a una zona de hombres. A la mañana
siguiente pasa el médico y me dice que hasta que no me desaparezcan las
marcas de la cara voy a seguir en la enfermería (...) Para el día 14
creo estar en bastantes buenas condiciones para que me trasladen al
módulo, pero no me llevan hasta el día 18, que es cuando han
desaparecido todas las marcas, o casi todas (..)
He tardado tanto
en escribirlo porque cada vez que me ponía a describir lo que pasó me
ponía muy nervioso y tenía que ir poco a poco. Se me ha olvidado
comentar que en los interrogatorios me hicieron estar mucho tiempo
desnudo.