William Blum*.─ La existencia de un gobierno revolucionario
socialista con lazos crecientes con la URSS a sólo 90 millas de su
territorio era una situación que ninguna superpotencia que se respetase
podía tolerar, se insistía en EE.UU., y en 1961 se emprendió una
invasión. Pero a menos de 50 millas de la URSS estaba Pakistán, un
aliado íntimo de EE.UU., miembro de la Organización del Tratado del
Atlántico Sur Oriental (la alianza anticomunista creada por los
norteamericanos) desde 1955. En la misma frontera soviética estaba Irán,
entonces un aliado todavía más cercano de EE.UU., con sus puestos de
espionaje electrónico, la vigilancia aérea y las infiltraciones hacia el
territorio ruso de agentes estadounidenses. Y junto con Irán, también
en la frontera de la URSS, estaba Turquía, miembro de la OTAN desde
1951.
En 1962, durante la “crisis cubana de los misiles”, Washington, al
parecer en estado de pánico, informó al mundo que los rusos estaban
instalando misiles “ofensivos” en Cuba e instituyeron con rapidez una
“cuarentena” para la isla: un poderoso despliegue de fuerzas de la
Marina detendría y registraría todas las embarcaciones cercanas a Cuba, y
se le impediría el paso a todo cargamento militar. Sin embargo, EE.UU.
tenía misiles y bases de bombarderos en Turquía, así como otros misiles
en Europa occidental que apuntaban a la URSS. Khruschov escribiría más
tarde:
Los norteamericanos habían rodeado nuestro país con bases militares y
nos amenazaban con armas nucleares, y ahora sabrían exactamente cómo se
siente el tener misiles enemigos apuntándote; no estaríamos haciendo
otra cosa que darles un poco de su propia medicina [...] Después de
todo, Estados Unidos no tiene ningún conflicto moral o legal con
nosotros. No hemos dado a los cubanos nada más de lo que los
norteamericanos les han dado a sus aliados. Tenemos los mismos derechos y
oportunidades que los norteamericanos. Nuestra conducta en la arena
internacional se rige por las mismas reglas y límites que la de los
norteamericanos. (1)
En caso de que alguien no entendiera las reglas por las cuales se regían
los norteamericanos, como era al parecer el caso de Khruschov, la
revista Time se apresuró a explicarlas: “Esta ecuación por parte de los
comunistas [refiriéndose a la propuesta de Khruschov de retirar
mutuamente los misiles de Cuba y Turquía] tiene motivos tácticos obvios.
Y ha provocado confusión moral e intelectual entre los neutralistas y
pacifistas [que habían apoyado la propuesta]”. La confusión residía, al
parecer, en no ver claramente quiénes eran los tipos buenos y los malos
pues “el propósito de las bases norteamericanas [en Turquía] no es
chantajear a Rusia, sino fortalecer el sistema defensivo de la OTAN, que
ha creado una barrera protectora contra la agresión rusa. Como miembro
de la OTAN, Turquía aprobó las bases como una contribución a su propia
defensa”. Cuba, invadida sólo un año antes, no podía tener
preocupaciones por su defensa, y Time continuaba su sermón:
Aparte de estas diferencias entre los dos casos, hay una diferencia
moral enorme entre los objetivos de Rusia y los de EE.UU. [...] Igualar
las bases norteamericanas y rusas es de hecho igualar los propósitos
rusos y norteamericanos [...] Las bases estadounidenses, como las de
Turquía, han ayudado a mantener la paz desde la Segunda Guerra Mundial,
mientras que las bases rusas en Cuba amenazan con destruir la paz. Las
bases rusas tenían la intención de facilitar la conquista y dominación,
mientras que las bases norteamericanas fueron erigidas para preservar la
libertad. La diferencia debería, ser obvia para todos. (2)
Igualmente obvio era el derecho de EE.UU. a mantener una base militar en
suelo cubano, un vestigio de colonialismo atravesado en la garganta del
pueblo de la isla que EE.UU., hasta el dia de hoy, se niega a abandonar
a pesar de las vehementes protestas del Gobierno cubano.
En el diccionario norteamericano, además de las bases y los misiles
buenos y malos, hay revoluciones buenas y malas. Las revoluciones
francesa y norteamericana fueron buenas. La Revolución cubana es mala, y
debe serlo cuando tantos han salido del país por su causa. Pero al
menos cien mil personas abandonaron las colonias británicas en América
durante y después de la revolución en las mismas. Estos conservadores no
podían aceptar los cambios políticos y sociales, tanto los reales como
los temidos, en particular ese que ocurre en todas las revoluciones
merecedoras de tal nombre: que los que siempre fueron considerados
inferiores ya no sepan cuál es su lugar (o como lo expresó el secretario
de Estado de EE.UU. tras la Revolución rusa: los bolcheviques buscaban
“hacer que las masas ignorantes e incapaces dominaran la tierra" (3).
Los conservadores huyeron a Nueva Escocia y Gran Bretaña contando
historias sobre los bárbaros, disolutos e impíos revolucionarios
norteamericanos. Quienes se quedaron y se negaron a jurar lealtad al
nuevo gobierno fueron privados prácticamente de todas sus libertades
civiles. Muchos fueron encarcelados, asesinados u obligados al exilio.
Después de la Guerra Civil norteamericana miles más huyeron a Sudamérica
y a otros sitios, también perturbados por la revuelta social. ¿Por qué
no esperar entonces un éxodo después de la Revolución cubana? Una
verdadera revolución social, que dio lugar a cambios, mucho más
profundos que los experimentados nunca en Norteamérica. ¿Cuántos más
hubieran salido de EE.UU. si a 90 millas tuviesen la nación más rica del
mundo ofreciéndoles la bienvenida y proponiéndoles todo tipo de
beneficios y recompensas?
Después del triunfo revolucionario en enero de 1959, aprendimos que
también había secuestradores buenos y malos. En varias ocasiones los
aviones y embarcaciones cubanos eran secuestrados hacia EE.UU. pero no
se devolvían a Cuba ni se castigaba a los causantes. En lugar de ello,
algunos de esos aviones y barcos pasaron a manos de las autoridades
norteamericanas como parte de la indemnización reclamada por empresas
norteamericanas al Gobierno cubano (4). Pero también estaban los malos
secuestradores: los que forzaban a aviones a volar de EE.UU. hacia Cuba.
Cuando comenzó a haber más vuelos en esa dirección que en la opuesta,
Washington se vio obligado a reconsiderar su política.
Al parecer también había terroristas buenos y malos. Cuando los
israelíes bombardearon las oficinas de la OLP en Túnez en 1985, Ronald
Reagan expresó su aprobación. El presidente aseguró que las naciones
tienen el derecho a ejercer represalias por los ataques terroristas
“siempre que se lleven a cabo contra los responsables” (5). Pero si Cuba
hubiera lanzado bombas en cualquiera de los cuarteles de los exiliados
anticastristas en Miami o Nueva Jersey, Reagan se habría lanzado a la
guerra probablemente, aunque por más de veinticinco años el gobierno de
Castro hubiera soportado una extraordinaria serie de ataques terroristas
realizados en Cuba, en EE.UU. y en otros países por parte de los
exiliados y sus mentores de la CIA (ni siquiera analizaremos las
consecuencias de que Cuba bombardease oficinas de la CIA).
Los bombardeos y ametrallamientos en Cuba por parte de aviones que
despegaban de bases estadounidenses comenzaron en octubre de 1959, si no
antes (6). A principios de 1960 hubo varios ataques aéreos contra
cañaverales e ingenios azucareros en los cuales también participaron
pilotos norteamericanos; al menos tres de ellos murieron al ser
derribados y otros dos fueron capturados. El Departamento de Estado
reconoció que un avión, que se había estrellado en Cuba y en el cual
murieron dos norteamericanos, había despegado de la Florida, pero
insistió en que lo había hecho en contra de la voluntad del Gobierno
estadounidense (7).
En marzo de ese año un carguero francés que desembarcaba municiones
provenientes de Bélgica, hizo explosión en La Habana y segó setenta y
cinco vidas e hirió a unas doscientas, algunas de las cuales murieron
más tarde. Estados Unidos negó la acusación de sabotaje hecha por Cuba
pero admitió que había tratado de impedir el envío de armas (8). Y así
siguieron las cosas, hasta llegar al punto culminante, en abril de 1961,
con la infame invasión por Bahía de Cochinos organizada por la CIA. Más
de cien exiliados murieron en el ataque y cerca de mil doscientos
fueron hechos prisioneros. Luego se reveló que cuatro pilotos
norteamericanos que volaban a las órdenes de la CIA también habían
muerto (9).
El ataque a Bahía de Cochinos se había planeado confiando en que el
pueblo cubano apoyaría a los invasores (10), lo que no ocurrió. Las
fuerzas que invadieron estaban formadas por antiguos partidarios y
esbirros de Fulgencio Batista, el dictador derrocado por Castro, y estos
no habrían sido bienvenidos por los cubanos bajo ninguna circunstancia.
A pesar de que la administración Kennedy estaba en una posición
sumamente delicada por este fracaso, se inició casi de inmediato una
campaña de agresiones a menor escala contra Cuba. Durante los años 60,
la isla fue sometida a incontables ataques comandos por aire y por mar
llevados a cabo por exiliados, en ocasiones acompañados por sus
supervisores de la CIA, para causar daños en refinerías, plantas
químicas y vías férreas; cañaverales, ingenios y almacenes de azúcar; se
infiltraron espías, saboteadores y asesinos, cualquier cosa para dañar
la economía cubana, promover la disensión o crear malestar en torno a la
revolución; durante este proceso perdieron la vida numerosos milicianos
y otros cubanos; hubo ataques pirata contra barcos pesqueros y
mercantes cubanos; bombardeo a navíos soviéticos fondeados en Cuba;
asalto a un campamento militar soviético, durante el cual doce soldados
rusos fueron heridos; un hotel y un teatro fueron tiroteados desde el
mar porque se suponía que en ellos se encontraban rusos y otros europeos
del Este (11).
Estas acciones no se llevaban siempre a cabo por órdenes directas de la
CIA o con su conocimiento previo, pero la Agencia no podía negar su
auspicio general. Había creado un centro de operaciones en Miami que era
casi un estado dentro de la ciudad —por encima, en contra y fuera de
las leyes de EE.UU., para no mencionar las internacionales- con un
personal de varios cientos de norteamericanos que dirigían a muchos más
agentes cubanos en tales tipos de acciones, con un presupuesto que
excedía los cincuenta millones de dólares anuales y un acuerdo con la
prensa local para mantener silencio sobre las operaciones en Florida
excepto cuando la CIA quería que algo se publicitara (12).
El artículo 18 del Código Penal de EE.UU. declara que es un crimen
organizar “una expedición militar o naval u otra empresa” en el
territorio norteamericano contra un país con el que EE.UU. no está
(oficialmente) en guerra. Aunque las autoridades estadounidenses
impidieron algún que otro complot de los exiliados, o incautaron una
embarcación —a veces porque los guardacostas u otros funcionarios no
habían recibido el aviso apropiado—, ningún cubano fue procesado bajo
esta acusación. Era lo que cabía esperar puesto que el propio fiscal
general Robert Kennedy había determinado después de los sucesos de Bahía
de Cochinos que la invasión no constituyó una expedición militar (13).
Los ataques comando fueron combinados con un bloqueo comercial y
crediticio total, que se mantiene hasta hoy, el cual afectó muy
seriamente la economía cubana y el nivel de vida de la sociedad. Tan
estricto ha sido el mismo que cuando Cuba fue golpeada por el huracán
Flora en octubre de 1963, y un club social de Nueva York, la Casa Cuba,
acopió gran cantidad de ropa como ayuda, EE.UU. se negó a darle la
licencia de exportación sobre la base de que tal embarque era “contrario
a los intereses nacionales” (14). Además, se presionó a otros países
para que se sumaran al bloqueo, y los bienes destinados a Cuba eran
saboteados: se dañaban las maquinarias, se añadían químicos a los
lubricantes para deteriorar las máquinas que los utilizaran, se le pagó a
un fabricante de Alemania occidental para que produjera "cajas de
bolas” descentradas, y a otro, para que entregara engranajes de ruedas
defectuosos. “Cuando le pides a un fabricante que se meta en un proyecto
como ese contigo estás hablando de dinero, porque tiene que readaptar
toda su tecnología en función de eso [dijo un oficial de la CIA
implicado en estos sabotajes]. Y se va a preocupar probablemente por el
efecto que eso va a tener en sus negocios futuros. Podrías tener que
pagarle varios cientos de miles de dólares, o más” (15).
Un fabricante que desafió el bloqueo fue la British Leyland Company, que
vendió un gran número de autobuses a Cuba en 1964. Las repetidas
críticas y protestas de los funcionarios y congresistas en Washington no
impidieron las entregas de los mismos, y de pronto, en octubre, un
carguero de Alemania oriental que transportaba cuarenta y dos autobuses
hacia Cuba chocó en medio de una espesa niebla con un navío japonés en
el Támesis. La embarcación nipona pudo seguir navegando, pero el
carguero había encallado. Los autobuses debieron ser “descontados”, dijo
la compañía Leyland. En los principales periódicos británicos no fue
más que el reporte de otro accidente (16). En el New York Times ni
siquiera apareció. Pasó toda una década antes de que el columnista
norteamericano Jack Anderson revelara que sus fuentes de la CIA y la
Agencia de Seguridad Nacional le habían confirmado que la colisión había
sido preparada por la CIA con la cooperación de la inteligencia
británica (17). Después de esto, otro oficial de la CIA declaró que se
sentía escéptico en relación con esta historia, aunque admitió que “es
cierto que estábamos saboteando los autobuses Leyland que iban hacia
Cuba desde Inglaterra y esto era un asunto de mucha sensibilidad” (18).
No hay duda de que mucho más sensible fue el uso de armas biológicas y
químicas contra Cuba por parte de EE.UU. Se trata de un récord notable.
En agosto de 1962, un carguero británico alquilado por los soviéticos
fondeó en la bahía de San Juan para reparar su propela, dañada al chocar
con un arrecife. Iba con destino a la URSS cargado con 80.000 sacos de
azúcar cubana. El buque fue llevado al dique seco y se descargaron
14.135 sacos para un almacén a fin de facilitar las reparaciones.
Mientras estaba almacenada, el azúcar fue contaminada por agentes de la
CIA con una sustancia que supuestamente era inofensiva pero desagradable
al paladar. Cuando el presidente Kennedy supo de esta operación, se
puso furioso porque se había llevado a cabo en territorio estadounidense
y si era descubierta, daría a la URSS evidencias para una campaña de
propaganda y sentaría un terrible precedente en el campo del sabotaje
químico de la Guerra Fría. Indicó que el azúcar no debía ser enviada a
los rusos, aunque no se sabe qué explicación oficial se les ofreció
(19). Otras acciones similares al parecer no fueron canceladas. El
oficial de la CIA que ayudó a dirigir los sabotajes en todo el mundo y
al que hicimos referencia antes, reveló años después: “Había muchos
cargamentos de azúcar que salieron de Cuba y pusimos un montón de
contaminantes en ellos” (20).
Ese mismo año un técnico agrícola canadiense, contratado como asesor del
Gobierno cubano, recibió 5.000 dólares de “un agente de la inteligencia
militar de EE.UU.” para infectar los pavos cubanos con un virus que
produce la letal enfermedad de Newcastle. Como consecuencia murieron
8.000 pavos. El técnico declaró luego que aunque había estado en la
granja donde se enfermaron los animales, no había administrado el virus,
sino que se guardó el dinero sin hacer nada, y que los animales habían
muerto por la negligencia de los cuidadores y otras causas. El
Washington Post reportó que “según informes de inteligencia de EE.UU.,
los cubanos —y algunos norteamericanos— creen que los pavos murieron
como resultado del espionaje” (21).
Warren Hinckle y William Turner han escrito en su libro sobre Cuba —citando a un participante en este proyecto—:
Durante 1969 y 1970 la CIA desplegó una tecnología futurista de
alteración del clima para afectar la cosecha azucarera en Cuba y dañar
su economía. Aviones procedentes del Centro de Armas Navales de China
Lake, donde esta alta tecnología fue desarrollada, sobrevolaban la isla y
sembraban nubes con cristales que precipitaban lluvias torrenciales en
áreas no agrícolas y dejaban áridos los cañaverales (las precipitaciones
causaron mortíferas inundaciones repentinas en algunas áreas). (22)
En 1971, también según el testimonio de participantes, la CIA entregó a
exiliados cubanos un virus que causaba la fiebre porcina africana. Seis
semanas más tarde la aparición de la enfermedad obligó a sacrificar
500.000 cerdos para evitar una epidemia a escala nacional. El brote,
primero que tenía lugar en el hemisferio occidental, fue llamado “el
hecho más alarmante” del año por la FAO (Organización para la
Agricultura y la Alimentación de la ONU). (23)
Diez años después el blanco potencial fueron los seres humanos, cuando
una epidemia de dengue asoló la isla. Esta enfermedad, transmitida por
insectos chupadores de sangre, por lo general mosquitos, produce
síntomas muy severos de gripe y dolores articulatorios agudos. Entre
mayo y octubre de 1981 se reportaron 300.000 casos de dengue en Cuba con
158 muertes, 101 de las cuales eran niños de menos de quince años
(24). Documentos desclasificados han revelado que en 1956 y 1958 el
Ejército de EE.UU. liberó enjambres de mosquitos especialmente criados
en Georgia y Florida para comprobar si podían ser utilizados como armas
en una guerra biológica. Los mosquitos eran Aedes Aegypti, el vector
específico del dengue y de otras enfermedades (25). En 1967 la revista
Science informó que en el centro gubernamental en Fort Detrick,
Maryland, el dengue estaba entre “las enfermedades que son objeto de
intensas investigaciones, y parece estar entre las que se perfilan como
agentes para la guerra biológica” (26). Luego, en 1984, un exiliado
cubano procesado en Nueva York, testificó que a fines de 1980 un barco
navegó de Florida hacia Cuba con “la misión de transportar algunos
gérmenes e introducirlos en Cuba y usarlos contra los soviéticos y la
economía cubana, para iniciar lo que se llamaba la guerra química, la
cual produjo resultados que no esperábamos, porque creímos que sería
utilizada contra las fuerzas soviéticas, y fue usada contra nuestra
propia gente y con eso no estuvimos de acuerdo” (27).
No queda claro en este testimonio si el cubano pensaba que los gérmenes
sólo actuarían en los rusos por algún extraño mecanismo, o si fue
engañado por los que estaban detrás de la operación.
Nunca se conocerá toda la extensión de la guerra biológica y química
contra Cuba. A través de los años el Gobierno de Cuba ha culpado a
EE.UU. por otras numerosas plagas que afectaron diversos animales
cosechas (28). Y en 1977, documentos de la CIA recién dados a conocer,
revelaron que la Agencia “mantuvo un programa clandestino de
investigación bacteriológica contra las cosechas con miras a utilizarlo
durante los años 60 en varios países de todo el mundo” (29).
Llegó a suceder que EE. UU. sintió la necesidad de poner algunos de sus
conocimientos de guerra biológica y química en manos de otras naciones.
Como en 1969, cuando unos quinientos cincuenta estudiantes de treinta y
seis países completaron cursos en la Escuela Química del Ejército en
Fort McClellan, Alabama. Esta instrucción era impartida como preparación
“defensiva” contra tales armas —del mismo modo que se hizo con la
tortura en el caso de Vietnam, como ya vimos. Tal como describiremos en
la sección de Uruguay, la fabricación y el uso de bombas eran enseñados
bajo la cobertura de combatir a los terroristas (30).
La ingenuidad presente en la guerra química y biológica contra Cuba se
puso de relieve en algunos de las docenas de planes para asesinar o
humillar a Fidel Castro. Diseñados por la CIA o por exiliados cubanos,
con la cooperación de mafiosos norteamericanos, los planes iban desde
envenenar los tabacos y la comida con un químico que le haría perder el
pelo y la barba, hasta administrarle drogas justo antes de que
pronunciara un discurso. Hubo también los atentados más tradicionales
con pistolas y explosivos, y uno de ellos consistió en bombardear desde
el aire un estadio de béisbol mientras Fidel hablaba, pero el B-26 fue
alejado por el fuego antiaéreo antes de que pudiera alcanzar el lugar
(31). Lo que ha permitido a Castro permanecer vivo hasta hoy es una
combinación de medidas de la Seguridad cubana, agentes infiltrados entre
los conspiradores, incompetencia de estos y pura suerte.
También se atentó contra la vida de Raúl Castro y del Che Guevara. Este
último fue el blanco de un disparo de bazuca contra el edificio de la
ONU en Nueva York en diciembre de 1964 (32). Varios grupos de exiliados
cubanos han llevado a cabo actos de violencia con regularidad durante
décadas en EE.UU. con relativa impunidad. Uno de ellos, el llamado Omega
7, cuyos cuarteles están en Union City, Nueva Jersey, fue caracterizado
por el FBI en 1980 como “la organización terrorista más peligrosa en
Estados Unidos” (33). Los ataques contra Cuba misma comenzaron a
disminuir a fines de los 60, debido probablemente a la falta de
resultados satisfactorios combinada con el envejecimiento de los
atacantes, y los grupos de exiliados buscaron sus blancos en los propios
EE.UU. y en otras partes del mundo.
Durante la década siguiente, mientras la CIA continuaba entregando
dinero a la comunidad de exiliados, más de cien “incidentes” serios
tuvieron lugar en EE.UU. cuya responsabilidad fue reclamada por Omega 7 y
otros grupos (dentro de esta comunidad, la distinción entre un grupo
terrorista y uno no terrorista no es muy precisa, con frecuencia se
solapan identidades y se rebautizan). Explotaron bombas en más de una
ocasión en la misión soviética ante la ONU, su Embajada en Washington,
sus automóviles, un barco soviético fondeado en Nueva Jersey, las
oficinas de la línea Aeroflot; un número de rusos fue herido como
consecuencia de estos ataques; también fueron colocados explosivos en
varias ocasiones en la misión cubana ante la ONU y su Sección de
Intereses en Washington; numerosos ataques a diplomáticos cubanos fueron
planeados, incluido un asesinato al menos; una bomba fue descubierta en
la Academia de Música de Nueva York en 1976 poco antes de que comenzara
una celebración por el aniversario de la Revolución cubana; dos años
más tarde explotó una bomba en el Lincoln Center, después de una
actuación del ballet cubano... (34)
La acción aislada más violenta de todo este período fue la voladura de
un avión de Cubana de Aviación poco después de despegar de Barbados el 6
de octubre de 1976, en la cual murieron 73 personas, incluido todo el
equipo juvenil de esgrima cubano que acababa de obtener el campeonato
panamericano. Los documentos de la CIA revelaron más tarde que el 22 de
junio, un oficial de la Agencia en el extranjero informó a las oficinas
centrales que uno de sus informantes le contó de un grupo de exiliados
cubanos que planeaban hacer explotar un avión de Cubana en vuelo de
Panamá a La Habana. El líder del grupo era un médico llamado Orlando
Bosch. Cuando el avión estalló en octubre, la organización de Bosch se
atribuyó el atentado. El cable muestra que la CIA tenia los medios para
penetrar en este grupo, pero no hay indicio alguno de que la Agencia
vigilara de forma especial al mismo debido a sus planes, ni se alertó a
La Habana (35). En 1983, mientras Orlando Bosch se encontraba preso en
Venezuela acusado de ser el autor intelectual del hecho, la Comisión de
la Ciudad de Miami proclamó el “Día del Dr. Orlando Bosch” (36). Vale
aclarar que en 1968 Bosch había sido condenado por atacar con una bazuca
un barco polaco en el enclave floridano.
Los propios exiliados han sido con frecuencia maltratados por estos
grupos. Quienes visiten Cuba por cualquier razón, o se atreven a sugerir
en público, aunque sea tímidamente, un acercamiento con su patria, han
sido blanco también de atentados, al igual que grupos de norteamericanos
que abogan por el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y el
fin del embargo. Lo mismo ha ocurrido con agencias que organizan viajes
hacia Cuba y con una compañía farmacéutica en Nueva Jersey que envió
medicinas a la isla. Los que proponen el diálogo han sido reducidos al
silencio de la peor manera en Miami, mientras que la policía,
funcionarios públicos y la prensa miran discretamente hacia otro lado
cuando ocurren actos de intimidación, cuando no demuestran abiertamente
su apoyo a los grupos anticastristas (37). En Miami y en todas partes,
la CIA ha empleado exiliados para espiar a sus compatriotas —en
apariencia para descubrir a los agentes encubiertos de Castro- con el
fin de abrirles expedientes al igual que a los norteamericanos que se
asocien con ellos (38).
Aunque siempre ha existido la tendencia en extremo lunática dentro de la
comunidad de exiliados (en oposición a la tendencia normalmente
lunática) que insiste en que Washington ha vendido su causa, a través de
los años sólo ha habido algún que otro arresto y condena ocasional de
un exiliado cubano por un ataque terrorista, tan ocasionales que la
comunidad sólo puede asumir que Washington no ponía gran interés en
ello. Los grupos de exiliados y sus miembros principales son bien
conocidos para las autoridades, pues los anticastristas no han evitado
demasiado la publicidad. Al menos hasta principios de los 80 se
entrenaban abiertamente en el sur de Florida y en el sur de California, y
en la prensa aparecieron sus fotos exhibiendo armas (39). La CIA, con
sus incontables contactos e informantes entre ellos, pudiera llenar
muchos de los vacíos de información del FBI o la policía, si lo deseara.
En 1980, en un informe detallado sobre el terrorismo del exilio cubano,
The Village Voice de Nueva York escribió:
Dos historias fueron extraídas de funcionarios de la policía de New
York [...] “Sabes, es gracioso”, dijo uno con precaución, “ha habido una
o dos cosas... pero vamos a decirlo de esta forma. Tú avanzas en un
caso y de repente el polvo es sacudido. Caso cerrado. Le pides ayuda a
la CIA y ellos dicen que no están realmente interesados. Tú captas el
mensaje”. Otro investigador dijo que estaba trabajando en un caso de
narcóticos que involucraba a exiliados cubanos hace un par de años y los
registros telefónicos mostraban que llamaban con frecuencia a un número
en Miami. Dijo que había rastreado el número y averiguó que era el de
una compañía llamada Zodiac “que resultó ser una cobertura de la CIA”.
Entonces abandonó su investigación (40).
En 1961, entre muchas fanfarrias, la administración Kennedy dio a
conocer su programa maestro: la Alianza para el Progreso. Concebida como
una respuesta directa a la Cuba de Castro, debía probar que se podían
llevar a cabo verdaderos cambios sociales en Latinoamérica sin recurrir a
revoluciones o al socialismo. “Si las únicas alternativas para los
pueblos de Latinoamérica son el régimen existente y el comunismo,
entonces escogerán el comunismo de manera inevitable”, dijo Kennedy
(41). El programa multimillonario de la Alianza estableció un ambicioso
grupo de metas que esperaba alcanzar a fines de la década: crecimiento
económico, distribución de ingresos más equitativa, reducción del
desempleo, reforma agraria, educación, vivienda, salud, etc. En 1970, el
Twentieth Century Fund de Nueva York —cuya lista de oficiales puede
leerse como un Quién es Quién en el mundo gubernamental e industrial-
llevó a cabo un estudio para evaluar cuán cerca había llegado la Alianza
a tales metas. Una de las conclusiones fue que Cuba, que no recibió
dinero alguno, se había
“acercado más a algunos de los objetivos de la Alianza que la
mayoría de sus miembros. En educación y salud pública, ningún país de
Latinoamérica ha desarrollado programas tan ambiciosos y abarcadores
nacionalmente. La economía centralizada de Cuba ha hecho más para
integrar al sector urbano y rural (a través de una política de
distribución del ingreso nacional) que las economías de mercado de otros
países latinoamericanos" (42).
La reforma agraria cubana también fue reconocida como la más abarcadora
del continente, aunque el estudio tomó una actitud de “compás de espera”
hacia sus resultados (43).
Estos y otros logros económicos y sociales fueron alcanzados a pesar del
bloqueo y del extraordinario volumen de recursos y esfuerzo que Cuba se
ve obligada a dedicar a su defensa y seguridad debido a la hostilidad
del gigante del Norte. Además, aunque no estaba entre los objetivos
declarados de la Alianza, hubo otra área de importancia universal en la
cual Cuba se apartó de muchos de sus vecinos latinoamericanos: no hubo
“desaparecidos”, ni escuadrones de la muerte, ni tortura rutinaria y
sistemática. Cuba se había convertido en lo que Washington siempre
temió: un buen ejemplo para el Tercer Mundo.
Paralelamente a la beligerancia militar y económica, EE.UU. ha mantenido
una incansable ofensiva propagandística contra Cuba. Numerosos ejemplos
de esto, en relación con otros países, pueden ser leídos en las
secciones respectivas de este libro. Además de su vasto imperio
periodístico a nivel mundial, la CIA ha mantenido una verdadera fábrica
de noticias y artículos anticastrista en EE.UU. durante décadas. Se dice
que la Agencia ha subsidiado en ocasiones publicaciones miamenses como
Avance, El Mundo, La Prensa Libre, Bohemia y El Diario de Las Américas,
al igual que la AIP, una agencia de noticias de radio que elabora
programas y los envía gratis a más de cien pequeñas estaciones de radio
en Latinoamérica. Dos empresas de la CIA en Nueva York: Foreign
Publications, Inc. y Editors Press Service, también funcionaron como
parte de la red de propaganda (44).
*
¿Era inevitable que el Gobierno de EE.UU. intentase derribar al cubano?
¿Podrían haber seguido un rumbo diferente las relaciones entre los dos
países? El historial de invariable hostilidad norteamericana hacia los
gobiernos de izquierda, incluso los más moderados, induce a creer que no
había razón alguna para que Cuba fuese una excepción. Sin embargo, los
funcionarios de Washington no desaprobaron la Revolución cubana de
inmediato; hubo incluso quienes expresaron una aprobación tentativa o
una perspectiva optimista; por supuesto que esto se debía a que suponían
que lo ocurrido en la isla no era más que otro cambio de gobierno, del
tipo de los ocurridos con monótona regularidad en Latinoamérica por más
de un siglo, en los que cambian los nombres y las caras pero se mantiene
la subordinación a EE.UU. Pero entonces Castro se reveló como alguien
totalmente diferente. Muy pronto hizo críticas abiertas a Washington:
ácidas referencias a los sesenta años de control norteamericano de la
isla, a la pobreza de las masas populares, al uso de la cuota azucarera
por EE.UU. como chantaje. Habló de la presencia inaceptable de la base
de Guantánamo y dejó claro que Cuba seguiría una política independiente y
neutral en la Guerra Fría. Por estas razones tanto Fidel como el Che
Guevara habían abandonado sus prometedoras carreras burguesas (Derecho y
Medicina) para llevar a cabo una revolución. Nunca pensaron en asumir
otros compromisos y Washington, por su parte, no estaba preparado para
convivir con tales hombres y tal gobierno.
Una reunión del Consejo de Seguridad Nacional el 10 de marzo de 1959
incluyó en su agenda la factibilidad de colocar a "otro gobierno en el
poder en Cuba" (45). Esto fue antes de que Castro nacionalizase
propiedades norteamericanas. Al mes siguiente, después de un encuentro
con el gobernante cubano en Washington, el vicepresidente Richard Nixon
escribió un memo en el que planteó que estaba convencido de que Fidel
era “o increíblemente ingenuo acerca del comunismo, o un comunista
disciplinado”, y que el líder cubano debía ser tratado en
correspondencia con esto. Nixon escribió luego que en su momento esta
opinión suya estaba en minoría dentro de la administración Eisenhower
(46). Pero antes de que terminara el año, el director de la CIA Allen
Dulles había decidido que era necesaria una invasión a Cuba. En marzo de
1960 fue aprobada por Eisenhower (47). Entonces vino el bloqueo que no
dejó al líder cubano más alternativa que acercarse más y más a la URSS,
con lo cual confirmó a los funcionarios de Washington que se trataba de
un comunista. Algunos especulaban que siempre lo había sido de manera
encubierta.
En este contexto es interesante destacar que el Partido Comunista cubano
había dado apoyo a Batista, e incluso formó parte de su gabinete, y no
se mostró partidario de Castro y sus seguidores hasta bien avanzada la
contienda (48). Para mayor ironía, la CIA había enviado fondos al
movimiento castrista, mientras EE.UU. continuaba abasteciendo a Batista
de armas para combatir a los rebeldes; a todas luces, otro ejemplo de la
labor de la Agencia para equilibrar las apuestas (49).
Si Fidel hubiera moderado su retórica en los primeros tiempos y se
hubiera mostrado más diplomático, sin abandonar por ello su política de
autodeterminación y socialismo (por considerarlas las mejores para Cuba o
inevitables para poder realizar cambios sociales específicos), sólo
habría pospuesto la apertura de las hostilidades norteamericanas, y no
por mucho tiempo. Arbenz en Guatemala, Mossadegh en lrán, Jagan en
Guyana y otros líderes del Tercer Mundo habían transitado otros caminos
para evitar pisotear los tan sensibles “callos” de Washington, y fueron
mucho menos radicales en sus programas y en sus posiciones hacia EE.UU.,
y aun así cayeron bajo el hacha de la CIA.
En 1996 se conoció que, en agosto de 1961, cuatro meses después de Bahía
de Cochinos, Che Guevara se había entrevistado con Richard Goodwin,
consejero especial de Kennedy, durante un encuentro internacional en
Uruguay. Guevara envió un mensaje al presidente norteamericano: Cuba
estaba dispuesta a abandonar cualquier alianza política con el bloque
soviético, pagar en productos comerciales por las propiedades
estadounidenses confiscadas y a considerar la disminución de su apoyo a
los movimientos revolucionarios de izquierda en otros países a cambio
del cese total de las acciones hostiles de EE.UU. contra la isla. De
regreso a Washington, el consejo de Goodwin al presidente fue que
"intensificara discretamente” las presiones económicas sobre Cuba. En
noviembre Kennedy autorizó la Operación Mangosta (50).
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* William Blum: "Cuba, 1959 hasta los años ochenta. La revolución
imperdonable.", en Asesinando la esperanza. Intervenciones de la CIA y
del Ejército de los Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, cap.
30, pp.224 a 234. Editorial Oriente, Santiago de Cuba (Cuba), 2005
(original en inglés: William Blum, Killing Hope: U.S. Military and CIA
Interventions Since World War II, Common Courage Press, 2004).
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