La monarquía era la garantía de
conservación de la Iglesia católica, del capitalismo y de los intereses
estratégicos del imperialismo norteamericano en España. Para que todo
cambiara, la Dictadura, era necesario que nada cambiara, la Monarquía. Y
esto fue la transición: la sustitución de una forma en la lógica de
dominación del capital, de la Iglesia y del imperialismo, por otra.
Cambio que contó con el imprescindible apoyo del socialismo español y
europeo y con el innecesario del PCE de Carrillo.
El PSOE había sido desorganizado y
decapitado en España por la represión franquista, pero era un partido
con enorme potencial electoralista, gracias al apoyo absoluto de la
socialdemocracia europea. Todo lo contrario de lo que ocurría con el
PCE. Muy bien organizado pero con muy mala imagen popular. Las
elecciones confirmarán esta realidad. En esa situación de debilidad
organizativa, con pocos y viejos militantes supervivientes de la Guerra
civil y sin dirección política estable en la organización española se
plantó y desarrolló la simiente llamada Felipe González.
¿Quién era y de dónde venía? ¿Qué
vínculos tenía con el movimiento obrero? ¿Qué vínculos ideológicos y
políticos tenía con el socialismo republicano que residía en el exilio?
¿Cuál había sido su formación ideológica y política? Su ideología y su
pensamiento político sólo lo podremos conocer en la práctica de su
mandato, favorable a la restauración de la monarquía y del capitalismo,
porque nunca antes, como ocurre con la clase política socialista, habían
expuesto sus ideas o al menos ideas que tuvieran algo que ver con lo
que hicieron cuando llegaron al Poder. Carecían, y siguen careciendo, de
curriculum político que no es lo mismo que el organizativo.
Porque su proyecto político y su
identidad ideológica, en consonancia con aquél, será el programa oculto
de Felipe que irá aplicando, entre tinieblas, teatralizando su
estrategia entre un radicalismo bananero, personificado por su fiel y
útil Guerra, y una práctica derechista aplicada sin contemplaciones, con
arrogancia y contundencia por el mismo Felipe. Muy sólidos tenían que
ser sus apoyos internacionales para que actuara desbordado por su
aparatosa confianza en sí mismo y su autosuficiencia. Viniendo de una
persona desconocida, intelectual y políticamente, hasta los preámbulos
de la transición.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, en
la Europa continental liberada existía un vacío de Poder que los
comunistas estaban preparados para ocupar. Los angloamericanos tenían un
problema. Y lo resolvieron, en algunos casos con la colaboración del
Estado Vaticano, reorganizando la derecha en partidos democristianos y
la izquierda en partidos socialdemócratas. La socialdemocracia renacía
de sus cenizas amenazada por la oleada comunista. Su identificación con
los intereses ideológicos y estratégicos norteamericanos fue su
salvación.
Alguien dijo que los mitos tienen los
pies de barro. Yo, sin embargo, pienso que los mitos fueron creados en
la edad oscura de la irracionalidad para ser desmitificados, derribados,
en la edad de las Luces. En ésta, parece ser, ya empezamos a estar
posicionados. Superficiales son los orígenes de las raíces políticas,
ideológicas y orgánicas del tándem formado por Felipe González, alumno
avanzado de los doctores de la Iglesia, y de Alfonso Guerra, el
guerrillero de alcoba y pandereta e intelectual iluminado por las Luces
de la Enciclopedia Álvarez. Un tándem creado ad hoc para garantizar, por
la izquierda, la restauración de la monarquía parlamentaria , siguiendo
el guión escrito por el propio Régimen franquista en la Ley de
Referéndum de 1945 y la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado de
1947.
Este tándem la única dialéctica que
conoció fue la del reparto de funciones y en función de ese reparto
crearon su propia imagen para entusiasmar, el Guerra, a la izquierda
sandinista y, Felipe, al Departamento de Estado norteamericano por la
vía de la socialdemocracia alemana de W. Brandt. El mejor amigo
americano, junto con Paul Henry Spaak, que Washington pudo encontrar en
Europa.
Ante el desconcierto de Carrillo y la
sorpresa de la oposición antifranquista, un día, no sé si era de esos
que relucen más que el Sol, jueves santo o día de la asunción, el
tándem, dispuesto a representar el papel del bueno y el malo, el feo no
cabía entre tanto ego, hizo su puesta en escena, arropado, en el fondo
del espejismo teatral, por toda la Internacional Socialista, fiel
protectora de los intereses estratégicos del Departamento de Estado y
del Capitalismo, en la versión reformista de Estado de bienestar,
producto del miedo al comunismo.
Otro día, un ilustre comunista que hoy
pace en las esqueléticas bancadas socialistas de una institución tan
inútil y pesebrera como el Santo Senado, santo porque ahí deben ir a
depositar los cuerpos momificados de las antiguas glorias de la patria,
un día ilustrado, decía, Enrique Curiel publicó un artículo, que no sé
si querrá que se lo recuerde, en el Independiente, 5 de septiembre de
1987, donde, como quien da el último suspiro antes de perder la lucidez,
bajo el titular: “Los problemas de la izquierda”, escribió:
“Había que responder, asimismo, a la
exigencia social de una auténtica “reforma del Estado”; de una rigurosa y
eficaz protección de las libertades públicas y de una política de paz y
distensión abierta hacia la cooperación internacional y a la
desvinculación de España de la política de bloques… Por último, el
proyecto del PSOE se presentó como una propuesta de reforma moral e
intelectual de los hábitos y modos de hacer política a la vista de la
penosa experiencia inmediatamente anterior. Se pretendía gobernar de
otra manera, es decir, hacer realidad la afirmación de Norberto Bobbio
cuando reitera la necesidad de “gobernar en público”, como uno de los
grandes ideales de la democracia, frente al creciente y preocupante
fenómeno de “poder oculto”, de “poder invisible” en el seno de las
democracias…
Sin embargo, poco a poco las promesas de
cambio fueron sustituidas por el baremo de una pretendida
modernización, la cual, lejos de romper con la inercia del pasado ha
consentido una verdadera “ocupación del Estado”, así, el “impulso
renovador”, la perspectiva reformadora, fue reemplazada por la
adecuación a lo existente, hecha en nombre del realismo….En estas
circunstancias, el deterioro del PSOE de Felipe González podía tardar en
llegar, pero era inevitable.
Y no podía ser de otra manera, porque,
en definitiva, la política gubernamental ha seguido una línea de
entendimiento, en lo sustancial, con los grupos poderosos del
“establishment” y de confrontación con las fuerzas sociales y políticas
más avanzadas. Tras cinco años conocemos los límites graves y profundos
de una política que ha quedado atrapada en un modelo económico
conservador y que ha hecho retroceder la redistribución de la renta y
destruido importantes conquistas sociales.
Se ha erosionado el sistema de
libertades, han reforzado el alineamiento de España en política exterior
y defensa, se ha consentido el uso partidista de todo tipo de medios e
instituciones, se han tolerado niveles preocupantes de corrupción, se ha
intentado consolidar un modelo político de “neo-restauración”, frente
al pluralismo político ideológico, se ha abandonado la gran tarea de
promover una reforma y democratización del Estado, cuestión pendiente en
nuestro país desde la Constitución gaditana de 1812. Han conseguido
desmoralizar a los sectores más dinámicos y progresistas de la izquierda
española…
¿Por qué actúa así Felipe González?
¿Acaso se ha convertido en la expresión orgánica de los intereses de lo
que genéricamente podemos llamar “derecha”?”
Semanas después, otro maldito de la
revolución socialista, arrojado a los Infiernos, extramuros del PSOE,
Pablo Castellanos, respondía en una entrevista realizada por el mismo
semanario, lo siguiente:
“¿Cómo ve su aportación al PSOE Pablo,
el apóstol de los gentiles de IS? -Fuimos los primeros en hablar del
cesarismo y de la oligarquización en el PSOE. Hoy esto se reconoce por
parte de otras corrientes. Fuimos los primeros en llamar la atención
sobre la corrupción. A algunos ya les asusta esta situación de
proliferación de comisionistas…
¿Cómo juzga, personalmente a Felipe? – Como a alguien que actúa como un emperador. Cuenta, además, con su guardia pretoriana.
¿El secretario es omnipotente? -La
política económica, el concepto de partido, las relaciones internas, las
responsabilidades, se deciden personalmente por don Felipe González.
¿No hay disidencia? -Todo el que se ha
opuesto al poder personal del núcleo dirigente desde perspectivas de
ingenuidad autonómica ha sido barrido.”
¿Cómo pudo llegarse hasta aquí? Me
pregunto yo. Hasta la restauración de una forma de dominación
capitalista, en forma de gobierno de monarquía parlamentaria, de la mano
firme, arrogante y prepotente de Felipe González, estimulado por los
gritos de guerra, ¡qué viene la derecha!, vociferados por un
teatralmente descamisado Guerra. Cuando la derecha, en cualquier país
democrático restaurado, hubieran sido ellos. Como intuía Curiel.
Curiel no conocía las manos que movían
los guiñoles que entraban en danza en el contexto de la transición. El
gobierno en la sombra que vigilaba la situación española desde los
periscopios del Vaticano y el Departamento de Estado. Para intentar
reconocerlo, antes de que sus plumíferos escriban su propia hagiografía,
anunciando, inconscientemente, la muerte de sus mitos, tal vez debamos
retroceder, unos años, al exilio socialista.
Allí donde empezaban a
desconfiar de las intromisiones que se estaban produciendo en el
socialismo del “interior”, según publicó el propio Llopis en “El
Socialista” del exilio, cerrado, poco después, por De Gaulle para
satisfacer a Franco.
El “interior” era la expresión que utilizaba el
exilio cuando se refería a la ejecutiva residente en España.
Durante la “era de Franco” las
ejecutivas del exilio, que solían reconocer una cierta autoridad
organizativa a las que se fueron sucediendo en España, detención tras
detención por las fuerzas de seguridad de la Dictadura, mantuvo la
posición de “restaurar” la Segunda República, hasta el III Congreso,
1948, donde aprobaron la posición de Prieto “instaurar una nueva
república”, vía plebiscitaria, si se llegaba a un acuerdo con los
monárquicos, que en el mismo referéndum propondrían la restauración de
la monarquía parlamentaria.
En los comienzos de 1950, la ejecutiva
socialista residente en España, integrante del Comité Interior de
Coordinación, del que formaban parte monárquicos y anarquistas, se
adhirió a las tesis monárquica favorable a que un gobierno provisional
monárquico se encargara de preparar la celebración del referéndum. Tesis
que fue rechazada por Prieto y el exilio. Y que la ejecutiva del
interior se vio obligada a acatar abandonando el C.I.C. Esta diferencia
hizo imposible el acuerdo de celebrar el referéndum entre monárquicos y
socialistas al que Prieto había dedicado los años de 1947 a 1950.
Junto con Prieto, el muñidor de esta
alternativa fue Gil Robles. Durante la Segunda República Gil Robles fue
el hombre que sirvió con fidelidad la estrategia del Estado Vaticano en
España para derrocar la República e instaurar un Estado corporativo, tal
y como se había creado en el católico Portugal y se pretendió crear en
la católica Austria, siguiendo al dictado la encíclica “Rerum novarum”
de León XIII, reivindicada en los años treinta por el papa Pío XI en la
“Quadragessimo anno”. La revolución de octubre de 1934 tuvo como
objetivo impedirlo.
Gil Robles, en los tiempos republicanos,
nunca reivindicó la restauración de la monarquía sino la instauración
de un Estado corporativo y clerical, como el fascismo italiano. Sin
embargo, la Segunda Guerra Mundial terminó con la derrota del fascismo y
los modelos de Estados corporativos. El comunismo en el Este y la
democracia en el Oeste se establecieron como modelos de las formas de
gobierno a aplicar. El corporativismo era impracticable porque los
ganadores habían jurado en la Carta del Atlántico “eliminar el
totalitarismo hasta sus raíces”.
La Iglesia católica siempre ha puesto
sus huevos en diferentes nidos, si bien, dando preferencia en cada
momento al nido que le resultaba más rentable. La Dictadura franquista
junto con la salazarista eran los nidos en los que habían colocado casi
todos, pero no todos, sus huevos. La Dictadura, de hecho hasta 1951
después de ser visitado Franco por el almirante Sherman, siempre estuvo
en una situación incómoda porque no gozaba de total estabilidad
internacional. Franco, si no echado, sí, al menos, hubiera podido ser
sustituido, según el mismo Gil Robles propuso a Prieto.
Llama la atención que Gil Robles,
representante de los intereses del Estado Vaticano en el exilio español,
aparezca, milagrosamente, nunca dicho con más propiedad, como favorable
a la restauración monárquica y portavoz de las fuerzas monárquicas
agrupadas en la Confederación Española de Fuerzas Monárquicas, CEFM,
creada, en febrero de 1947, meses después de la Resolución de la ONU de
diciembre de 1946, condenatoria del Régimen franquista, por Gil Robles,
de Acción Popular, Sáinz Rodríguez, de Renovación Española, y Rodezno,
de Comunión Tradicionalista. Organización que, con el consentimiento de
D. Juan, intentó mantener contactos con la ANFD, Alianza Nacional de
Fuerzas Democráticas.
La Iglesia católica era consciente de la
posibilidad de sustituir, a su pesar, el Régimen franquista y ya había
puesto el huevo en el exilio para estar presente en todas las maniobras
de sustitución del Régimen apoyando la única salida que podía seguir
beneficiandola: la restauración de la monarquía. Todavía caliente el
cadáver de Franco, en diciembre de 1975, fue el cardenal Tarancón quien
dio la señal de salida del franquismo hacia la monarquía en la XXIII
Asamblea Plenaria del episcopado, donde declaró:
“Una figura auténticamente excepcional
(Franco) ha llenado casi plenamente una etapa larga – de casi cuarenta
años – en nuestra Patria. Etapa iniciada y condicionada por un hecho
histórico trascendental – la guerra o cruzada de 1936 – y por una toma
de postura clara y explícita de la jerarquía eclesiástica española con
documentos de diverso rango, entre los que sobresale la Carta Colectiva
del año 1937. Yo era sacerdote cuando se implantó la República en
España.
Y había recorrido casi todas las diócesis españolas como
propagandista de Acción Católica… Y quiero decir ahora que,
prescindiendo del estilo personal de aquella Carta Colectiva, que
descubría fácilmente a su autor (se refiere al cardenal Gomá), el
contenido de la misma no podía ser otro en aquellas circunstancias
históricas.
La jerarquía eclesiástica española no puso artificialmente
el nombre de Cruzada a la llamada guerra de liberación: fue el pueblo
católico de entonces, que ya desde los primeros días de la República se
había enfrentado con el Gobierno, el que precisamente por razones
religiosas unió Fe y Patria en aquellos momentos decisivos. España no
podía dejar de ser católica sin dejar de ser España.
Pero esta consigna que tuvo aires de
grito guerrero y sirvió indudablemente para defender valores
sustanciales y permanentes de España y del pueblo católico, no sirve
para expresar hoy las nuevas relaciones entre la Iglesia y el mundo,
entre la religión y la Patria, ni entre la fe y la política.”
Continuará…