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La crisis que Francia atraviesa hoy no es un episodio más en un país eternamente agitado. Se trata de una profunda crisis de régimen que sólo puede resolverse con el nacimiento de una sociedad nueva. Ahora Francia se verá sumida en una parálisis de varios años, antes de que se inicie una transformación total, una revolución llamada a durar al menos durante una generación.
Francia, país bloqueado para los próximos 4 años — Thierry Meyssan
Gigantescas manifestaciones se suceden en Francia desde hace semanas. A través de todo el país, son numerosos los departamentos donde las gasolineras no tienen combustible y cientos de toneladas de basura se amontonan en el centro de las grandes ciudades.
En París, el presidente Emmanuel Macron ha logrado imponer su inútil reforma del sistema de jubilación, un texto que no resuelve ningún problema pero que crea numerosas injusticias. Por ejemplo, las personas que hayan comenzado a trabajar a los 16 años sólo podrán jubilarse cuando hayan acumulado más años de trabajo que quienes comenzaron a trabajar a los 18 años. Ese texto nunca debería haberse aprobado en un país supuestamente apegado a la igualdad en materia de derecho.
El presidente Emmanuel Macron creó deliberadamente una situación de bloqueo de la que nadie podía salir. A lo largo de un año su gobierno se reunió con los sindicatos, sólo para rechazar todas sus propuestas. Fue testigo pasivo de las grandes manifestaciones que se desarrollan en todo el país, principalmente en las ciudades medianas.
Posteriormente, el gobierno de Macron y la NUPES (oposición de izquierda) jugaron con el calendario para que los diputados no pudiesen pronunciarse sobre el texto durante su primera lectura en la Asamblea Nacional. Y, finalmente, durante la segunda lectura, el gobierno impuso el texto recurriendo de forma abusiva a una disposición de la Constitución concebida sólo para asuntos excepcionales.
Para imponer su reforma, el presidente Macron hizo que la primer ministro, Elisabeth Borne, comprometiera la responsabilidad de su gobierno ante la Asamblea Nacional invocando el artículo 49-3 de la Constitución, concebido para ser utilizado únicamente en situaciones de extrema urgencia, que no tienen nada que ver con la adopción de una reforma del régimen de jubilaciones. Es evidente que el presidente Charles De Gaulle y su ministro de Economía y Finanzas Michel Debré nunca habrían recurrido al artículo 49-3 en circunstancias similares.
En definitiva, el gobierno estuvo a sólo 9 votos de verse obligado a dimitir. Automáticamente, el texto de la reforma fue considerado «adoptado», sin haber sido sometido a la aprobación de la Asamblea Nacional.
Pero esta violación de la democracia parlamentaria es sólo la más reciente de una serie de imposiciones que van desde las medidas de represión contra el movimiento de los Chalecos Amarillos hasta el confinamiento de la población sana durante la epidemia de Covid-19, pasando por una serie de ordenanzas y por el uso abusivo de este mismo artículo 49-3 en 11 ocasiones diferentes en sólo año y medio. Es demasiado, incluso para los franceses que en algún momento pudieron creer justificada la limitación de sus libertades.
Ahora, Francia se ve dividida en dos. De un lado está algo menos de un tercio de la población, que todavía logra vivir sin problemas –ese sector espera que el presidente Macron logre que el sistema siga funcionando de manera satisfactoria para ellos. Pero del otro lado tenemos a las otras dos terceras partes de la población, animadas por un sentimiento que ya ni siquiera puede calificarse de “hostilidad” sino de odio. Este cambio en las emociones colectivas es nuevo y también lo es la unidad que suscita.
Desde su punto de vista, el presidente Macron puede considerar que ha ganado ya que su texto legislativo ha sido «adoptado». Pero en la práctica Macron ha perdido, ya que ha logrado reunir contra él a todos los sindicatos y a todos los partidos populares realmente importantes. Sólo lo apoyaron los diputados de su propio partido –ahora rebautizado como Renacimiento, después de haberse llamado La República en Marcha– y algunos miembros del partido ex gaullista, Los Republicanos. El hecho es que de cada 10 franceses, al menos 8 o 9 rechazan el texto impuesto por Macron… y que ahora están profundamente convencidos de que al Poder Ejecutivo no le importan para nada las dificultades que ellos enfrentan cotidianamente.
La República, en el verdadero sentido de dicho término, es un régimen basado en el interés general de todos. Al dividir el país como lo ha hecho, el presidente ha traicionado la República. La Democracia es una forma de institución que da la palabra al pueblo. Y también la ha traicionado. Estamos ahora en una situación de bloqueo y el país se ha hecho ingobernable. En los próximos meses, y probablemente durante los próximos años, será imposible la adopción de decisiones importantes.
Sólo recurriendo al Pueblo será posible salir de esta situación de bloqueo de las instituciones democráticas. La Constitución de la Quinta República prevé varias soluciones. El presidente podría disolver la Asamblea Nacional y convocar elecciones generales… pero su partido sería barrido del mapa. También podría convocar un referéndum… que seguramente perdería. Así que no hará nada y se encerrará en el palacio del Elíseo para festejar su “victoria”.
La reforma del sistema de jubilaciones marca el fracaso del “método” de Macron. El presidente, que había prometido ponerse por encima de las disputas entre la derecha y la izquierda, sólo ha demostrado ser incapaz de satisfacer a ninguna de las dos.
Los comentaristas se preguntan por qué el presidente Macron se metió voluntariamente en este callejón sin salida. ¿Qué objetivos perseguía? No hay respuestas políticas para esas preguntas, quizás sólo una respuesta de naturaleza económica: el presidente Macron quiere favorecer la jubilación por capitalización, saboteando para ello las jubilaciones por repartición. Quizás haya también una respuesta psicológica: el presidente es indiferente a los problemas de los demás y disfruta dándoles sorpresas desagradables –en el momento de su primera elección ya señalé ese extraño comportamiento.
Si damos por buena esta hipótesis, debemos saber que Macron no parará hasta haber desacreditado totalmente la Constitución de 1958 y haberse asegurado de ser el último presidente de la Quinta República.
El suicidio político de Emmanuel Macron y su voluntad de ver el país hundirse con él le impiden ver, en todo caso, la verdadera gravedad de la crisis. No es casualidad que los franceses hayan elegido sucesivamente como presidentes un agente de Estados Unidos –Nicolas Sarkozy– que destruyó la independencia de Francia y violó el resultado del referéndum sobre la Constitución Europea imponiendo el mismo texto por vía parlamentaria; un pequeño burgués –Francois Hollande– que convirtió en vaudeville la presidencia de la República; y finalmente un banquero de negocios que ha transformado el palacio del Elíseo en sala de cocktail party para multimillonarios estadounidenses. Al reelegir a Emmanuel Macron, los franceses asumieron –por cuarta vez– la responsabilidad de su propio descenso al infierno. Creían que Francia no necesita una gran personalidad que la dirija con seriedad sino sólo pequeños remiendos.
Pero ahora se ven ante una inflación de 20 a 25% en los alimentos y la energía. Más de la mitad del territorio de Francia carece de médicos y los hospitales están cerrando sus servicios de urgencia. De hecho, todos ven que nada funciona: el nivel escolar se derrumba peligrosamente, la policía no logra mantener el orden, la justicia no tiene posibilidades de actuar antes de 2 años, el ejército no está en condiciones de enfrentar un conflicto de alta intensidad. Los problemas son tantos que nadie sabe por dónde empezar.
Los franceses comienzan a entender que no basta con “remendar” los servicios públicos sino que es necesario modificarlos en función de nuevas realidades, como la informatización de los medios de producción y la globalización de los intercambios. Unos estiman que la crisis comenzó en 2007, cuando el Parlamento francés adoptó un texto que los franceses ya habían rechazado en un referéndum. Para otros, la crisis empezó en 2005, con las revueltas en los barrios periféricos de París… o quizás en 1990, con la participación de Francia en la guerra de Estados Unidos en el Golfo Pérsico. Lo que sí es seguro es que el país no se identifica con esa cosa en la que se ha convertido su clase política y todavía menos con la política que aplica esa gente.
Emmanuel Macron, después de haber logrado que lo eligieran con la promesa de modernizar el país, aparece hoy como el principal obstáculo para su transformación, como el elemento que impide el surgimiento de una sociedad nueva. En 1789, los franceses supieron tomar la iniciativa, derrocaron la monarquía y crearon la sociedad moderna. Ahora tendrán que tomar nuevamente la historia en sus manos para crear un mundo nuevo. Algunos ya saben que África está liberándose de la dominación que sobre ella ejercieron los gobiernos franceses y que Rusia y China están reorganizando las relaciones internacionales. Pero la mayoría de los franceses tiene muy poca información sobre esos procesos.
Resulta sorprendente ver como la gran mayoría de los franceses busca un nuevo paradigma y al mismo tiempo temen verse arrastrados a una revolución violenta. Esta crisis podría resolverse sin necesidad de eso. Bastaría con que la clase política escuche a los franceses, como lo hizo el rey Luis XVI al principio de la Revolución Francesa. Pero lo que estamos viendo es un diálogo de sordos. En todas las negociaciones sobre la reforma de las jubilaciones, el gobierno se negó a hacer concesiones y rechazó de plano las propuestas de los sindicatos. Pero, con los diputados, multiplicó las enmiendas convirtiendo así el diálogo con el pueblo en un debate interno de la clase política. Esa actitud cerró todas las puertas a las soluciones pacíficas.
Los franceses ya han podido comprobar que son inútiles los «grandes debates» y otras «convenciones ciudadanas» que tanto agradan al presidente Macron. El presidente los ha convocado, los franceses han participado pero sus sugerencias se han perdido en un laberinto burocrático. Eso significa que ya no será posible recurrir otra vez a tales trucos. Todo quedará bloqueado durante meses, probablemente por años. El gobierno ya no podrá imponer la adopción de nuevos textos en la Asamblea Nacional y, de todas maneras, sus propios funcionarios dejarán de obedecer. Sólo pondrán los problemas difíciles en la parte baja de la pila de expedientes y mirarán para otro lado. Los franceses ya no podrán protestar sin exponerse a la más dura represión policial –como ya sucedió con los Chalecos Amarillos.
Las elecciones europeas –en 2024– y las elecciones municipales –en 2026– acentuarán el aislamiento del presidente Macron, hasta que se vaya –en 2027. A no ser que él mismo reconozca que su dimisión es lo único que puede desbloquear el país.
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