miércoles, 8 de junio de 2022

LAS MODISTAS de AUSCHWITZ Estudio Superior de Confección

 


 LAS MODISTAS  de AUSCHWITZ

Estudio Superior de Confección


Con ese pomposo nombre (Obere Nähstube) era designado el taller de diseño y confección que funcionaba en el siniestro campo de exterminio de Auschwitz. 

Las modistas, deportadas en su mayor parte judías, cosían para su selecta clientela que no era otra que la compuesta por las mujeres de los jefes de las SS y de otros gerifaltes del régimen nacionalsocialista del campo y de fuera de él: Magda Goebbels, esposa del ministro de Ilustración y Propaganda de Hitler, Emmy Goering, casada con el Reichmarschaff, o Hedwig Höss, esposa del comandante en jefe del campo que fue quien puso en marcha el taller. 

 La elegancia de dichas damas se codeaba, es un decir, con los harapos a rayas que vestían las deportadas; la esencia del régimen infame que combinaba los privilegios de los suyos con la fabricación de cadáveres y con los procesos de despersonalización que se perseguían en tal lugar. 

Aquellas mujeres (Irene, Renée, Bracha, Katka, Hunya, Mimi, Manci, Marta, Olga, Alida, Marilou, Lulu, Baba, Boriskha y otras más que no son citadas en el libro), cuyos nombres se usaban en el lugar de trabajo utilizándose en el resto del campo su número de identificación tatuado en sus brazos, eran las trabajadoras del taller y son las protagonistas de este libro. 

 De todo esto habla Lucy Adlington en su «Las modistas de Auschwitz», editado por Planeta.

 Ya con anterioridad había escrito la historiadora y escritora sobre el asunto en su La cinta roja, de la que di cuenta en esta misma red: Modistas en el Lager – Kaos en la red, si en aquél se presentaba una versión ficticia de ese mismo taller, calificada como novela para adolescentes por la propia autora, en la presente ocasión no estamos ante una novela o si se quiere se trata de una docu-novela, ya que la escritora no ha dejado archivo sin visitar, entrevistando a la única protagonista que todavía vive, Bracha Kohút, de soltera Berkovic, que tenía 98 años cuando se entrevistaron y que murió el 14 de febrero de 2021 en California, y/o a familiares o conocidos de ellas.

 Al publicar La cinta roja, pensando que aquella historia ya no daba para más, como explica ella misma, se produjeron una serie de comunicaciones de lectores y lectoras que podían aportarle más datos sobre el asunto; se puso en contacto con ellas y a la labor, y ahora entrega el exhaustivo resultado. 

 Nadie que se adentre en el libro podrá poner en duda que la mujer pisa fuerte el terrenos, o los terrenos, que transita: así, queda subrayado en lo qua hace a las cuestiones de la moda en los años que preceden al ascenso de los nazis al poder, y a sus años de dominio en los que se traba de distinguir el modo de vestir ario con el proveniente de París o Hollywood; se trataba de marcar la diferencia en el sentido de unos hábitos más austeros y menos blandengues y esteticistas que los que llegaban de los polos mundiales de la moda degenerada; para ello la mujer nos acerca a las diferentes revistas que se difundían en capitales como Praga o Berlín. 

No se priva la autora de detenerse en la importancia que cobraba la cuestión de los uniformes para dar una imagen que correspondiera a una ideología parda y negra, y que mostrase la pretendida valentía y arrojo a quienes los lucieran. 

Las rigideces señaladas del ideario de Goebbels y compañía se relajaban cuando se trataba de las señoras ligadas a la cúpula del nacionalsocialismo.

 Si en el terreno de la moda, y sus variantes, se ve la seguridad con que avanza la escritora, igualmente muestra su dominio al ir exponiendo la vida de las mujeres que llegarían a trabajar en el taller nombrado, avatares existenciales que van siendo entrelazados con las vidas y ascensos de los pro-hombres del partido nazi, a la vez que se van dando a conocer los pasos que daban los gobernantes en lo que hace a hacerse con las riendas de la sociedad en general, y de los negocios y centros de producción como saltaba a la vista en el abierto propósito de desbancar a los judíos de sus negocios en el mundo del ramo textil, de modo y manera que las llamadas a cierta sencillez en el vestir, esfera ideológica, iba acompañada de campañas de expropiación, amenazas, etc. con el fin de hacerse con el poder de las propiedades judías, que eran dominantes en tales pagos de la producción, hasta el ochenta por ciento del ramo, almacenes y franquicias, estaba en manos de fieles de tal religión, convertida en raza por un siniestro y paranoico abracadabra de racismo higienista.

 La imposición del monopolio ario se tradujo en el Adefa, Federación de Fabricantes Alemanes Arios de la Industria de la Ropa. 

 Dos ventanas dejaban entrar la escasa luz al sótano en el que las mujeres tocadas de pañuelos blancos cosían sin parar, en jornadas que alcanzaban habitualmente las diez horas o más. 

Desde aquel reducto, por las ventanas nombradas, no se veía el cielo de la libertad sino al infierno de la aniquilación.

 En las mesas todos los instrumentos propios de un taller de tales características: ovillos de hilo, tijeras, tizas, telas, metros, revistas de moda y papeles para realizar los patrones para la confección de los vestidos y trajes de las selectas clientas que contaban con un probador privado, que era dirigido por Marta Fuchs una eficiente mujer de Bratislava que ya había mostrado su pericia en diferentes talleres de su país e igualmente de Alemania; la mujer era sirvienta de Hedwig Höss, viendo ésta la habilidad para la costura de Marta al confeccionarle un abrigo de pieles, ideó poner en marcha el taller del que hablamos. 

El lugar era una Babel de procedencias y sus respectivos idiomas: eslovaco, húngaro, alemán, polaco y francés, ha de tenerse en cuenta que entre las jóvenes detenidas, que apenas superaban los veinte años, se contaban un par de comunistas francesas detenidas por haber participado en la resistencia contra la bota nazi, Alida y Marilou.

 El silencio no era la norma, ya que los lazos entre las allá recluidas se estrechaban, alcanzando la esfera de la intimidad, reinando al tiempo unas relaciones de solidaridad que propiciaban cierto espíritu de resistencia, en aquel ambiente realmente gélido en lo atmosférico que contrastaba con el calor humano entre ellas; varias resultaron asesinadas cuando intentaban huir de aquel universo concentracionario.

 En total eran veinticinco las mujeres que allá trabajaban y cuando alguna de ellas era trasladada del puesto, el temor crecía acerca de su posible destino que podría ser el camino que seguirían otras hasta convertirse en humo; Marta exigía que la sustitución de la ausente fuera inmediato, intentando que el número de trabajadoras creciese ya que aquel trabajo era un verdadero refugio, en el que había un trato propio de personas, excepción con respecto al que imperaba fuera de él, en el lager.

 No está de más señalar que Marta Fuchs era miembro de la resistencia dentro del campo y buscó la manera de sacar al exterior informes sobre las tropelías que allá reinaban, ayudando a los internos y logrando escapar del infierno en una huida en la que algunas no tuvieron tanta suerte como ha quedado señalado líneas más arriba; tanto ella como algunas más del taller ayudaron a otras reclusas, haciéndoles partícipes de algunos privilegios con los que ellas contaban tanto en lo referentes a higiene como a alimentos, sin obviar la posibilidad que ellas tenían de escuchar los noticiarios radiofónicos pudiendo así dar a conocer a otros detenidos cómo iba la marcha de la guerra; «la resistencia siempre merece la pena, mientras que la pasividad significa muerte», que decía Herta Mehl, miembro de la clandestinidad comunista en Auschwitz-Birkeneau. 

 La autora retrata con cercanía la vida del lugar y no se priva de desvelar algunos problemas que surgían, como el día en que la plancha quemó un vestido ya acabado que iba a ser probado de inmediato; Marta con su arte, sustituyó la prenda convenciendo a la clienta, como todas, esposa de un alto mando del cuartel de las SS de Auschwitz, ante sus dudas, de que aquél era el traje que ella había elegido. 

Se evitó así el mal trago y el pánico de que se fuera a tomar represalias contra ellas.

 No aplicaban aquellas damas, me refiero a las clientas, la política de exterminio de los parásitos judíos, al no dolerles prendas de servirse de ellas para lucir sus lindos vestidos, llegando a establecer relaciones realmente cercanas con ellas. 

En la medida que se pasan las páginas del libro vamos conociendo diferentes avatares del funcionamiento del campo de la infamia, los artículos rescatados de los almacenes, conocidos como Canadá, en que los SS guardaban los bienes requisados a los que llegaban, o las relaciones con detenidos destinados a alguna fábrica de municiones, o a ser los acompañantes a las cámaras de la muerte a quienes eran condenados tras la inicial selección, los sonderkommandos; acompañados tales hechos de fotografías de diversos álbumes, sin hurtar a los lectores las maldades sin cuento que allá se producían, que en el colmo de las paradojas se cruzaban con los cánticos de la orquesta de deportadas interpretando a Franz Listz. 

 La costura como tabla de salvación, del mismo modo que a otros les favoreció el oficio, el de químico de Primo Levi que le hizo evitar la intemperie gélida al ser destinado a un laboratorio de la empresa IG Farben, o a otros el dominio del idioma, como a Hans Mayer…a estas mujeres, en su mayoría judías reitero, les salvó su habilidad en el uso de la aguja. Once capítulos que no dan tregua y que se ven salpicados con fotografías de las protagonistas y de revistas y carteles de moda de la época, que es el centro de gravedad desde el que Lucy Adlington enfoca el análisis de aquél lugar en donde la ignominia y el asesinato al por mayor reinaban implacables.  En la lectura vienen a la mente las reflexiones de Bruno Bettelheim, que probó dichos campos, sobre el trabajo sin sentido, y no productivo, a que se obligaba a los deportados con el fin de someter sus cuerpos y sus mentes, como puede leerse en sus Sobrevivir, editado en Grijalbo, o El corazón bien informado, publicado en FCE; situación que no se daba en el trabajo del taller del que hablamos, ya que allá el trabajo era creativo y tenían un claro sentido, si bien lo realmente chungo es que se trabajaba para el lucimiento de las mujeres de los verdugos; resuenan igualmente las cavilaciones de Primo Levi acerca de la zona gris ( «zona de contornos mal definidos , que separa y une al mismo tiempo a los dos bandos de patrones y de siervos. Su estructura interna es extremadamente complicada y no le falta ningún elemento para dificultar el juicio que es menester hacer», que se lee en su Los hundidos y los salvados, Muchnik Editores, 1989) muy en especial, por ejemplo, cuando se ve a Hunya trenzando látigos que luego eran usados por los crueles verdugos contra los encerrados, en palabras del italiano todo superviviente lo había sido a costa de algunos privilegios contraídos a costa de otros… si bien es cierto que estas mujeres se beneficiaban de unas condiciones mejores que el resto de encerrados que también lo es que prestaban solidario apoyo a los demás condenados del campo.


  Por   para Kaosenlared






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