La guerra en Ucrania comenzó en 2014
En Ucrania no comenzó ninguna guerra el 24 de febrero de 2022, la verdadera guerra en el país comenzó el 21 de noviembre de 2014 en el conocido como Euromaidán, un golpe de estado dirigido, organizado y pagado por Estados Unidos y sus aliados, como han reconocido sus actores en numerosas ocasiones de manera clara y sin ambages.
De la naturaleza neonazi de ese golpe tampoco caben dudas: las milicias de extrema derecha del Prevvy Sektor y de Svoboda dirigieron la movilización en las calles y ejecutaron las órdenes de disparar a manifestantes y a la policía para amplificar las revueltas.
Ese guión también se usó en Libia o en Siria, es de sobra conocido. La diferencia con Ucrania es que aquí se conservan grabaciones donde la entonces jefa de la diplomacia europea, en una conversación telefónica con el ministro de exteriores de Estonia, habla de que los asesinos de manifestantes, en realidad eran sus cachorros europeístas.
Pero aún hay más, ministros abiertamente nazis entraron a formar parte del gobierno del Maidán, a pesar de la condena que este partido había recibido del Parlamento Europeo dos años atrás. Ese gobierno democrático prohibió al partido comunista presentarse a las elecciones, pero también a otros partidos de izquierda como los que habían ganado limpiamente las elecciones.
Paralelamente, comenzó abiertamente una persecución contra cualquier resto de cultura, lengua o tradición rusa en el país, lo cual es un absurdo, teniendo en cuenta que la actual Ucrania se asienta mayoritariamente sobre territorios rusos anexionados en fechas bien recientes.
Tampoco es baladí que el ruso sea la lengua materna mayoritaria en todo el este y el sur del país, algo que los gobiernos nazis salidos del Maidán quieren revertir a golpe de leyes y de bombas de mortero. Las milicias violentas que actuaron de punta de lanza del golpe de estado, se han incorporado a la policía y al ejército de Ucrania.
Su deseo y sus planes eran acabar con toda la población rusa de la República, para así no tener problemas de ningún tipo en el futuro. Sus gentes ya participaron en el genocidio en Polonia en la II Guerra Mundial y saben de lo que hablan. Hoy pasean la foto del líder genocida Stepan Bandera por las calles de Kiev, cubren edificios públicos con su imagen y ha recibido honores en el parlamento ucraniano, en la rada suprema de la capital.
Sin embargo, imagino que para no agravar las cosas, Putin desechó la idea de hacer lo mismo con las dos provincias orientales, lo que, a la postre, se ha demostrado un grave error estratégico que ha tenido que enmendar 8 años después (la reacción europea no hubiese diferido de la mantenida con la anexión de Crimea).
Como todo el este y el sur de Ucrania, forman parte de la República soviética ucraniana desde 1922 (realmente Ucrania se convirtió en un Estado independiente el 24 de agosto de 1991) y su composición étnica es mayoritariamente rusa, como no podía ser de otra manera.
Donetsk y Lugansk, el Donbás, se declaró independiente en referéndum popular. Así comenzó la guerra contra las dos provincias que no reconocían a la Kiev fascista.
Las fuerzas más salvajes nutridas con las milicias neonazis, como el batallón Azov —esos que enarbolan la esvástica con una mano y la de la OTAN con la otra— protagonizaron los vanos intentos de someterlas a sangre y fuego.
Esa es la guerra de Ucrania, la que muchos no quieren ver, la que siempre quiso EEUU. Hablamos de más de 15.000 muertos que para muchos activistas del “No a la Guerra” han sido absolutamente invisibles desde 2015 hasta hoy.
Gracias a la presión internacional se firmaron dos acuerdos de alto el fuego: el fallido Minsk I y Minsk II que, a pesar de que ha estado oficialmente vigente hasta hace unos días, jamás ha sido cumplido por Ucrania. Kiev, por ejemplo, jamás se hizo cargo de las pensiones de la población del Donbass, tampoco dejó de atacar la línea fronteriza y, sobre todo, jamás hizo los cambios constitucionales que permitirían a sus habitantes formar parte de una Ucrania que reconociera plenamente sus derechos.
Y así ha sido hasta hoy. Europa y EEUU, que hoy se les llena la boca al hablar de los acuerdos de Minsk, han permitido a Zelensky incumplirlos con total impunidad, de hecho lo han alentado a ello.
Envalentonado, el payaso-presidente ucraniano prometió conquistar las provincias rebeldes antes de la primavera de 2022 y eso es lo que estaba preparando desde finales del 2021 con el apoyo militar, político y mediático occidental. Eso es todo.
EEUU y Ucrania sabían la fecha de la intervención rusa porque ellos mismos habían determinado la fecha del ataque sobre el Donbass y sabían que la reacción rusa iba a ser inmediata.
Allí viven casi un millón de personas con doble nacionalidad, rusa y ucraniana, su protección es una obligación por parte de Moscú. La campaña de encubrimiento comenzó en octubre de 2021, con permanentes acusaciones a los movimientos de tropas rusas (¡dentro de Rusia!) cuando respondían a la acumulación de tropas ucranianas en la frontera de Donetsk y Lugansk con intención de invadirlas.
Para comprobar las intenciones de Zelensky, basta observar los miles de incumplimientos del alto el fuego oficialmente registrados por la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) en la línea de separación. La inmensa mayoría de ellos fueron ataques del ejército ucraniano, lo que indica las aviesas intenciones del despliegue bélico orquestado con la inestimable ayuda militar de la OTAN.
¿Por qué no se ha podido llegar a un acuerdo que evitara la guerra? Por un lado, Zelensky, en hora bajas de popularidad, necesitaba un golpe de efecto y pensaba que la invasión del Donbás iba a asentarlo en el poder.
Sus patronos norteamericanos le ofrecieron el apoyo que necesitaban y se creyeron fuertes como para hacer lo que ningún presidente anterior desde 2014 se atrevió a ejecutar.
Por otro lado, Estados Unidos, deseoso de impedir los acercamientos comerciales entre Rusia y Europa, necesitaba una excusa para cortar el flujo de gas hacia Alemania y ya la ha obtenido.
La OTAN, en muerte cerebral como dijo Macron, está sacando músculo (no masa gris) al reavivar la rivalidad de la Guerra Fría. Para Biden, Ucrania ya era tierra conquistada y no iba a soltar el bocado. Jamás iban a renunciar a meter a Kiev en la Alianza porque esa es su estrategia a largo plazo implementada desde los dos 90 del siglo pasado contra viento y marea.
Pero para Rusia, tener armas enemigas junto a Moscú es una afrenta existencial que jamás pueden permitir. Se juega su futuro y la pervivencia como nación, por eso saben que deben enfrentar las sanciones que les impongan, porque la alternativa a medio y largo plazo es acabar balcanizados como la OTAN hizo con Yugoslavia.
Quien no quiere entenderlo es porque está enlodado con las propias mentiras occidentales. En este sentido hay quienes afirman que con la intervención rusa en Ucrania se está evitando una nueva guerra mundial. Una Ucrania en la OTAN acabaría con la doctrina de la destrucción mutua asegurada que mantuvo el mundo a salvo de una conflagración nuclear durante medio siglo.
Y no, no se trata de imperialismo ruso ni ninguna otra estupidez como las que han salido de las bocas de algunos partidos de la izquierda. Ningún país ha sido tan cercenado, troceado y despojado como Rusia en los últimos años. Montones de países que jamás fueron tales, han surgido recientemente de las fronteras de Rusia. Por el contrario, la ampliación de la OTAN sobre las fronteras rusas es un hecho incontestable y esa es la principal causa de la inestabilidad que vivimos en estos días.
Cuando queremos curar una enfermedad no tratamos sólo sus síntomas, sin atacar la raíz originaria. Eso es lo que falta en la mayoría de los análisis que vemos en los medios occidentales. El apetito imperialista de la OTAN es la causa última de la guerra.
La toma de Ucrania tras dos golpes de estado es la chispa que la ha prendido. El uso de terroristas neonazis como mercenarios es un factor agravante en el conflicto del mismo modo que el uso de yihadistas en Oriente Medio. Armar a un peligroso payaso y alentarlo a iniciar una guerra fratricida y genocida es una locura.
Pero aquí hablemos sólo de Rusia y de que Putin se ha vuelto loco, aunque después nos extrañemos porque no entendemos nada de lo que sucede.
Juanlu González
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