¿Fracaso el golpe del 23F? del 29 de enero de 1981 al 17 de febrero, los preparativos del golpe en Melilla (1ª Parte)
El 29 de enero hizo 41 años de la renuncia a la presidencia del gobierno de Adolfo Suárez. Poco más 26 días después se producía un presunto golpe de Estado, del cual hay muchos cabos sueltos, o nudos muy bien atados. También la fabricación de un héroe de ficción y de una gran estafa democrática. hay muchos cabos sueltos que se pueden atar, que de hecho ya se están atando. Lo que a continuación sigue fueron hechos vividos en primera persona, que al principio no relacioné, éramos muy cándidos, por no decir idiotas.
Creo que todos deberíamos hacer memoria, leer lo que se escribió, en el extranjero, el informe de la embajada alemana, el libro del coronel Martínez Inglés, para terminar, preguntándonos si realmente fracaso el golpe de Estado del 23-F de 1981, o si realmente fue un golpe, un autogolpe o un guion de película para hacer del heredero de un golpista dictador un héroe de película de Hollywood. Lo que relato a continuación, como ya he dicho, lo viví en primera persona junto a otros muchos soldados.
Mi conclusión es que Suárez fue una víctima inocente, no así otros. Deberían servir de pista sus palabras:
«No quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España».
El presunto golpe de Estado fue algo que se estaba fraguando desde hacía tiempo. A mi entender Adolfo Suárez no estaba de acuerdo con él, puedo estar equivocado. Tuve la oportunidad de verlo en persona aquel 29 de enero de 1981, y lo que vi, literalmente fue un cadáver y no solo político...
La memoria siempre es frágil y antojadiza, a pesar de ello, mirando las cosas con perspectiva desde el presente, se llegan a comprender cosas que en los momentos en que los acontecimientos tienen lugar pasan desapercibidas ocultas arrastradas por los mismos.
El 29 de enero de 1981, dos de las tres banderas legionarias de Melilla formaron en el fuerte de Rostro Gordo, para recibir la visita del entonces presidente del gobierno Adolfo Suárez. La visita estaba prevista a las 3 de la tarde. Nos hicieron vestir con el uniforme de gala de la legión, en manga corta y con el pecho descubierto en pleno mes de enero. El frío helaba hasta las pestañas aquel día en Melilla la temperatura primaveral se había marchado de vacaciones.
El presidente del gobierno llego sobre las seis de la tarde en helicóptero, que aterrizo allí mismo en la explanada del fuerte. A esas alturas de tarde estábamos helados y tiritando, para combatir el frío nos hacían desfilar a paso legionario a intervalos, el problema es que sudábamos y al pararnos el aire frío nos helaba los riñones. Muchos de quienes estábamos en la explanada en los días posteriores cayeron enfermos.
Cuando Adolfo Suárez pasó revista a las tropas, como ya he dicho me pareció ver a un auténtico cadáver, políticamente ya lo era, vi a un hombre pálido como la cera, acartonado y totalmente demacrado. Podría decir que sus ojos mostraban la misma preocupación o desesperación que muestra una madre cuando le dicen que su hijo va a morir por una grave enfermedad.
Muchos años después supe que el día 22 de ese mismo mes de enero, Suárez fue citado por el Rey para almorzar en La Zarzuela. compartiendo mesa y mantel con significados comensales:
Los tenientes generales Milans del Bosch, González del Yerro y Merry Gordon, responsables militares, respectivamente, de Valencia, Canarias y Sevilla.
Según noticias aparecidas en diarios extranjeros, los tres llevaban tiempo quejándose de la situación española y no ocultan su apuesta por un golpe de timón para enderezar la vida política española. Suárez estaba al tanto de sus conspiraciones y el rey también. El presidente no aceptó las imposiciones del monarca y de los militares golpistas y fue obligado a dimitir.
Aunque Suárez intentó exculpar al rey, según Moran:
«El Rey no solo se lo había pedido, sino que había presionado para que dimitiera, pues los militares amenazaban con un golpe de Estado si Suárez no abandonaba la presidencia. El objetivo era formar un gobierno de concentración, presidido por Alfonso Armada, que incluso contaba con la aquiescencia de los socialistas.»
Terminada la parada militar, fuimos muchos quienes comentamos el aspecto demacrado del presidente del gobierno. No estaría en la explanada de Rostro Gordo más allá de cinco minutos, el tiempo necesario para un rápido desfile legionario. Inmediatamente se marchó de regreso a la península. Doy por sentado de que el encuentro fue breve, puesto que antes de llegar a la Bandera escuchamos el ruido del helicóptero.
Entonces no comprendí el motivo de aquella extraña visita a la guarnición de Melilla, la cual no fue publicitada de ningún modo. Al día siguiente, cuando bajamos a Melilla, nadie sabía nada de la misma. Tampoco fue recogido por los medios de comunicación nacionales, alguna referencia hay, pero mínima.
Por otra parte, si el discurso de la dimisión como presidente del gobierno lo grabó por la mañana del día 29 de enero, ese día no supimos de la visita, hasta la hora de comer, si la visita estaba prevista para las tres de la tarde y no llego hasta pasadas las seis de la tarde, mi conclusión es que no fue a la guarnición de Melilla la única que visito en aquellos días previos al golpe de Estado, que fueron varias. No tenía sentido una visita como aquella en un día como aquel, para presenciar un desfile de menos de cinco minutos.
Unos días antes de aquella extraña visita, según el calendario previsto, nos anunciaron que los legionarios de primer reemplazo de 1979, al cual pertenecía yo, deberíamos entregar la ropa militar el día 2 de febrero para licenciarnos el día 4 del mismo mes. Muy contento llame a mi madre para comunicarle la noticia, diciéndole que me iría directamente para mi pueblo, a Pinarejo, donde el día 5 febrero, Santa Águeda, comenzaban las fiestas patronales.
Llegado el lunes 2 de febrero, comenzamos a preparar toda la ropa militar para entregarla por la tarde en guarnecería. Los legionarios licenciados, ese día ya no participamos en la instrucción, dedicando la mañana a limpiar nuestras armas reglamentarias para entregarlas al cabo furrier. Sobre las doce de la mañana se presentó un teniente de apellido, que prefiero omitir, le llamaremos teniente Rubio, y nos comunicó que no nos licenciamos, que nos marchábamos de maniobras a la península y que los veteranos y sobre todo los tiradores, como era mi caso, éramos necesarios para participar en las maniobras.
Pensamos que se trataba de unas palabras surgidas de un colocón de la hierba que se había fumado, algo habitual en él. No tenía sentido, era algo más que extraño. Siempre cuando debíamos marchar de maniobras lo sabíamos con un mes o dos de antelación. Cuando se marchó el teniente comenzamos a bromear sobre el asunto, nos reímos con ganas, pero solo durante unos minutos, a paso ligero llego el resto de la compañía que se encontraba haciendo instrucción, lo hizo más de una hora antes de lo previsto, confirmando los mandos lo dicho por el teniente.
Sin darnos tregua ni permiso para avisar a nuestras familias comenzamos la frenética preparación de todo lo imprescindible para llevar a cabo las maniobras, en todos aspectos diferentes a las habituales. Lo que más nos extrañó fue la cantidad de munición y explosivos, infinitamente mucha más de lo normal. Para ser unas maniobras improvisadas, fueron varios camiones los que se cargaron, según me dijeron los legionarios que participaron en la carga.
Por otro en lugar de entregar nosotros la ropa, nos entregaron un equipaje de camuflaje y tiendas de campaña, también de camuflaje. Ahora el uniforme de camuflaje es habitual en el ejército, entonces solo lo utilizaban los legionarios paracaidistas. Nosotros vestíamos de verde claro o legionario.
Con todo esto a las siete de la tarde/noche estábamos en el barco que nos llevaría a Almería, donde fuimos a un acuartelamiento que se encontraba a las afueras de la ciudad. Sin apenas dormir, en plena de madrugada nos llevaron a una zona del desierto almeriense cercano a un pueblo que se llama Campo Hermoso. El martes 3 de febrero por la tarde nos dejaron ir a dar una vuelta por el pueblo. Algunos aprovechamos para llamar a nuestras familias y comunicarles la mala nueva, que no sabíamos cuándo seriamos licenciados.
Las maniobras salvo un día que fuimos a tirar granadas de mano y otro día hicimos ejercicios de tiro, algo que hacíamos de manera asidua en Melilla, consistieron en ir por la noche de un lado a otro, cambiando la ubicación continuamente. Auténticas palizas para los pies, yo tuve suerte al estar en defensa contra carros y las marchas la realizaba sobre el vehículo del CSR (Cañón Sin Retroceso). En contrapartida nos tocaba hacer la primera guardia de la noche, ya de madrugada.
Algunos días comíamos de caliente, los menos. La mayoría de los días la comida era enlatada. Y lo más extraño, muchos eran los días que para cada cuatro legionarios nos daban una botella de medio litro de coñac o de anís, algo bastante peligroso, teniendo en cuenta que íbamos armados hasta los dientes. No ocurrió nada afortunadamente.
Los días los pasábamos aburridos, algo de instrucción, pero ni siquiera la cuarta parte que en el cuartel. Lo peor era incertidumbre, porque si algo sabíamos era que aquello no eran maniobras normales. No se va de maniobras para estar mano sobre mano, o jugando a las cartas y armados con munición real. Por más que intentábamos averiguar, no nos daban ningún tipo de explicaciones. Los únicos que parecían tener una actividad intensa eran los altos mandos, que permanecían mucho tiempo reunidos, de vez en cuando llegaba algún helicóptero, pero no sabíamos ni quién sí, ni quién no.
Cada vez la monotonía era mayor, nos extrañaba esa falta de inactividad, esas «maniobras» que solo consistían en estar ocultos durante el día sin hacer nada, como si estuviésemos de vacaciones y andar por la noche hacia otro punto sin razón alguna.
En ocasiones notábamos nerviosismo en los mandos. En dos ocasiones nos reunieron. La primera para darnos un discurso «patriótico» en el cual se nos invitaba a derramar la sangre por Dios, España y el rey. En la segunda ocasión, el 17 de febrero de 1981, después de una nula actividad entre la tropa y muchas idas y venidas entre los mandos y un trasiego todo el día de helicópteros que llegaban y se iban al poco tiempo. Finalmente, el teniente coronel del Tercio Gran Capitán nos arengó con un nuevo discurso patriótico, en esta ocasión leído. En líneas generales nos volvió a decir lo mismo, que debíamos estar dispuestos a derramar hasta la última gota de nuestra sangre por España. Nos dio las gracias por nuestra «entrega generosa a la patria», a la bandera y a su católica majestad. Algo maldije por el hecho de haberme fastidiado las fiestas de Santa Águeda.
Unas horas después llegaron camiones que nos trasladaron al puerto de Almería y de ahí al barco, barco que, al día siguiente, sin demora nos devolvía a quienes debíamos habernos licenciados el día 2 de febrero al puerto de Málaga el día 18, sin apenas darnos tiempo a preparar nada, ni siquiera, entonces algo muy común por ser Melilla puerto franco, a comprar algo de electrónica, tabaco o güisqui. En mi caso no fumaba ni bebía, pero por llevar algo a la familia.
De esto saco tres conclusiones con este relato que se ajusta a la realidad:
La primera, que el golpe de Estado no se improvisó de la noche a la mañana, que Suárez en persona recorrió distintos acuartelamientos, en mi opinión para sopesar los apoyos militares y políticos que tenía, y que posiblemente por no decir seguro, estaba en contra del mismo.
La segunda, que el entonces capitán general de la II Región Militar, en principio, apoyó el golpe y por desconocidas razones, después se volvió atrás.
La tercera, que, por las pruebas aportadas, tanto por la embajada alemana, como por diversas fuentes, tuvo bastante de autogolpe.
Ese golpe escenificado por Antonio Tejero y Miláns del Bosch en su versión más cutre, no fracasó, sino que posiblemente fue un gran éxito, consiguió sus objetivos, generando un clima de miedo y adhesión a un héroe que nunca existió. Quienes lo impulsaron triunfaron y vieron cómo se llevaba a la práctica sus «recomendaciones» principales y su católica majestad quedaba como un «héroe nacional», eso sí, con varias horas de retraso.
¿Fracasó el golpe del 23F? 41 años de una farsa
(la fabricación de un héroe de ficción)
A estas alturas del cuento sería preciso ser muy ingenuo para creer que el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 fue un fracaso, a pesar de la mascarada de ensalzamiento, hoy en el Congreso, de quién fue erigido como héroe sin serlo, y que ahora está huido rodeado de lujos que pagamos todos en Dubái rodeado de traficantes de armas y mafiosos de toda índole, como su amigo entrañable con el que se ve en la dictadura árabe, el traficante de armas Abdul Rahman El Assir.
Que el autogolpe tenía como único objetivo que se cagasen los españoles las patas abajo, estaba claro.
Antes del presunto golpe de Estado las manifestaciones eran multitudinarias y comenzaba a hablarse de la necesidad de una tercera República, el propio primer ministro, Adolfo Suárez reconocía ante Victoria Prego, que no se hacía referéndum sobre monarquía o República, porque la opción republicana habría arrasado por amplia mayoría, según las encuestas que realizaba el Gobierno y diversos medios.
El heredero de dictador y su reinado estaban en peligro. Suárez, a pesar de proceder del Movimiento Nacional, se había creído que la Democracia es la mejor forma de régimen posible y sabía que el heredero del dictador era un corrupto sin escrúpulos, ya por entonces los servicios secretos andaban pagando el silencio de muchos y sobre todo muchas.
Podría ser que tal vez soñara con ser el tercer jefe de Estado elegido de manera democrática, ¿quién sabe? Pero era honrado y leal y nunca traicionaría a quien no merecía esa lealtad.
No era como Ayuso que ha terminado comiéndose a Casado sin ningún tipo de escrúpulos a pesar de que le debe todo lo que es. Lo cierto es que, según diversos medios, rechazó la propuesta del rey y de los militares golpistas de recortar drásticamente aquel sucedáneo fraudulento de presunta democracia y decidieron quitárselo del medio.
Vamos por partes: El presunto golpe de Estado fue algo que se estuvo fraguando desde hacía tiempo, a mi entender Adolfo Suárez no estaba de acuerdo con él, creía en la Democracia, al contrario que su hijo que está en la extrema derecha del PP. Suárez que llegó desde el fascismo puro y duro, terminó siendo demócrata.
Tras habernos licenciado el 17 de febrero, pasé unos días por Sevilla, donde estuve hasta ese 23 de febrero de 1981, que llegué con mi amigo de Utrera a Valencia, sobre las 18:30 horas, enterarnos del golpe de Milans del Bosch a las 19:30. Nos encontrábamos tomando unas cervezas en el bar de un amigo en la Ciudad Fallera, barrio del extrarradio de Valencia donde se encuentran los talleres falleros.
De repente vimos largas colas en una tienda de ultramarinos del barrio, entonces no existía Mercadona ni ningún tipo de supermercado o hipermercado. —¿Qué pasa? —Le pregunté a mi amigo Luis, dueño del bar. —No sé. Hace un momento estaban diciendo en la radio algo de un toque de queda, pero como daba agonía escucharlo, he apagado la radio —dijo, volviéndolo a encender.
La radio daba el pronunciamiento de Miláns del Bosch, machaconamente una y otra vez, entre marchas militares. —¿Estáis licenciados? —Nos preguntó. —Sí, para siempre. —Pues ya veremos si no volvéis a África. Es un golpe de Estado en toda regla.
El general golpista, amigo del rey, seguía sembrando el terror entre las personas honradas y demócratas: «Quedan prohibidas todas las actividades públicas y privadas de todos los partidos políticos, prohibiéndose igualmente las reuniones superiores a cuatro personas, así como la utilización por los mismos de cualquier medio de comunicación social.»
Terminó su alocución con un: «Por todo ello termino con un fuerte: ¡VIVA EL REY! ¡VIVA POR SIEMPRE ESPAÑA!» —Id pensando en volver a vestir el uniforme. Esto termina en guerra. —De eso nada.
Nosotros no volvemos al ejército y menos a Melilla.
Contesté yo, pero los dos pensábamos lo mismo. Ambos habíamos participado en las luchas contra la dictadura y aunque, en mi caso, había abandonado la militancia por no estar de acuerdo con el acatamiento a la monarquía de Santiago Carrillo, mantenía mi activismo antifascista.
Valencia se quedó totalmente bloqueada con más cuarenta tanques en sus calles.
Las personas que se encontraban en el centro de la ciudad trabajando tardaron, en muchos casos, más de cuatro horas en llegar a sus casas.
El centro de Valencia se había convertido en una ratonera, provocando el temor entre la población. Mi amigo Pedro, un taxista que estaba en el órgano del PCPV, fue el encargado de coger todos los archivos de afiliados al partido y enterrarlos en una huerta urbana de Patraix, arriesgando mucho, pues eran varias cajas las que enterró aquella noche.
Debo decir que tanto mi amigo como yo, teníamos miedo, nuestro valor como el de todo soldado se nos suponía, pero al menos en mi caso, no eran un valiente, él tampoco, por mucho que hubiésemos estado en la legión.
Ambos teníamos similar ideología y teníamos muy claro que si se liaba, ninguno de los dos podíamos volver al ejército y que de tener que luchar, lo haríamos de acuerdo a nuestras convicciones democráticas, puestos a morir…
En estos momentos creo que todos o la mayoría, tenemos claro que el 23 de febrero si bien fue un golpe contra las nacientes y más que tímidas libertades de los españoles, no fue contra el Régimen continuador de la dictadura franquista. También tenemos claro que no fue su heredero quien lo evitó.
En ese golpe participaron muchos «héroes del silencio», muchos que deberían haber hablado y callaron y que no hablaran jamás, como Felipe González y otros.
No todos los militares estaban de acuerdo, ya relaté en la primera parte los presumibles intentos de Suárez por evitar ese «golpe de Estado», dirigido en parte contra su persona: la visita al acuartelamiento de la Legión el mismo día de su dimisión y el traslado de las tropas legionarias, y posiblemente a otros muchos acuartelamientos.
Sin convencer a nadie, puesto que el día 2 de febrero nos trasladamos de África a Almería para participar en unas presuntas maniobras militares, que nunca fueron maniobras. Creo recordar que en mi caso, y era tirador de cañón y de misiles, ni hice ni lo uno ni lo otro, mis compañeros tampoco.
Hubo quien en esos momentos no fue un «héroe del silencio»: Jordi Pujol. Debo confesar que la persona de Jordi Pujol, no es santo de mi devoción y es un corrupto como lo es su amigo.
Sin embargo, yo le concedo un mérito y un valor que no tuvieron otros y no me refiero en este caso solo al rey: Sobre las 20:30 horas Jordi Pujol fue la persona más valiente y responsable de toda la clase política española, el único que tomo la iniciativa que debería haber tomado quien varias horas después y para la historia de esta farsa, se llevó el mérito.
A través de Radio Nacional de España de Barcelona se dirigió a toda España para decir lo que estaba ocurriendo y además lo hizo en castellano, sin necesidad que los reaccionarios de la caverna fascista le gritara eso de «Pujol, enano, habla castellano».
Sí habló en castellano y como servicio a España, al contrario que los golpistas que querían apuñalar a España por la espalda y la apuñalaron, cuarenta años después seguimos con el puñal clavado y sin poder avanzar democráticamente, aguantando a una institución podrida hasta la médula.
Que hablase en castellano sumaba un plus de inquietud, en mi caso fue la primera ocasión en que le escuche hablar en castellano, la segunda vez en un encuentro personal en San Mateo - Castellón.
No era a Jordi Pujol a quien le correspondía ese discurso tranquilizador, que no tranquilizó. Jordi Pujol, hablando en castellano y dirigiéndose a todos los españoles para decir que no iba a pasar nada y que tenía parte del ejército y al director general de la guardia civil a sus órdenes.
Que había hablado con autoridades europeas que le habían asegurado que no permitirían un golpe de Estado en España. Lo cual, recordando las traiciones de Europa a España, no era ninguna garantía.
La verdad que no tranquilizaba, al contrario, dejaba claro que algo gordo estaba pasando cuando fue él y no quien esperó varias horas para desautorizar ese presunto golpe de Estado, propiciado por el entorno del rey o por él mismo.
Teniendo los santos huevos no desautorizar a los golpistas hasta la una de la madrugada, cuando ya el terror se había apoderado de los españoles y el golpe de Estado había triunfado, porque triunfó y logró su objetivo.
La pregunta del millón en este caso no es una, sino varias y que dejan bastantes respuestas claras y otras muchas en duda, son: ¿Por qué razón no se dirigió el presunto inductor travestido en «héroe del 23-F» a los españoles inmediatamente después de producirse la intentona o al menos antes que Pujol?
¿Esperó, si no estaba en el asunto, para ver qué cariz tomaban los acontecimientos para posicionarse e inclinarse a un lado u otro de la balanza?
¿Por qué razón o motivo el PSOE a través de Enrique Múgica consultó o propuso a Jordi Pujol, sustituir a Adolfo Suárez por un militar de «mentalidad democrática»? ¿Por qué motivo o razón hay tantos silencios y tantas respuestas sin responder 41 años después?
¿Cuántos españoles creemos en estos momentos que no fracasó aquel golpe del 23 de febrero de 1981? ¿Acaso ese golpe no sirvió para llevarnos a la situación actual de descomposición de las formas presuntamente democráticas generando corrupción en todos los estamentos e instituciones del Estado?
Hoy 41 años después, los ciudadanos sabemos que vivimos en una reino donde corrupción la premian los votantes de los partidos corruptos.
Como ha ocurrido esta semana, que un caso de corrupción en la Comunidad de Madrid, ha hecho caer a quien lo ha denunciado, mientras que quien ha tejido presuntamente (por imperativo legal) un a rede de corrupción familiar, se va de rositas y además con el apoyo de buena parte de la población.
España es ese país en el que se premia a los corruptos, precisamente, porque quienes roban no son repudiados, sino admirados y votados. Esto no quiere decir que todos los españoles seamos cómplices de los corruptos, al menos la mitad de nosotros, no votamos a ladrones.
Hoy, 42 años después, el golpe primigenio del 18 de julio de 1936, sigue extendiéndose y consolidando sus ramas clientelares por toda España, un país donde venció el fascismo y se continúa honrando a criminales y ladrones hasta en las catedrales.
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