domingo, 17 de enero de 2021

CUENTOS POPULARES DEL RÉGIMEN – LA INFANTA Y EL JUEZ (No apto para niños críticos)

 

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CUENTOS POPULARES DEL RÉGIMEN – LA INFANTA Y EL JUEZ 

 

(No apto para niños críticos)

 

Érase una vez que se era, no hace mucho tiempo, hijo mío, en un reino cuyo nombre avergüenza pronunciar, antaño reserva espiritual de occidente, que una de las hijas de un rey bondadoso y campechano desposó con un avariento plebeyo ansioso de riquezas. 

 

La tierna y bella infanta, toda ella inocencia y candidez, por amor, se dejó engatusar por el interesado vasallo, que acumulaba riquezas sin cuento sin que ella sospechara su infame procedencia, que lo era, y mucho.

 

Con el cuantioso fruto de los pillajes el codicioso plebeyo le regalaba palacios, carrozas de lujo, perfumes caros, ropas esplendorosas y viajes a mansalva. Todo ello para embaucarla más y tenerla ciega de amor, pensando la pobre infeliz que todo le era dado por su condición, pues sabido es que reyes y príncipes no ganan nada con el sudor de su frente, sino que todo le viene de arriba. Y así pensaba ella, en su infinita candidez.

 

Pero hete tú aquí, hijo mío, para que veas lo mala que es la envidia, que un malvado juez puso los ojos en la inocente infanta. Durante meses conspiró en secreto, con datos absurdos y denigrantes, para perderla, mancillar su nombre, condenarla por cómplice del miserable esposo y encerrarla en el torreón de un castillo. ¡Ay, qué desgracia! Si Dios borrara a los malvados de la faz de la tierra, el reino del que te hablo sería el paraíso. 

 

Pero no, aquel perverso juez, habiéndose ganado la voluntad de las almas más negras y populistas del reino, que eran la mayoría, señaló a la infanta con su dedo soberbio, arrugado, de largas y amarillentas uñas, y la sometió al escarnio del populacho. ¡Ay, qué desgracia! ¡Ay, qué injusticia! ¡Ella, tratada como una sirvienta de palacio!

 

Durante meses la candorosa infanta era consumida por la pena, desterrada en tierras norteñas y frías, viendo a su padre triste, sin ganas de cazar elefantes, desganado de cortesanas y oyendo al perverso juez, en nombre de la ley, acusarla de saber lo que su inocente corazón nunca llegó a sospechar.

 

 ¡Aquellos palacios! ¡Aquellas carrozas! ¿No eran acaso prebendas de su condición real? ¿No lo merecía por ser quien era? ¿Cómo iba a tratarse de rapiña? De toda la vida de Dios los reyes cogen aquello que se les antoja, y eso no es robar, robar es llevarse un chorizo del Mercadona o una lata de atún, hijo mío.

 

 Los reyes no roban, cosechan. Robar es cosa de criadas, no de infantas.

 

Pero hete tú aquí, para que veas que los rezos de los obispos sirven para algo, que un bravo caballero salió al quite de tamaña injusticia. Nada menos que un fiscal de postín. ¡Cuál no sería la perfidia del juez que hasta el encargado de acusar, el fiscal, hastiado de tanta iniquidad, salió en defensa de la inocente infanta!

 

 Y descubrió la conspiración, sí, y la puso en conocimiento de la plebe, y desde el primer vasallo del reino hasta el último, todos se llevaron las manos a la cabeza, escandalizados. 

 

Por algo sería. Para que veas, hijo mío, que la justicia existe. Si alguna vez te acusan en falso de robar un chorizo o una lata de atún en el Mercadona, no te develes, que la justicia en el reino es tan justa, tan justa que, si no lo hiciste, de seguro el fiscal alzará su colérica voz en tu defensa. Colorín azulado, este cuento no ha acabado.

 

 Por el 17/01/2016 

 

 


 

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