A salvo de la furia alucinante de Donald Trump, en Europa no se sienten obligados a disimular mucho cuanto piensan de quien se tomó libertades tan exageradas como su petulancia, en lo tocante a las relaciones internacionales. Llaman, en principio, y ante los imperios de la necesidad sanitaria y económica actuales, a relanzar los nexos múltiples entre Washington y Bruselas.
Posiblemente el prototipo de mayor precio y notabilidad sobre el relativo distanciamiento a los dos lados del Atlántico, lo dio Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido, país que por paternidad y tendencias, ha sido valedor y hasta cómplice de lo emprendido desde la Casa Blanca. El conservador británico, conceptuado como el principal aliado de Trump en el Viejo Continente, es uno de los gobernantes que reconoció como presidente a Joe Biden en cuanto el Colegio Electoral dio su dictamen a mediados de diciembre, aunque Trump estaba litigando esa realidad.
Después, coincidiendo con la investidura del presidente número 46 de los Estados Unidos, dio énfasis a su reconocimiento, subrayando la inmediata disposición a conjugar “los intereses comunes entre ambos países en materia de defensa, seguridad, la custodia de la democracia y el cambio climático”. Londres aparece confiado en la buena fortuna de un trabajo inmediato e íntimo, con la nueva administración norteamericana para espolear valores comunes.
El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, envió mensaje parecido a Joe Biden, pero proponiendo un nuevo "pacto fundador" de las relaciones bilaterales. Solo el calificativo indica que se consideraban rotos o muy estropeados los vínculos entre los dos bloques.
"Hoy –dijo Michel este 20 de enero - es una oportunidad para revitalizar nuestra relación, que ha sufrido mucho en los últimos cuatro años, en los que el mundo se ha vuelto más complejo, menos estable y menos predecible". "En el primer día de su mandato, dirijo una propuesta solemne al nuevo presidente: construyamos un pacto fundacional por una Europa más fuerte, por una América más fuerte y por un mundo mejor".
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, a su vez, consideró ante el Parlamento Europeo: "La jornada trae buenas noticias", aludiendo a Biden y mostrando confianza en el rescate de las extraviadas relaciones.
Otro político alemán, el presidente Frank-Walter Steinmeier, no ocultó su "gran alivio" ante el arribo de Joe Biden a la jefatura de EE.UU. Acentuó la percepción lenitiva que da el cese del intransitable ex mandatario que tanto irritó a su país y al resto de los mortales. Dio especial certeza al afirmar que ese sentimiento lo experimenta "mucha gente" en Alemania.
Steinmeier usó el saludo al flamante mandatario norteamericano y su regocijo ante la partida del anterior, advirtiendo lo pernicioso de la polarización y los populismos. Aseguró en específico su fe en la avenencia con el equipo que se estrena, considerando que en el futuro "las divergencias de puntos de vista no nos separarán, sino que nos harán buscar soluciones comunes de manera aún más intensa".
Los criterios germanos tienen fuerza por su poder económico-financiero así como por el influjo dentro de la Unión Europea, por razones de esa índole. Ángela Merkel, actual canciller, fue la más sincera y osada cuando tiempo atrás aludió a los excesos trumpianos, desde una ruda elegancia de la cual carece el defenestrado.
Alemania, por demás, es sede de la base estadounidense de Ramstein donde radica el cuartel general de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos en Europa. Fue el emplazamiento en 1983, de los misiles nucleares Pershing II, que provocaron una de las más extensas y mayores protestas del movimiento pacifista. En distintos puntos de este territorio hay unos 35.000 soldados estadounidenses. Trump decretó el traslado de buena parte de esos efectivos hacia Polonia, más proclive a Trump que Berlín, aun cuando estratégicamente les convenga mantenerse donde están.
La confianza en la restauración de los nexos parte de las conveniencias de Washington y de las habilidades conciliadoras de Biden quien estuvo al frente del Comité de Exteriores del Senado, desde donde se distinguió como alguien capaz de conseguir entendimiento entre posturas enfrentadas.
Bajo la presidencia de Barack Obama Biden demostró eficiencia en el trato con otros gobiernos extranjeros, en especial con los principales socios europeos. Su índole de convencido multilateralista es bien apreciada por cuantos prefieren esa perspectiva en oposición a la exagerada unilateralidad de Trump y su proteccionismo exacerbado y poco conveniente en tiempos de globalización.
Las expectativas de la comunidad internacional parten de los desastrosos 4 años recién concluidos. Biden implica confianza hasta en la apetencia por un marco de relaciones diferentes, pues la propia Europa comprobó que necesita mayor autonomía si no quiere verse de nuevo colgada de la brocha. Se me perdonará la irreverencia oportunamente ilustrativa.
Estados Unidos está obligado a recomponer su sitio en la arena internacional luego de esas rupturas o alejamientos desventajosos. El gobierno de Biden devuelve confianza y se cree posible un relajamiento de tensiones y alivios significativos.
Apenas jurar mandato, el nuevo jefe de estado decretó la reanudación de las obligaciones con el Acuerdo de Paris para protección del ecosistema planetario, y como primera muestra de su voluntad anuló la construcción del muy cuestionado oleoducto Keystone XL criticado por indígenas y grupos ambientalistas, dado que el crudo de las arenas bituminosas canadienses clasifica entre los más sucios del mundo y contribuiría a la crisis climática. Con movimiento similar ha dictaminado el retorno a la OMS organismo al cual ofrece colaboración en cuanto a las vacunas para inmunizar del SarCov2.
Fuera de esas muestras de prudencia, está por comprobarse el sitio que ocupará Estados Unidos en los grandes escenarios mundiales y si se procede a fondo al enmendar las peores decisiones de Trump, quien ignorante de sus desaciertos alegó poco antes de reincorporarse a la vida privada que “Hemos restaurado la fortaleza en casa y el liderazgo estadounidense en el extranjero. El mundo nos respeta de nuevo”. Obvio que se lo cree aun cuando hasta Benjamín Netanyahu se desmarca de él pese a los increíbles beneficios que le otorgara a Israel.
En esa zona del mundo Biden puede probar sus capacidades y voluntad política enmendando el dislate de su antecesor con respecto a Irán. Según anuncia, regresará al acuerdo nuclear con los persas. Algo parecido, pero en su propio contexto, prevé en relación con Cuba. Como no son los únicos países muy maltratados en el cuatrienio vencido, la tarea se plantea bien fuerte. Y si como prometió, rescata el único acuerdo para el control nuclear con Rusia, habrá dado un paso en el camino de la prudencia, incluso si se mantiene hostil con Moscú. Otro tanto queda en suspenso en lo relacionado con las malogradas transacciones comerciales con China y tantos más.
El nuevo ejecutivo cuenta con profesionales experimentados. Eso puede ayudarle a recomponer -en parte- el mapa doméstico estadounidense y también el de la diplomacia, tan maltratada por Mike Pompeo, otro situado allende cualquier conveniencia o salud moral y quien, sin su mentor, queda al pairo.
Los retos son enormes y las reparaciones posibles, incluso si son parciales. Trump deja estructuras maltrechas y un ambiente emponzoñado en lo nacional y muy estropeado en lo externo. Es preciso ennoblecer aberraciones y malquerencias centuplicadas cuando la humanidad atraviesa un momento descomunal en términos sanitarios y económicos.
Que el inefable Trump haya dicho “¡nos veremos pronto!” suena, en medio de tanto, como una vil amenaza a cualquier posibilidad que por pequeña y limitada que fuere, sería preferible a su herencia.
Sin conjeturar excelsitudes de un sistema que no renuncia a su índole, del nuevo presidente sí se espera, un cambio de tono y rectificaciones indispensables. (“Repararemos nuestras alianzas y volveremos a involucrarnos con el mundo”, aseguró). Biden afirma que la democracia ganó al prevalecer por encima de las fatídicas experiencias que le anteceden. Tiene ante sí el tremendo desafío de confirmarlo.
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