Jorge Fernández Díaz, en el Congreso de los Diputados.
José Ovejero vuelve, en medio de todo este desánimo, con una reflexión sobre las nuevas informaciones en torno a la supuesta trama de espionaje en el PP.
Esta vez el regreso no es un regreso. Hemos seguido habitando un
presente continuo que ha hecho que la habitual pausa veraniega haya
pasado casi desapercibida; no nos hemos ido del todo; mucha gente,
porque de verdad no ha podido pagarse las vacaciones o porque necesitaba
compensar las pérdidas de ingresos sufridas durante el confinamiento y
la desescalada.
Pero también quien se ha marchado unos días o
semanas ha sido incapaz de liberarse de las preocupaciones que estaban
ahí antes de las vacaciones: porque familiares enferman, porque el miedo
no se desvanece, porque se empieza a pensar con preocupación en la
vuelta al colegio, porque asistimos con perplejidad y desánimo a la
irresponsabilidad de tantos que deberían ser responsables, porque nos cuesta imaginar un futuro a medio plazo, un futuro que nos rescate de la viscosidad del presente. El futuro inmediato no nos consuela porque es rehén de nuestros problemas actuales.
Y
en medio de todo este desánimo –oigo y leo a tantas personas decir que
no pueden más, que el resistiré optimista y terco de hace poco se ha ido
diluyendo en una resignación apagada–, regresa también toda esa
corrupción que siempre ha estado ahí, ese virus que mina el organismo
del Estado, para el que las teorías de la conspiración sí tienen
sentido: altos responsables de un partido se han dedicado a vaciar de
sentido las instituciones, apartando a jueces molestos y nombrando a
otros afines, supuestamente aliándose con policías corruptos, pagando a
espías para desacreditar a la competencia, urdiendo presuntos actos
delictivos, acabando sin escrúpulo alguno con la carrera de quienes
intentaban oponerse a sus planes, acosando y mintiendo, derrochando el
dinero público para pagar a la prensa que les apoyase en su sucia tarea.
Políticos de misa diaria al frente de una supuesta trama de espionaje de serie B,
o más bien una tragicomedia de enredo en la que, después de cometer una
gran variedad de actos impuros, el presunto principal tejedor de la
telaraña de mugre podía ir a confesarse con uno de sus aliados.
El PP se ha dedicado desde hace años a crear un cuasi Estado paralelo con el que ha vaciado de sentido la palabra democracia,
y se ha reído de la Constitución y de los ciudadanos, también de sus
propios votantes. ¿A quién le va a extrañar que Casado se niegue a
renovar el Consejo General del Poder Judicial y haya hecho todo lo
posible para que Unidas Podemos no tenga acceso a las informaciones del
CNI?
Casado afirma con un cinismo ya marca de la casa que una
parte del Gobierno no respeta a esas instituciones y no se puede
negociar con quienes pretenden destruirlas, cosa a la que se han
dedicado con entusiasmo, aunque con gesto solemne y piadoso, sus
compañeros de filas.
La verdad es que, si entrase algo de aire fresco en
esos cuartos cerrados a cal y canto de los que ha tenido la llave
demasiado tiempo, podría comenzar a desmoronarse una parte considerable
de su poder. Y algunos de los santurrones que nos han venido dando
lecciones de moral y de valores podrían acabar, ellos sí, encerrados,
como se merecen.
Y, por mi parte, pueden poner un crucifijo en su celda.
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