jueves, 20 de agosto de 2020

Acoso y derribo a la democracia

iglesias montero
  Pablo Iglesias e Irene Montero en una imagen de archivo
 

  • "Hostigar al adversario a ver si se aburre y manda todo a paseo y generar un clima que asocie la presencia de Unidas Podemos en el Gobierno con una tensión intolerable"
  • "Esta estrategia pone de manifiesto una realidad: la incapacidad de la derecha para construir un proyecto político propio"
  • "La mejor forma de defender a los compañeros que sufren el acoso y hostigamiento es levantar un muro de derechos democráticos, de libertades y de justicia social"

 

La familia de Pablo Iglesias e Irene Montero (con sus hijos pequeños) ha tenido que abandonar su lugar de vacaciones a la vista de los insultos, las amenazas y el acoso que estaban padeciendo.


 Ha sido noticia en todos los telediarios, pero la desgracia es que no es noticioso, porque estaban en ese lugar intentado escapar de los insultos, amenazas y acoso que llevan sufriendo meses en su domicilio (domicilio aireado, en contraste con los de todos los líderes políticos, hasta la náusea por todos los aparatos mediáticos que en el mundo son). 


 Y ni siquiera son actos aislados. Sumemos las agresiones a la ministra de Trabajo, los destrozos en el coche de la directora del Instituto de la Mujer, el hostigamiento a la portavoz de Unidas Podemos en el Parlamento Europeo y a Juan Carlos Monedero…


¿Muestras de solidaridad de los adversarios? Muchas. Pero con la boca pequeña


 Y con el inevitable  “pero...”. Es sorprendente cómo la derecha española (la de la Ley Mordaza) se apresura a equiparar un acoso sistemático, insistente y planificado en las esfera familiar de líderes políticos con la protesta social, las movilizaciones puntuales y no violentas de protesta por determinadas políticas. 


Significativamente con el movimiento anti desahucios y por la vivienda digna. Sirve para un doble objetivo: deslegitimar la protesta social (es lo mismo que un acoso) y mandar un mensaje claro a sus huestes escuadristas: sigan, aprieten, denles, que en el fondo se lo merecen.


La apuesta es clara: además de hostigar al adversario a ver si se aburre y manda todo a paseo (no lo van a conseguir), generar un clima que asocie la presencia de Unidas Podemos en el Gobierno con una tensión intolerable. La mera presencia. 


Porque, ¿qué reivindican los acosadores? ¿Cuál es su petición? ¿Protestan acaso contra la modificación de los ERTE por el Gobierno, que ha amortiguado la destrucción de empleo durante la pandemia y que los líderes empresariales y de derechas, que se opusieron a ella, piden prorrogar (con las crisis se te pasa el neoliberalismo)? ¿Contra el incremento en la inversión pública en sanidad y educación que el Gobierno del Estado ha garantizado a las comunidades autónomas? No, en absoluto.


 No es una medida o una política lo que les subleva.


 Es la mera existencia del Gobierno de coalición y la presencia de Unidas Podemos en el mismo.


Porque el hecho de que Unidas Podemos y, en concreto, Pablo Iglesias estén en el Gobierno es algo inasumible para la derecha patria. Independientemente de lo que haga o deje de hacer.


 La democracia para los conservadores españoles (que desde el siglo XIX han admitido sistemáticamente decenas de conspiraciones contra las libertades democráticas con tal de evitar el acceso al poder del enemigo) es una democracia con asterisco. Se acepta mientras no gane alguien que quiera cambiar las cosas. 


El filósofo Carlos Fernández Liria, cuando hablaba de los países latinoamericanos, afirmaba que la democracia era “el intervalo entre dos gobiernos de izquierdas”. Eso es precisamente lo que piensa la derecha española.


En el lógico y rico debate ocurrido en los últimos años en la izquierda transformadora española sobre la adecuación o no de participar en un Gobierno en minoría con el PSOE (y en qué condiciones hacerlo), nunca ocupó el centro de la discusión si esa circunstancia estaba fuera de los límites asumibles por los poderes reales de nuestra sociedad; si, lejos de una estrategia de cooptación o invisibilización, lo que iba a ocurrir es una tensión hasta el límite de la formalidad democrática para expulsar a Unidas Podemos del Gobierno.


 Llamamientos a gobiernos de concentración (que no sabemos bien lo que son), el lawfare ampliado por los medios y el hostigamiento en las calles son las tres patas del “track one” de la derecha española.


“Track one” era la denominación que la Secretaría de Estado del premio Nobel Henry Kissinger ponía en marcha para desestabilizar gobiernos progresistas en latinoamérica. Cuando no funcionaba, pasábamos al “Track two”: se busca al Pinochet de turno y se aplica un cuartelazo, gritando que el gobierno es ilegítimo y la patria está en peligro. 


No hay ruido de sables, pero lo de la ilegitimidad del gobierno lo hemos escuchado desde la moción de censura que echó a Mariano Rajoy y, últimamente, a raíz de la huida de Juan Carlos I, pues consideran inasumible que un vicepresidente del Gobierno cuestione los chanchullos de la institución monárquica y argumentan que estamos ante un plan orquestado por Unidas Podemos para reventar el sistema institucional (como si los millones se los hubiera ingresado Pablo Iglesias a Juan Carlos de Borbón en la cuenta).


 Se busca un ambiente que legitime movimientos “raros”. Poca broma.


Esta estrategia pone de manifiesto una realidad: la incapacidad de la derecha para construir un proyecto político propio. Su relato y su discurso es a la contra y personalizado: “Estos no”. 


La derecha está absolutamente instalada en lo que señala Innerarity, que me recordaba el otro día una amiga que sabe mucho: “La política se convierte en diletantismo organizado cuando sus operaciones sólo tienen el valor de un entretenimiento: discutimos más acerca de personas que de asuntos políticos o el valor del escándalo en la política que sustituye al intercambio de argumentos”.


 Esto es: la derecha no tiene otra cosa de qué hablar ni qué proponer más allá de poner toda la carne en el asador para atacar personalmente y deslegitimar a las caras visibles de sus adversarios. Poco les importa usar patrañas para ello o las consecuencias que sobre las vidas personales puedan tener. Todo vale.


Pero esta ausencia de proyecto no se puede combatir en los mismos términos, ni la estrategia de acoso y derribo se va a neutralizar en las instituciones o en las redes sociales. O, desde luego, no solo. 


Allí donde se proponen ataques ad hominem, proyecto, propuesta y transformación.


 Cuando se ponen sobre la mesa acosos y hostigamientos, organización y movilización social.


 Frente al déficit democrático que excluye opciones legítimas del debate público, valores y realizaciones republicanas.


La mejor forma de defender el proyecto del cambio y a los compañeros que sufren el acoso y hostigamiento (y a sus familias) es levantar un muro de derechos democráticos, de libertades y de justicia social que solo deje fuera (y mande al vertedero de la historia) a los mismos que siempre nos han querido llevar a las tinieblas de la reacción, los que se dedican a intentar cortar flores, pero no van a detener la primavera.



 





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