miércoles, 29 de julio de 2020

Boris Johnson, torero




Una de las primeras cosas que pensé cuando Boris Johnson decretó la cuarentena por sorpresa fue en las declaraciones de aquel ministro de Gibraltar que clamaba en perfecto acento andaluz ante una televisión española: "¡Nozotro zemo ingleze!


Casi necesitaba traducción simultánea y subtítulos a varios idiomas, como aquella interpretación mítica del In the Ghetto, de Elvis Presley, en la voz del Príncipe Gitano, en la que la canción discurre a través de tres idiomas, castellano, inglés y principegitanés, y no hay quién se entere de nada. 


Por su parte, el borisjohnsonés resulta más o menos igual de inextricable, hasta el punto de que las intempestivas declaraciones del Prime Minister británico sorprendieron al ministro de Transportes y al secretario de Estado de Londres de vacaciones en las islas Canarias.


 De hecho, también sorprendieron a más de medio millón turistas británicos chapoteando en Benidorm, Magaluf y Marbella, o montados en el avión.


 A saber dónde van a hacer balconing ahora.


 

Según fuentes de Downing Street, el decreto del bloqueo unilateral se preparó durante cuatro horas y se publicó en cuatro segundos, al estilo de aquel montaje en que Boris Johnson lanzaba una pelota de baloncesto a canasta y destrozaba el Tower Bridge de Londres. 


Había hecho polvo de un plumazo no sólo a los hoteleros españoles sino también a varias compañías aéreas y operadores internacionales. 


Más que una medida higiénica, la cuarentena obligatoria parece una respuesta diplomática a la reunión sobre el brexit que mantuvo el pasado jueves la ministra de Exteriores, Arancha González Laya, con el ministro de Gibraltar, Fabian Picardo.


 Desde la Armada Invencible, nuestra particular historia de amor con los británicos está llena de bofetadas así, rápidas e inesperadas. Como en aquel famoso titular del Daily Mail, les da lo mismo que el continente se quede aislado por la niebla que por el coronavirus.


Sin embargo, algo que podríamos aprender de los ingleses es a poner al mal tiempo buena cara, lo mismo que hizo Boris Johnson con el vapuleo del coronavirus. Aprovechó su estancia en el hospital para perder peso y hacer ejercicio, una lección que quiere transmitir a sus compatriotas con una serie de medidas para combatir la obesidad, más o menos al tiempo que se vestía de torero para darnos la puntilla.


 Nietzsche decía que lo que no te mata, te hace más fuerte, un aforismo con el que no estarían de acuerdo ni un parapléjico después de un accidente de tráfico ni una víctima del coronavirus con los pulmones picoteados, casi nadie básicamente excepto Boris Johnson, a quien la enfermedad no habrá fortalecido la cabeza ni afinado el sentido común, pero sí le ha hecho más Boris y más Johnson.


 Los toreros se ponen trajes de luces por algo.


Tal vez la lección que deberíamos sacar de todo esto es que ya va siendo hora de abandonar el turismo como motor principal de la economía española; dejar de invertir en hoteles monstruosos a pie de playa y empezar a invertir en laboratorios; dejar de reclutar camareros y empezar a formar médicos, investigadores y científicos; dejar de invertir en cemento y calimocho y empezar a invertir en microscopios.


 Que más de medio siglo después sigamos basando nuestro precario bienestar en ser el chiringuito de Europa durante dos o tres meses al año, obedeciendo el modelo turístico de Fraga en bañador, Unamuno en Numancia y Alfredo Landa en chanclas, no parece demasiado plausible a estas alturas.


 Pero los medios han informado a coro de ese otro colectivo patriótico y tipycal spanish que se ha echado a la calle para defender sus derechos y reclamar ayudas estatales.


 ¿Los médicos? ¿Los científicos? ¿Los artistas? ¿Los escritores? ¿Los libreros? ¿Los cineastas? ¿Los músicos? Quita, quita: los toreros.



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