La comunidad latina está sufriendo de manera desproporcionada los
efectos económicos y de salud por la COVID-19 y el gobierno
estadounidense los está ignorando.
MIAMI
— El coronavirus destruyó la vida que el mexicano Arturo Morales armó
en Estados Unidos con mucho esfuerzo y dedicación. Su esposa Besabed
acaba de morir por la COVID-19.
Él no tiene trabajo ni ahorros. Y ahora
solo le queda un pulmón —debido a la tuberculosis que sufrió de joven— y
la esperanza de no estar contagiado, como su esposa.
Besabed,
quien sufría de diabetes y le había sido amputada una pierna, tenía una
cita médica en Chicago. “Ella tuvo una cita en la clínica el día 20 de
marzo”, me contó Arturo.
“Y ahí andaba un hombre gritando que tenía el coronavirus.
Y desde allí ella se empezó a sentir mal, como que le faltaba el aire . Al
otro día le faltaba demasiado el aire y la llevamos al hospital,
pero ya no nos dejaron entrar”.
Esa fue la última vez que Arturo vio a Besabed. “Nos despedimos por teléfono”, me dijo llorando. “A ella la pusieron en speaker [en el hospital] para que nos escuchara”.
La tragedia de la familia Morales, con cuatro hijas y un hijo,
no es única. Los latinos están sufriendo de manera desproporcionada los
efectos económicos y de salud por la COVID-19.
El coronavirus ha
subrayado alguno de los problemas médicos que prevalecen en la comunidad
hispana en Estados Unidos —como la diabetes, la hipertensión y la obesidad— y las diferencias sociales respecto a otros grupos de la población.
Aunque
la disparidad con que el virus afecta a los latinos es un problema de
vida o muerte, el gobierno del presidente Donald Trump ni siquiera ha
designado a un portavoz ni ha creado alguna página de internet en
nuestro idioma, y solo tradujo al español, varios días después, la guía de la Casa Blanca para prevenir el contagio masivo.
Ha tratado a los más de 37 millones hispanohablantes
en el país como si no existieran. No hay nadie que les explique qué
pasa, como los doctores Deborah Birx y Anthony Fauci hacen en inglés.
Son los olvidados. Por eso tantos hispanos han dependido de los medios
de comunicación en español para buscar ayuda y sobrevivir.
El caso de la ciudad de Nueva York es representativo. Ahí, el 34 por ciento
de las muertes por el coronavirus corresponden a latinos, a pesar de
que solo son el 29 por ciento de la población. Es el grupo con más
fallecimientos.
Los latinos tienen mayores factores de riesgo.
Muchos suelen trabajar en sectores considerados “esenciales” durante esta crisis, como en plantas procesadoras de carne, y por lo tanto han estado más expuestos al virus.
Trabajadores e inmigrantes latinos constituyen 23 por ciento de la fuerza laboral en la agricultura y la pesca. Ellos nos dan de comer.
Pero tienen muy pocas protecciones.
En California, el estado que más produce alimentos del país, casi el 14 por ciento de los latinos no tienen seguro de salud, al igual que el 28 por ciento de los hispanos en el Bronx y el 71 por ciento en Miami.
El seguro médico es casi inexistente entre los indocumentados del país.
Esto
es particularmente grave en una comunidad donde están presentes
enfermedades silenciosas, como la diabetes y la hipertensión. El 71 por ciento de las latinas y el 80 por ciento de los latinos
tienen la probabilidad de sufrir al menos una enfermedad
cardiovascular, según un estudio del National Heart, Lung, and Blood
Institute. Pero no lo saben.
Casi cuatro de cada diez hispanos que fueron diagnosticados con diabetes no tenían ni idea que estaban enfermos.
La
pandemia del coronavirus ha sido una tormenta perfecta para las
comunidades hispanas.
Además de estar más expuestos al coronavirus —por
padecer condiciones médicas preexistentes y carecer, en muchos casos, de
un seguro médico—, esta crisis ha dejado a millones de latinos sin trabajo y sin dinero.
Una de cada tres familias latinas (el 35 por ciento) reportó que al menos uno de sus miembros perdió su empleo por el coronavirus, según una encuesta de Latino Decisions-SOMOS.
Recuperarse
de esta doble crisis no será fácil. Particularmente si no se recibe
ayuda del gobierno federal. Es incomprensible y cruel que Trump no haya incluido a los aproximadamente 10 millones de indocumentados
en su programa de ayuda.
Muchos de ellos tienen hijos estadounidenses
nacidos en este país. Es irónico que los trabajadores del campo sean
considerados “esenciales” para enfrentar esta crisis y que todos los
días se jueguen la vida. Pero, a la hora de repartir la ayuda, quedaron
fuera por no tener documentos legales.
Afortunadamente, California, que a veces es una especie de isla antitrumpeana, ha decidido ayudar a unos 150.000 indocumentados con un fondo de 125 millones de dólares.
Cada uno podrá recibir 500 dólares (y un máximo de mil dólares por
familia).
“Son nuestros hermanos y hermanas; son las personas que están
ayudando a papá y mamá”, me dijo
el gobernador Gavin Newsom. “El 10 por ciento de nuestra fuerza laboral
está indocumentada.
La mitad de nuestros niños en California nacieron
de padres inmigrantes. Es un asunto de gran orgullo para nosotros. Son
esenciales. Son importantísimos”.
Este
es un programa que ayuda a los más vulnerables de los vulnerables. Se
necesita mucho más que buenas intenciones para resolver un problema
estructural que ha puesto a los hispanos en Estados Unidos en un
altísimo riesgo médico y económico debido al coronavirus.
Programas como
el de California pueden tener un efecto inmediato y positivo en la
comunidad latina. Pero no veo esfuerzos similares en el resto del país.
Los
próximos años no serán fáciles. Los avances logrados en los últimos
años contra el desempleo y la pobreza entre los latinos han retrocedido
en los meses de pandemia. Familias, como la de Arturo Morales, han
perdido casi todo.
Su
esposa Besabed cocinaba los tamales, rojos y verdes, que vendían juntos
en Chicago para pagar la renta y comer. Pero, tras su repentina muerte,
Arturo se ha quedado sin pareja y sin ingresos. “Ahorita mis hijas y
mucha gente nos han apoyado.
Nos han traído comida y un poco de dinero
también”, me contó antes de despedirse, mientras respiraba con la ayuda
de un tanque de oxígeno y se limpiaba las lágrimas. Encerrado en su
casa, solo espera que el virus no lo ataque a él.
Jorge Ramos (@jorgeramosnews) es periodista, conductor de los programas Noticiero Univisión y Al punto, y autor del libro Stranger: El desafío de un inmigrante latino en la era de Trump.
Jorge
Ramos is an anchor for the Univision network, a contributing opinion
writer and the author of, most recently, “Stranger: The Challenge of a
Latino Immigrant in the Trump Era.”
@jorgeramosnews
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