Caravana de Mujeres Centroamericanas.
En situación de calle, bajo el sol en la ruta, abandonados o detenidos en las cárceles de frontera. El covid-19 expulsa a miles de migrantes latinoamericanos que, sin trabajo ni vivienda, emprenden distintas travesías agobiados por el hambre y el miedo.
“Quiero irme a Bolivia, tengo mis
hijas allá, nosotros vinimos solamente a trabajar”, contaba Marina a la
prensa chilena, mientras acampaba frente al Consulado de Bolivia en este
país. Mientras tanto, a miles de kilómetros, migrantes centroamericanos
que tenían como destino la deportación eran abandonados en la frontera
sur de México.
“Nos botaron aquí porque no sabían qué hacer.
Ahora a ver cómo le hacemos para volver a nuestro país sin dinero y con la frontera cerrada”, decía Anthony, migrante guatemalteco.
“Nos botaron aquí porque no sabían qué hacer.
Ahora a ver cómo le hacemos para volver a nuestro país sin dinero y con la frontera cerrada”, decía Anthony, migrante guatemalteco.
Por estos
días América Latina ve crecer el número de contagios, al mismo tiempo
que aumentan las restricciones que vacían las ciudades expulsando a la
población más pobre. Los migrantes son parte de este sector sumergido
que no se puede quedar en casa al vivir al día con trabajos informales y
alojamientos temporales.
Personas que en los últimos años se
desplazaron por razones económicas, pero también forzadas por contextos
de violencia o los efectos que el cambio climático genera en sus
territorios.
“Estamos hablando de flujos mixtos. Las fronteras
entre migrante y refugiado son cada vez menos claras en los flujos
contemporáneos”, explica a El Salto María del Carmen Villareal,
investigadora de la Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro,
especializada en migraciones internacionales y derechos humanos.
Un
fenómeno reciente es el aumento de los flujos intrarregionales que
responden a las restricciones impuestas por el norte global, pero
también a la mejora de las políticas
migratorias que facilitaron la movilidad y las residencias en América
del Sur durante los Gobiernos progresistas.
Según datos de 2019, hay más
de 7,5 millones de migrantes sudamericanos en esta región. El fenómeno
más visible es el venezolano, que tiene como principales destinos
Colombia, Perú y Ecuador.
Pero también aumentó el desplazamiento de
nicaragüenses a Costa Rica o de centroamericanos que tenían a Estados
Unidos como destino y terminaron quedándose en México, debido a los
fuertes controles migratorios que impone el Gobierno de Donald Trump.
La desprotección y el riesgo que supone el contagio los destina otra vez al desarraigo, con un efecto que hasta hace unos meses parecía imposible: el retorno a sus países de origen. “Es mejor vivir la miseria de uno con su familia”, dice una migrante venezolana
Si bien el objetivo de los migrantes es encontrar un
futuro mejor, también es una vía para ayudar a sus familias a través del
envío de remesas.
En varios países esta contribución es muy
significativa a nivel económico: en Haití representan más del 30% del
PBI, en El Salvador y Honduras el 20% y en Guatemala y Nicaragua su peso
es superior al 10%.
Sin embargo, el informe Especial covid-19 de la CEPAL
muestra que debido al coronavirus estas podrían contraerse entre un 10%
y un 15%. El estudio también revela que llevaría entre tres y cuatro
años recuperar el nivel alcanzado en 2019.
Según datos también de CEPAL,
antes de la pandemia, América Latina mostraba bajo crecimiento
económico, la tasa de desempleo alcanzaba el 8,1%, y el trabajo informal
afectaba al 54% de los trabajadores.
Un panorama que se agravará con la
crisis sanitaria, y que si bien los Gobiernos han querido contrarrestar
implementando medidas de apoyo a los sectores más afectados, en su
mayoría son ayudas que están orientadas a nacionales o a migrantes con
sus documentos regularizados.
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La
desprotección y el riesgo que supone el contagio los destina otra vez
al desarraigo, con un efecto que hasta hace unos meses parecía
imposible: el retorno a sus países de origen. “Es mejor vivir la miseria
de uno con su familia”, dice una migrante venezolana que se arriesga a
cruzar con sus hijas a cuestas por uno de los pasos irregulares, los
“tronchos”, que conectan la frontera de Venezuela con Colombia.
La
crisis del coronavirus generó el cierre de la mayoría de la fronteras,
aunque en un continente caracterizado por la porosidad de sus límites el
bloqueo nunca es definitivo. “Allí hay muchísimos peligros.
Son
personas que se han quedado sin nada, que no tenían para comer y que
están tratando de volver para tener un techo. En el caso de las mujeres
es muy importante tener una mirada de género. Porque muchas migrantes
hablan del peaje migratorio, de la posibilidad de ser violadas“, señala
la politóloga brasileña.
En el
caso de Venezuela, el Gobierno de Nicolás Maduro habilitó algunos
corredores humanitarios de retorno. Días atrás salieron diez autobuses
de Cali a la ciudad venezolana de Cúcuta. Sin embargo, la mayoría de las
personas están retornando a través de los “tronchos”, a donde llegan
también decenas de venezolanos provenientes de Ecuador y Perú,
dispuestos a arriesgarse luego de haber atravesado miles de kilómetros.
Según
datos del consulado de la República Bolivariana en Quito, en Ecuador
hay más de 17.000 personas anotadas a la espera de un vuelo humanitario.
En los primeros días de mayo, dos aviones de la empresa aérea Conviasa
llegaron a la capital ecuatoriana y retornaron a Caracas con 180
ciudadanos.
Sin embargo, el cónsul venezolano, Pedro Sassone, dijo que hasta el momento no saldrán más vuelos. “Además de la parte económica está también el lado emocional, que es súper agobiante. La mayoría de los venezolanos se ve sola, y depende de las buenas personas que tengan a su alrededor”, explica a El Salto Lucía León, politóloga venezolana especializada en relaciones internacionales en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.
Sin embargo, el cónsul venezolano, Pedro Sassone, dijo que hasta el momento no saldrán más vuelos. “Además de la parte económica está también el lado emocional, que es súper agobiante. La mayoría de los venezolanos se ve sola, y depende de las buenas personas que tengan a su alrededor”, explica a El Salto Lucía León, politóloga venezolana especializada en relaciones internacionales en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.
En
estos días, muchos venezolanos han sido expulsados de sus viviendas,
sobre todo en Quito y Guayaquil, donde se concentra casi un 70% de los
500.000 que están en el país. Una región en la que también se da la
mayor cantidad de contagios y muertes, lo que incrementa la
estigmatización y xenofobia debido a las noticias falsas que los culpan
de la propagación del virus.
Según cuenta León, “hay muchas denuncias de
que los servicios de emergencia no te atienden si se dan cuenta de que
eres venezolano”. Ecuador dispone de un sistema universal de salud que
incluye a toda la población, algo que no habitual en todos los países de
la región.
También
en Perú, donde viven alrededor de un millón de venezolanos, la situación
es acuciante. Si bien se han generado ayudas mínimas como la de Acnur,
que brinda 80 soles (100 dólares) a migrantes sin importar su situación
legal, para ello es necesario contar con una cuenta bancaria.
“Algo a lo
que no tiene acceso la población que se encuentra en situación
irregular", explica del otro lado del teléfono Martha Fernández,
refugiada que vive desde hace tres años en el país e integra la
Asociación Protección Poblaciones Vulnerables.
En
Brasil, el Estado incluye en sus planes de ayudas sociales a la
población refugiada y migrantes regularizados. Si bien el giro a la
derecha en la región marcó un momento más restrictivo con políticas que
dejan de lado la retórica pro derechos humanos, algunos Gobiernos han
instrumentalizados ideológicamente los flujos migratorios. “En Brasil
tienes a Bolsonaro, que mucha gente podría pensar es un error en todos
los sentidos, que no hay duda de eso, pero él aprobó miles de
solicitudes de refugio para venezolanos”, explica la investigadora
Villarreal. En este contexto, organizaciones de la sociedad civil
organizaron la campaña RegularizaçãoJá, que exige una regularización
permanente para todos los migrantes del país.
También
en Argentina, país con una larga historia como receptor de migrantes,
la Secretaría de Trabajadores Migrantes (STM) tiene el mismo reclamo.
Más en estos días en que el Gobierno de Alberto Fernández creó el
Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), que deja por fuera a los migrante
que no están regularizados o a quienes tienen la residencia legal
inferior a dos años.
En el período del presidente Mauricio Macri se aprobó el Decreto de necesidad y urgencia (DNU 70/2017), que retrasó la entrega de la documentación de residencia. Más de 70.000 expedientes estaban a la espera de su aprobación, multiplicándose en estos días debido a la paralización de las actividades por la cuarentena obligatoria.
En el período del presidente Mauricio Macri se aprobó el Decreto de necesidad y urgencia (DNU 70/2017), que retrasó la entrega de la documentación de residencia. Más de 70.000 expedientes estaban a la espera de su aprobación, multiplicándose en estos días debido a la paralización de las actividades por la cuarentena obligatoria.
El cierre de las fronteras también genera que muchas personas queden cautivas o varadas en las ciudades limítrofes entre los países, sin derechos ni recursos y sin poder volver a sus hogares
La STM tiene un diálogo fluido con el Gobierno de Fernández y en este contexto le envió una carta en la que le solicita el acceso
al IFE sin restricciones, aunque el intercambio con las autoridades es
con una mirada a largo plazo. “Hay que hablar con el Estado de igualdad
de derechos para todos y todas, no paliativos que se den solo durante la
pandemia.
Medidas de 'cuando me sirven regularizo a los migrantes por
un tiempo, y cuando no, que vuelvan a su estadío normal, que es el del
trabajo informal, la trata de personas, la prostitución'”, cuenta a El Salto
Lila Báez, migrante paraguaya, vocera del STM.
Mientras tanto, la
organización está realizando ollas populares en las barriadas y villas
del país, donde vive la mayoría de la población migrante. En estos días
Argentina registró un aumento de contagios de coronavirus, sobre todo en
estas zonas más empobrecidas.
Mientras
tanto, en países como Perú, Chile y México se han establecido medidas
de regularización especial, pero solo para la contratación de personal
sanitario extranjero que no contaba con sus documentos regularizados,
permitiendo que médicos, enfermeros y especialistas de otros países
puedan ejercer durante el período que dure la pandemia.
SIN SALIDA
Pero
el cierre de las fronteras también genera que muchas personas queden
cautivas o varadas en las ciudades limítrofes entre los países. México,
país que con el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador militarizó todo
el territorio y se convirtió en gran receptor de los migrantes que
buscan llegar a Estados Unidos, tiene detenidas a cientos de personas en
sus estaciones migratorias.
“Es una situación difícil, con mucha
población en espera o atrapada, principalmente la población
centroamericana que cruzó el país en las caravanas migrantes. Muchas que
incluso han solicitado refugio o que ya tienen este estatus”, cuenta
Luciana Gandini, especializada en estudios sobre desplazamiento interno,
migración, exilio y repatriación en la Universidad Autónoma de México
(UNAM).
Frente a esta situación, organizaciones de derechos humanos, como el centro Fray Matías de Córdoba,
denunciaron que la situación era insostenible, con las personas
angustiadas debido al encierro indefinido y a la poca información que
reciben en espacios que no cumplen con las medidas mínimas de
salubridad.
En estos días se han realizado distintas protestas en las cárceles migratorias, que fueron reprimidas de manera violenta por las autoridades mexicanas. En unos de estos reclamos, en la estación migratoria de Tenosique, en el Estado de Tabasco, falleció un migrante guatemalteco.
El hombre era solicitante de asilo y estaba previsto que fuera liberado en dos días para continuar con su trámites.
En estos días se han realizado distintas protestas en las cárceles migratorias, que fueron reprimidas de manera violenta por las autoridades mexicanas. En unos de estos reclamos, en la estación migratoria de Tenosique, en el Estado de Tabasco, falleció un migrante guatemalteco.
El hombre era solicitante de asilo y estaba previsto que fuera liberado en dos días para continuar con su trámites.
La muerte del migrante guatemalteco recrudeció las protestas, lo que generó que el Instituto
Nacional de Migración decidiera vaciar algunos de los centros y
trasladar a los migrantes a la frontera sur con Guatemala. “Lo que hizo
fue subirlos a camiones y autobuses, en teoría para devolverlos a sus
países, pero la frontera está cerrada y no los puede devolver.
Entonces los deja en una ciudad fronteriza como Talismán. Imagínate lo que implica eso en términos de xenofobia y de discriminación cuando tú en una ciudad pequeña que ya viene afectada dejas a cientos de personas sin ningún tipo de plan”, señala Gandini.
Entonces los deja en una ciudad fronteriza como Talismán. Imagínate lo que implica eso en términos de xenofobia y de discriminación cuando tú en una ciudad pequeña que ya viene afectada dejas a cientos de personas sin ningún tipo de plan”, señala Gandini.
Junto
a ellos también se encontraban migrantes centroamericanos que Estados
Unidos había deportado en los últimos días, ya que el país no detuvo las
audiencias.
Incluso en el contexto de la pandemia se incrementaron las “devoluciones en caliente”. La patrulla fronteriza tarda 96 minutos en devolver a las personas que detiene en los cruces irregulares.
“Es interesante pensar que el acuerdo por el cual se cerró la frontera entre Estados Unidos y México dice literalmente que se cierra para los flujos no esenciales. Por lo tanto la deportación es considerada un flujo esencial.
Llevada a cabo además sin ningún tipo de control sanitario, lo que implica un riesgo altísimo para México”, afirma la investigadora de la UNAM.
Incluso en el contexto de la pandemia se incrementaron las “devoluciones en caliente”. La patrulla fronteriza tarda 96 minutos en devolver a las personas que detiene en los cruces irregulares.
“Es interesante pensar que el acuerdo por el cual se cerró la frontera entre Estados Unidos y México dice literalmente que se cierra para los flujos no esenciales. Por lo tanto la deportación es considerada un flujo esencial.
Llevada a cabo además sin ningún tipo de control sanitario, lo que implica un riesgo altísimo para México”, afirma la investigadora de la UNAM.
En Lima, capital de Perú, miles de pobladores provenientes de zonas andinas y selváticas que migraron a la capital en busca de mejores condiciones de vida están retornando a sus comunidades rurales
En la página oficial del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE,
por sus siglas en inglés), se reconoce que en los centros de detención
donde son alojados antes ser deportados hay personas infectadas. Sin
embargo, en ninguno de los países se realizan test o se implementan
medidas de aislamiento antes o después de ser devueltos a México.
La
implementación de medidas sanitarias no implica necesariamente el
respeto de los derechos humanos. En Costa Rica, bajo el argumento de
asegurar “la seguridad pública”, el Gobierno instaló una base área
militar en la frontera con Nicaragua para impedir la llegada de
ciudadanos de este país.
También en Bolivia, en la localidad de Pisiga,
frontera con Chile, el Gobierno obliga a los trabajadores que retornan
del país andino a realizar la cuarentena en un campamento militar.
La
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) llegó a exigir “el
desplazamiento inmediato de estas personas a localidades de Bolivia” y
recordó que “los Gobiernos están obligados a recibir a sus migrantes y a
velar por su acceso a la atención sanitaria y a otros derechos”.
TAMBIÉN EN CASA
Pero
la movilidad que obliga la pandemia no solo se da atravesando fronteras
externas. El coronavirus también generó éxodos internos.
En Lima,
capital de Perú, miles de pobladores provenientes de zonas andinas y
selváticas que migraron a la capital en busca de mejores condiciones de
vida están retornando a sus comunidades rurales.
Uno de los flujos se
dirige hacia los departamentos de Ayacucho y Huancavelica, zonas que
alcanzan una tasa del 53% de pobreza.
Según
explica Martín Souto, docente peruano que trabaja asesorando a los
Gobiernos locales de estas regiones, “esto lleva a un redescubrimiento
de la importancia de estas comunidades para la alimentación.
Son
territorios que abastecen el mercado nacional y regional de papas
nativas, habas, cebada”. En total hay 6.600 comunidades campesinas y
nativas que son dueñas de la tierra, pero que pese a la riqueza de sus
campos ven migrar a sus pobladores hacia otros zonas, no solo a la
capital.
El Gobierno
de Martín Vizcarra abrió una página web para que la población que quiera
retornar se inscriba y pueda contar con opciones de traslado. Pero en
estos días 170.000 inscripciones desbordaron la capacidad estatal.
En
Lima se anotaron 13.000 personas para regresar a Ayacucho. Sin embargo,
hasta el momento, regresaron de manera oficial 700 personas. Mientras
tanto, se estima que 6.000 pobladores están retornando por su cuenta.
En
el Perú profundo, el “no oficial”, miles personas se entrecruzan
exhaustas luego de largas caminatas al sol con el único objetivo de
regresar a casa.
Al inicio de la crisis sanitaria se planteó que el virus era un “gran nivelador” que no entendía de razas, clases sociales o procedencia.
Sin embargo, el quedate en casa es imposible para los migrantes
El 16 de marzo, cuando
Perú implementó la cuarentena —hoy uno de los países con más casos—,
las comunidades rurales de Huancavelica cerraron sus territorios. “La
gente decía: 'Si acá entro en crisis, ¿quién me salva? Nadie.
Entonces
que no vengan, porque nosotros estamos sanos aquí'. Se habla mucho de la
solidaridad, pero la gente que es pobre no tiene hospitales en el
campo, está lejos y es precario”, afirma Souto.
Luego de los primeros
días de pánico, ahora la población permite el ingreso de los
retornantes. Incluso se reactivaron las rondas campesinas que nacieron
para enfrentar al grupo armado Sendero Luminoso, y que en este contexto
se encargan de controlar que las personas que llegan respeten el
aislamiento.
La
pandemia encontró a América Latina en un momento histórico de movilidad
intrarregional, con miles de personas forzadas a salir de sus
territorios en busca de un futuro mejor. Al inicio de la crisis
sanitaria se planteó que el virus era un “gran nivelador” que no
entendía de razas, clases sociales o procedencia.
Sin embargo, el quedate en casa es imposible para los migrantes que, sin recursos y con
Gobiernos que los invisibilizan, se ven obligados a emprender otra vez
el camino del desarraigo.
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