Leer al filósofo
surcoreano Byung-Chul Han es reconfortante para entender qué pasa en sociedades
diferentes a la europea-estadounidense, es decir, lo que se conoce como occidente.
Así occidente triunfe
frente al coronavirus ya de antemano parecería que se estuvieran llevando el
trofeo de fracasados. Occidente no ha querido entender que la manera como los
asiáticos le ganaron la batalla al virus corresponde a una concepción de ver la
vida diferente a la de occidente.
Para entender lo
dicho es necesario remontarnos a la Revolución Francesa de finales del siglo
XVIII que puso al individuo por encima de todas las cosas. Todo el pensamiento
que surgió a raíz de la Revolución Francesa, incluyendo el marxismo, tuvo como
referente el respeto a la libertad, la igualdad y la fraternidad.
No obstante, en
la segunda mitad del siglo XX, la filosofía occidental acentuó el
individualismo, el relativismo cultural e incluso el fin de los metarrelatos que le sirvieron a
occidente para imponerse y destruir otras culturas (cristianismo, comunismo,
fascismo, nazismo, etc).
Estos
filósofos, más el surgimiento de las nuevas tecnológicas en el último cuarto
del siglo XX, relativizaron y empoderaron al individuo, al punto que hoy la
frontera entre lo falso y lo verdadero pareciera evaporarse.
El individuo se ha
apoderado de su propia verdad. La autoridad académica, científica o el
individuo docto tan apreciado está en entredicho. La mejor expresión son los fake news y deepfakes.
Si occidente
está en una carrera maratónica para enfrentar al coronavirus utilizando una vía
larga como es la vacuna que estaría entre un año y año y medio, países como Hong
Kong, Singapur, Japón, China, Taiwán y Corea del Sur lo hicieron dejando a un
lado al individuo y recurriendo a la obediencia colectiva.
En contraste con
occidente que entró en paranoia decretando cuarentenas, invocando soberanías,
cerrando tiendas, restaurantes y fronteras a los extraños cuando en realidad
eran ellos los peligrosos por ser portadores del coronavirus, en Taiwán y Corea
del Sur la vida cotidiana seguía como si nada.
Ahora los medios
y algunos filósofos al estilo de Zizek están propiciando, fiel a la tradición
cristiana, una paranoia apocalíptica. Que el capitalismo murió, que la vida ya
no será como antes, que todo será distinto y que después del coronavirus otra
forma de vida social se instalará en el planeta.
Nada de esto sucederá.
El capitalismo, y lo ha demostrado en su corta vida, tiene una capacidad de
reinventarse. Lo que si es cierto es que si no es occidente, serán los
asiáticos que lo sacará avante y más fortalecido.
Lo que sí está
en entredicho son las libertades individuales que se empezaron a moldear desde
ese periodo europeo conocido como el Renacimiento y que se acentuó con la
Ilustración y cuya defensa ha generado muchos horrores. Basta solo recordar la
inquisición en nombre de Dios y las luchas que se libraron contra el totalitarismo
comunista, fascista y nazista, al igual que los populismos de derecha e
izquierda.
Esta es la
verdadera prueba de fuego de occidente.
Presos de las
narrativas que occidente nos brindan a través de la tele y de los celus, —vía face, twitter, whatsapp— nos hemos
olvidado cómo, en la práctica, los asiáticos le hicieron el ole al coronavirus
sin tanto aspavientos.
Desconocer el
papel de los trabajadores de la salud en occidente es como ocultar el sol con
un dedo. Está claro que los asiáticos para enfrentar el coronavirus lo hicieron
confiando en sus matemáticos, programadores, inteligencia artificial, la
tecnología de internet 5G pero, sobre todo, en los Big data. Esos robustos centros informáticos que pueden capturar,
gestionar, procesar y analizar datos, y que no se puede hacer con herramientas
convencionales.
Unos pocos
ejemplos nos pueden dar una idea de lo que está pasando en esos países
asiáticos.
Ver policías poniendo
orden en la calle parecería cosa del pasado.
Para eso están los tracker, personal que durante 24 horas mira
y analiza los movimientos de la gente las 24 horas del día a partir del
material filmado en videos. Estos tracker
son los encargados de llevar a cabo la vigilancia social y digital que en
occidente sería imposible por invasión a la intimidad o al derecho al
desarrollo de la libre personalidad.
El sistema de
créditos social por puntos sería impensable en occidente. Cámaras esparcidas
por las calles —China tiene 200 millones de ellas— vigilan al individuo y
dependiendo de su comportamiento le dan o le quitan puntos. Leer periódicos en
internet da o quita puntos dependiendo si, lo que lee, es afín o contrario al
gobierno. No ser leal al gobierno con lo que se lee es un lío: el riesgo de ser
considerado como un peligro para la sociedad.
No obstante, es
en la lucha contra el coronavirus donde mejor se aprecia el uso de la
inteligencia artificial con todo su arsenal informático. Las cámaras que están
instaladas en las estaciones del metro han ayudado mucho para prevenir el
contagio. Detectar una persona con una temperatura alta le permite al gobierno
enviarle a quienes están alrededor de la persona sospechosa un mensaje de texto
avisando que la persona del lado puede ser portador del virus.
Esa misma labor
la hacen los drones en las calles. Los enfermos de coronavirus ya están
detectados. Violar la cuarentena podría ser sancionado por el mismo dron o en
su defecto, si se rehúsa a aceptar el llamado, a darle aviso a la policía.
Igualmente pasa
en los conjuntos residenciales. Una aplicación en tiempo real le informa a los
residentes en cuáles apartamentos están los contagiados por coronavirus para
prevenir el contacto.
Mientras
occidente no sabe qué hacer con el coronavirus, pues se ha quedado en recuentos
estadísticos diciéndole al mundo qué país ha superado a China en contagiados,
en Corea del Sur crearon una mascarilla utilizando la nanotecnología para
aislar el virus filtrando el aire. Las mascarillas les fueron repartidas a
todos los habitantes. Lo interesante es que es reutilizable si se lava al
cumplirse un mes de su uso.
Los asiáticos ya
le ganaron la pelea al coronavirus, y occidente se niega a aceptarlo. El
problema está en cómo una cultura construye la realidad con el lenguaje. En
occidente existe la tendencia de creer que todo colectivismo es comunismo. Esta
falsa idea solo ocurre porque occidente quiere comprender a los asiáticos con
sus propias ideas. Se les olvida que la mentalidad autoritaria que, en el caso
de China, está ligada a una tradición cultural heredada del confucionismo.
Si en las
sociedades asiáticas existe la obediencia colectiva simplemente es, porque allí
esa cosa que en occidente llaman privacidad para defender al individuo no
existe.
Si, para el caso
de occidente, la libertad individual está en riesgo, lo más peligroso es que no
se sabe qué poder está detrás del coronavirus. Ya occidente, con EEUU a la
cabeza, a través de Netflix y HBO han recreado a través de series para
televisión el mundo de la sociedad obediente y controlada por la inteligencia
artificial, los matemáticos, los programadores y los Big data.
Solo me resta
decir que si quieren entender cómo es eso de la sociedad obediente del futuro
controlada por algoritmos con dos ejemplos bastan: Black Mirror en Netflix y Westworld
en HBO.
¡Da miedo!
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