En España muchos aún no han comprendido que tomarse una cerveza en una
terraza puede matar, mientras el gigante asiático ha conseguido, en
apenas 3 meses, rebajar la tasa de contagios a menos de 20 infectados al
día
El coronavirus es una amenaza histórica y descomunal
que va a poner a prueba no solo la fortaleza de nuestro sistema
sanitario público sino la calidad humana, el grado de solidaridad y el
valor de nuestra población como sociedad y como país. China,
en un ejemplo de poderío que ha asombrado al mundo, ha logrado
controlar la pandemia en apenas tres meses –recordemos que los primeros
casos se detectaron el 1 de diciembre del pasado año en la ciudad de Wuhan−
de manera que si hay algo que ya podemos sacar en claro de toda esta
crisis es que para vencer al maldito germen hay que hacer exactamente lo
mismo que han hecho los chinos.
¿Estamos siguiendo en España esa hoja
de ruta que nos llega del lejano Oriente? Por lo que vamos sabiendo a
través del aluvión de noticias no exactamente ni al cien por cien.
En primer lugar, desde que se cerraron los colegios y universidades en Madrid
se ha producido un éxodo de estudiantes y funcionarios hacia sus
localidades de origen que en China es impensable.
Lo lógico habría sido
que todos ellos se quedaran en la capital de España, confinados o en
cuarentena, para evitar la expansión del virus en aquellas zonas del
país donde la pandemia solo ha registrado unos pocos casos.
Pero por lo
visto hay quien se ha tomado estas dos semanas de emergencia nacional y
de prevención por alerta sanitaria como unas vacaciones más y ha
decidido disfrutar de unos días en la costa o en el chalé del campo, sin
tener en cuenta que su cerveza en una soleada terraza puede abrir un
nuevo foco de contagio.
Esa imprudente forma de pensar sería
inconcebible en China, donde desde el primer momento la población se
refugió en sus hogares mientras el Gobierno de Pekín colocaba
a un funcionario en la puerta de cada casa para tomar la temperatura
con un termómetro a todo aquel que entraba o salía.
Y pobre de aquel que
no cumpliera con el protocolo, ya que podía terminar en la cárcel
incomunicado y sin fianza. Así fue como millones de chinos se pusieron
manos a la obra, trabajando como un solo equipo de más de mil
cuatrocientos millones de personas para derrotar al coronavirus.
Y así
es como, fruto de esa gigantesca colaboración y concienciación
colectiva, China ha logrado reducir la tasa de contagios a menos de 20
personas al día, que es casi el efectivo control de la enfermedad, como
demuestran las imágenes del personal sanitario chino bailando y
celebrando el éxito de la misión.
No parece que en España hayamos llegado aún a ese nivel de
sensibilización social ante la magnitud del problema, aunque
probablemente lo iremos aprendiendo con los días, cuando las cifras de
contagiados y muertos vayan creciendo de forma exponencial y la
situación se vaya pareciendo cada vez más al dantesco escenario
italiano.
Las diferencias entre la sociedad china y un país como el
nuestro son más que evidentes.
De entrada, el gigante asiático es un
régimen pseudocomunista con libertades restringidas donde el ciudadano
trabaja por y para el Estado.
España, por su parte, forma parte de ese
oasis privilegiado europeo en medio del caos del mundo donde la
población disfruta de unos derechos plenos, donde el hedonismo y el
individualismo suelen imponerse a la colectividad y al interés común y
donde resulta impensable que un policía detenga a un ciudadano solo por
no cumplir los protocolos sanitarios y por poner en riesgo a sus
compatriotas.
Pero de cualquier manera, parece obvio que el ejemplo chino debe ser
el modelo a seguir si queremos salir de esta. ¿Qué es lo que ha hecho
bien aquel país para frenar el Covid-19?
Entre otras muchas cosas, adoptar cinco medidas drásticas: el confinamiento “estricto” de la población, primero en Wuhan,
epicentro del brote, y luego en el resto del país; el cierre total de
fábricas, colegios, universidades, instalaciones del Estado y eventos
culturales y de ocio; el aumento de la inversión en sanidad y del dinero
en investigación para encontrar tratamientos y vacunas; el uso de datos
personales para encontrar cada foco de contagio; un protocolo ágil de
atención a las víctimas en los centros sanitarios; y construir en tiempo
récord nuevos hospitales especializados en la lucha contra el virus.
En
general, Pekín ha pasado de las simples recomendaciones a las órdenes
de inexcusable cumplimiento, otra lección que conviene no olvidar.
Esta forma de gestionar la pandemia ha sido alabada por la Organización Mundial de la Salud:
“La unánime conclusión del equipo de la OMS es que China ha cambiado el
curso del brote de coronavirus Covid-19 dentro del país.
Lo que era un
acelerado crecimiento, se estabilizó y ha comenzado a bajar más rápido
que lo que uno puede esperar si hubiéramos estado observando las
dinámicas naturales de este tipo de contagios.
Cientos de miles de casos
se han prevenido en China gracias a esta agresiva intervención”, ha
asegurado el experto de la organización que vela por la salud mundial.
Estos días España empieza a notar el colapso en los hospitales por la
avalancha de infectados.
El personal sanitario trabaja de sol a sol y
muchos acaban extenuados. Ahora comprobamos las consecuencias de años de
privatizaciones y recortes en medios humanos y materiales ordenados por
Mariano Rajoy.
Ahora nos damos cuenta de que nos
faltan médicos, enfermeras, camas de hospital, mascarillas,
desinfectantes, suministros de oxígeno y laboratorios para la
investigación.
El paquete de medidas económicas de Pedro Sánchez
va en la buena dirección, ya que supone una inyección potente de
recursos en el maltrecho sistema sanitario (aunque le haya faltado
adoptar medidas más duras como la nacionalización temporal de la Sanidad
privada).
Trabajando bien, solidariamente y en equipo, se puede superar
la pandemia. Por mucho que algunos como Pablo Casado,
en su alarmante inmadurez política e irresponsabilidad, sigan pensando
en sacar algunos pescados como ganancias electorales de este inmenso río
revuelto.
Seguir el ejemplo de China es el único camino para frenar el coronavirus
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