Los Reyes, la princesa Leonor y la infanta Cristina, en una imagen
oficial distribuida por la Casa del Rey el pasado mes de febrero. /
El jefe del Estado debe redefinir su reinado tras romper con Juan Carlos
El proceso de regeneración se frenó solo un año después de llegar al trono
La abdicación, en 2014, fue en sí mismo la principal asunción pública del deterioro de la figura del rey Juan Carlos, hundida hasta límites insospechados ahora, con el anuncio de su hijo de que repudiará la herencia que le deje.
La misión histórica de Felipe VI es intentar salvar la Corona de la sombra del que durante décadas fue su principal valedor. Demostrar que la monarquía sigue siendo útil para los españoles y que la institución «tiene la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones». Con ello se comprometió en su discurso de proclamación.
En 2014, Juan Carlos, uno de los principales hacedores de la transición entre el franquismo y la democracia, vio cómo, en apenas tres años, su imagen ante los españoles se había hundido: el estallido en octubre del 2011 del 'caso Nóos', protagonizado por su yerno Iñaki Urdangarin, y la cacería de lujo en Botsuana, en abril del 2012, junto a su amiga Corinna zu Sayn Wittgenstein mientras los españoles sufrían los recortes de la crisis, le empujaron a dar un paso al lado y traspasar la corona a Felipe.
El nuevo jefe del Estado, consciente de la debilidad de la institución, tomó en sus primeros años de reinado varias decisiones para aumentar la transparencia de la jefatura del Estado. El contexto político era complicado. El deseo de independencia de parte de Catalunya había empezado a crecer y había nacido Podemos, que defendía de manera constante la necesidad de abrir el debate sobre la república. A nivel social, el impacto de la crisis económica había hecho estragos en la población.
Medidas de regeneración
Felipe instauró una auditoría externa de las cuentas de la Casa del Rey, prohibió recibir regalos caros y aprobó un código de conducta para los empleados de la Zarzuela. Y, justo cuando iba a cumplir un año en el trono, revocó el título de duquesa de Palma a Cristina. Ya le había echado de la familia al mes de llegar al trono, cuando decidió que «familia real» solo lo serían su esposa, Letizia; sus hijas y sus padres.
Ese proceso de regeneración se frenó en verano del año 2015, poco antes de que España entrara en un bloqueo político por la repetición de las elecciones. El parón de 2016, con el Gobierno en funciones, y el aumento del independentismo catalán llevaron a Felipe a pensar que era mejor tener un perfil bajo que solo rompió el 3 de octubre del 2017, tras el referéndum del 1-O, cuando consideró que estaba en peligro el orden constitucional.
Ahora, tras semanas en las que se han publicado informaciones en España, Suiza y el Reino Unido sobre sociedades opacas que, supuestamente, son de su padre y en las que él aparece como beneficiario, Felipe VI ha dado un golpe en la mesa y ha tomado la trascendental decisión, personal e institucional, de renunciar a la herencia que su padre le deje y, además, le ha retirado la asignación de los Presupuestos del Estado (194.232 euros, en 2018).
En el comunicado del domingo, el Monarca aseguró también que no tenía
conocimiento de las cuentas.
En el actual contexto, con España casi confinada por el coronavirus, será difícil medir el impacto en la opinión pública de la supuesta fortuna de Juan Carlos y ver la reacción social ante los reyes Felipe y Letizia en los numerosos actos a los que (normalmente) asisten. La agenda de los Reyes está prácticamente vacía estos días.
La propia naturaleza de la monarquía, que no puede ser cesada, sancionada o no reelegida, hace que tenga que someterse a un plebiscito popular diario de aprobación. Y Felipe y Letizia lo han superado con holgura en las calles hasta ahora. El jefe del Estado deberá decidir en esta nueva etapa, tras romper con su padre, si tiene que abundar en medidas de mayor regeneración y transparencia.
El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), que podría dar una respuesta con rigor al asunto, lleva casi cinco años sin preguntar a los españoles sobre la monarquía. En 1994, rozó el notable: 7,5.
Después, en 2008, empezó a caer (5,5). Y suspendió en 2011 (4,89), 2013 (3,68) y en 2014 (3,72).
En abril del año siguiente, ya con Felipe en el trono, subió solo unas décimas, hasta el 4,34. Desde entonces el CIS no ha vuelto a preguntar.
Pilar Santos
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