Este 11 de febrero, a treinta años de la liberación del gran
líder sudafricano y del mundo Nelson Rolihahla Mandela, recordamos su
modestia y humanismo infinitos.
Ese hombre de valores vitales excepcionales, hasta en los peores
momentos que oprimían su libertad se mantuvo al tanto de los
acontecimientos mundiales; de manera particular, procuraba noticias
sobre la Revolución cubana, su repercusión internacional y sobre todo,
su apoyo a los pueblos africanos que en temas de contribución a los
movimientos de liberación nacional, de salud y educación para los más
desfavorecidos del planeta, no tuvo precedentes.
Así pudo desde muy
temprano reconocer el papel de Cuba en la dignificación de la especie
humana.
Pocas semanas después de la liberación acaecida un día como
hoy, Mandela asistió en Namibia al día de la independencia añorada que
tanta sangre costó a la tierra de hombres bravos.
Recuerdo aquel 21 de marzo en que fue arriada la bandera sudafricana y ondeó para siempre la namibia.
En ese emocionante momento de la historia, Sam Nujoma prestó
juramento como primer presidente de su país. Allí, en el principal
estadio de fútbol de la capital compartían emociones el Comandante de la
Revolución Juan Almeida Bosque, quien presidió la delegación integrada
por Jorge Risquet, el General Leopoldo Cintras Frías, el viceministro
del MINREX, Giraldo Mazola, y varios compañeros más.
En medio de las
celebraciones me correspondió realizar las coordinaciones con Joe Slovo [1]
para efectuar un encuentro memorable el cual Giraldo Mazola ha narrado
en varios momentos como una simpática anécdota: el encuentro de Mandela y
la delegación cubana.
Comandante Juan Almeida, Nelson Mandela, Jorge Risquet, el General Leopoldo Cintras Frías, el viceministro Giraldo Mazola, el Dr. Batista y Ángel Dalmau Fernández.
Resulta que cuando Almeida supo que Mandela estaba en Namibia dio
indicaciones para solicitar un encuentro. Así comenzó un breve
intercambio de mensajes a través de los funcionarios encargados que
evidencia claramente la modestia y humanismo que ambos compartían.
Mientras el Comandante de la Revolución con sencillez argumentaba que
debía ser él quien acudiera al lugar donde estaba Mandela debido a su
estatura política mundial, este último insistía también modestamente en
que él era un simple ciudadano de Sudáfrica y que Almeida era un héroe
de Cuba y además vicepresidente del país, al que mucho debían las
naciones africanas.
Cuenta Giraldo Mazola:
“Almeida se regodeó en la nueva respuesta y al reiterar su solicitud nos indicó añadir que en efecto conocíamos los cargos actuales de Mandela pero que para Fidel y los cubanos era el líder indiscutido de los sudafricanos y el símbolo permanente contra el Apartheid y como argumento final, que se apartaba del protocolo, pidió le dijeran que él no podía regresar a Cuba e informar a Fidel que ‘recibió’ a Mandela, sino que tenía que decirle que fue a visitar a Mandela”.
La revolucionaria porfía la ganó el Comandante Almeida, pues el
encuentro se produjo en la casa donde estaba alojado el prestigioso
líder mundial antiapartheid.
Otra anécdota está relacionada con la pasión cultivada por Mandela durante sus largos años de prisión, por la impresionante carrera deportiva del más famoso campeón olímpico y mundial, amateur de peso completo, Teófilo Stevenson. El líder sudafricano había sido boxeador en sus años mozos y había seguido desde la prisión en Robben Island los éxitos de quien se convirtiera en un ídolo para él.
Un buen día, Teófilo Stevenson arribó a Sudáfrica para participar en uno de los seminarios internacionales sobre boxeo. La sede escogida fue una de las provincias del norte del país, pero al terminar el evento el campeón pasaría día y medio en Pretoria, por lo que me correspondió realizar las gestiones pertinentes para garantizar la entrevista con el presidente.
Me acomodé en una butaca a escuchar aquella agradable conversación sin necesidad de servir como intérprete, porque Teófilo se comunicó directamente en inglés, se desenvolvió muy bien todo el tiempo en su conversación con ese gran hombre de África y del mundo.
Al final, Mandela le pidió de favor que le permitiera una foto con él para poder mostrársela con orgullo a sus nietos y a sus amigos cercanos.
En esa y otras ocasiones el presidente sudafricano se refirió a la sociedad no racial, a la cual la máxima dirección del ANC (Congreso Nacional Africano, traducido al Español) y del PCSA (Partido Comunista Sudafricano) aspiraban fervientemente.
En sucesivos encuentros sentía
que presenciaba una reunión entre viejos amigos con motivaciones
comunes.
Hoy como ayer vienen a mi mente pasajes del libro autobiográfico de Mandela titulado: El largo camino hacia la libertad, en el cual se resalta desde el principio, la modestia como virtud cimera de ese gran hombre que lo acompañó toda su vida; y mientras más grande es una persona ante su sociedad y el mundo, mayor es el mérito de esa virtud.
A treinta años de su salida de prisión, la que no melló los valores que exhibió por siempre, razono que no basta con repetir de memoria el pensamiento sublime martiano sobre la modestia expresado en la frase: “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”, la modestia no se hereda, no es genética, debe ser formada.
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