El día 6 de diciembre de 1989, Marc Lépine asesinó, a quemarropa, a
14 universitarias al grito de “¡odio a las feministas!”. Las separó
previamente de los hombres con los que compartían aula en el École
Polytechnique de Montréal.
Hoy, treinta años más tarde, la ciudad de Notre-Dame-de-Grâce reemplazará el letrero conmemorativo de su “Plaza 6 de diciembre de1989” porque se refería al crimen como un “evento trágico” y lo sustituirá por otro que define la masacre como un “ataque antifeminista”.
Tras el atentado, un grupo de canadienses decidido trabajar para concienciar y comprometer a los hombres y lanzaron la Campaña Internacional del Lazo Blanco. Los promotores de aquella campaña fueron todos, hombres.
Todos, varones que manifestaron entonces que “la mayor parte de los actos violentos individuales de los hombres podrían ser considerados como tentativas patéticas de afirmar su poder sobre las mujeres, los menores y otros hombres”. Pero no eran tan ingenuos como para no reconocer que esto no va de un melodrama sombrío del machismo. Estamos ante verdaderos actos criminales.
En España, país a la vanguardia de la lucha por la igualdad, sabemos
que un sentido profundo de la Democracia reclama movilizar a los
hombres, y particularmente a los jóvenes, para que se posicionen frente a
esa violencia.
Pero cuando las instituciones se ponen a trabajar en ese
sentido, el machismo de Vox viene para reivindicarse, en esa ilegitima
tradición del poder masculino sobre las mujeres.
Pero no lo hace tan abiertamente como cabria esperar. Ellos alientan los bajos instintos de quien siempre culpa a las mujeres de sus frustraciones personales. Exactamente la excusa de que se sirvió Marc Lépine en su carta de suicidio.
Sus arengas tratan de inocular un sentimiento de falso hermanamiento masculino frente a las denuncias. Buscan la solidaridad y la simpatía hacia los violentos para romper con el incipiente compromiso de muchos hombres que reniegan del abecedario del machismo.
No quieren a los hombres que aman a las mujeres. No quieren a los que rechazan mantener con sus parejas relaciones de poder y control. Sus estrategias buscan a los otros y los buscan para que no se sumen a la mayoría social que dice ¡basta! frente a la barbarie. Ahora, párense: ¿Verdad que se los imaginan en la barra del bar llamando “mariconazos”, y lindezas similares, a los hombres igualitarios?
El negacionismo, al poner en duda la existencia del problema, da munición contra la toma de conciencia colectiva. Además, el mensaje de Vox se basa, en las ya estudiadas estrategias del maltratador: fundamentar su violencia, minimizarla, desviar el problema o “proyectar” sus acciones atribuyendo a las mujeres la responsabilidad de sus “malestares” que no son otra cosa que los “malestares del machismo”.
Vox aspira a representa a los incomodos con la igualdad y por tanto
con el feminismo. Quieren servirse de la frustración de quien quiere,
pero ya no puede, imponer su privilegio sobre las mujeres.
Esa es la
fibra que tocan. La misma que llevó hasta el grito asesino de “¡odio a las feministas!”.
Pero estos machistas pijos que quieren calentar a los Marc Lépine de hoy en día, deben saber la importancia de que 30 años después del ataque de Montreal, se vaya a cambiar la redacción del cartel conmemorativo para referirse al tiroteo masivo como un «ataque antifeminista».
Para Sue Montgomery, alcaldesa de Notre-Dame-de-Grâce, municipio donde se encuentra el parque conmemorativo, era importante “nombrar a las cosas por su nombre” y el hermano de una de las asesinadas también ha indicado que “ver esas pocas palabras cambiadas es muy significativo”.
Tiene razón. Es muy importante asegurar que recordemos “por qué sucedió”. En esa placa estará la verdad como antídoto para que no vuelva a suceder.
Este gesto permitirá que las personas que cada año se reúnen en el parque para recordar a las víctimas tomen conciencia del motivo. El motivo importa, el reconocimiento de la realidad de lo que sucedió aquel 6 de diciembre, importa.
La verdad importa tanto que, una de las principales tareas que afronta hoy el feminismo es combatir las mentiras y el neolenguaje. Nuestra principal estrategia debe pasar por el reconocimiento de la realidad y por evitar que se llame “subrogación” al alquiler de mujeres con fines reproductivos o impedir que a la explotación sexual se la llame “trabajo”.
Pasa también por evitar que se borre el objetivo del feminismo, que no es otro que luchar contra la imposición de un “destino” que el machismo asocia a nuestra biología. A través de sus estudios, es contra lo que luchaban las alumnas del École Polytechnique de Montréal.
Geneviève Bergeron, de 21 años de edad; Hélène Colgan, 23; Nathalie Croteau, 23; Barbara Daigneault, 22; Anne-Marie Edward, 21; Maud Haviernick, 29; Barbara Maria Klucznik, 31; Maryse Leclair, 23; Annie St.-Arneault, 23; Michèle Richard, 21; Maryse Laganière, 25; Anne-Marie Lemay, 22; Sonia Pelletier, 28; y Annie Turcotte, de 21 años
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