"Yo siempre voy
donde me invitan".
Esta es la frase que pronunció Albert
Rivera en octubre de hace 6 años en una conocida emisora de
radio catalana. Era listo, hábil y tejió unas complicidades en
Catalunya que lo convirtieron en uno de los personajes emergentes de
la política, hasta que se fue a Madrid, abandonó Catalunya (en el
sentido más peyorativo de la palabra) y algo cambió.
Fue el hombre
del IBEX. Una encuesta electoral de EL MUNDO un día lo dio ganador
de las elecciones en España. Las televisiones se lo rifaron (pero
sólo en Madrid), tirando él mismo los medios de Catalunya al
contenedor amarillo. Todos al amarillo. Ni en LA VANGUARDIA, nada
sospechoso de independentista, ha dado ninguna entrevista en las dos
últimas campañas electorales.
Albert Rivera era el
chico de la TV de las mañanas. La portada de los diarios de Madrid:
"El Catalán Bueno". Pero, al fin y al cabo,
catalán. Era el látigo contra el nacionalismo, el escudo contra el
independentismo emergente. En Madrid querían un PODEMOS de derechas
y lo tuvieron de derechas, muy de derechas, demasiado de derechas.
¡Ay, la Plaza Colón!
Rivera era aquel chico
agradable, simpático y con una retórica admirable. Lo tenía todo.
Hasta que ... como suele ocurrir, Madrid se cansó. Primero se
enamoraron de la chica de Jerez que ganó las elecciones al Parlament
de Catalunya, Inés Arrimadas, amiga y fiel de Rivera hasta el último
momento, y después lo empezaron a dejar caer.
Los titulares volvían
al PP, a Casado, y algunos medios prefirieron el original, VOX, a la
marca blanca.
Tensó tanto la cuerda
hacia la derecha que Rivera empezó a perder hasta la camisa. La
gente empezó a mirar a CIUDADANOS como unos extremistas.
En España
(y lo que es peor, en Catalunya, donde hace dos años sacaban 36
escaños en el Parlament) el Congreso les ha visto ahora como un
grupo de gente joven con la cara agria, siempre de mala leche,
siempre enfadados con su entorno.
Hoy, la mayoría de
medios de comunicación de aquí, de allá y de más allá, apuntan
que Albert Rivera empezó a fracasar cuando se creyó su propio
personaje y comenzó la egolatría. Ayer, escuchando la rueda de
prensa de Rivera, caí en las veces que había utilizado la palabra
"YO".
La primera persona. Recomiendo que las contéis... Y
de ahí al batacazo descomunal.
Más allá de las
necrológicas plasmadas en Twitter, escritas con cuchillos
ensangrentados por parte de algún ex compañero, ex amigo o ex
rival, no había pasado que tanta gente se alegrara tanto de la
humillación de Albert Rivera (más que de CIUDADANOS). Y
no ha sido
patrimonio de los independentistas, socialistas, de derechas, de
izquierdas, altos, bajos, calvos o peludos, sino que todos
ovacionaban el adiós de Albert Rivera a la política: Unanimidad.
Podría haber sido
presidente, pero su soberbia y arrogancia han sido malas compañías.
Tocó el poder. Olvidó los orígenes y convirtió la sede de
CIUDADANOS en Cataluña en una sucursal de la de Madrid.
Y se elevó
tanto que pensaba que iba bien atado, y los magos por más buenos que
sean no pueden volar y si les cortan las cuerdas, las hostias que se
pegan son de las que hacen historia: como la de Albert Rivera este
domingo.
Joan Avinyó
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