Pero no se alarmen señores propietarios y rentistas, no es el de siempre. Es otro fantasma. Se llama tacticismo
y recorre Europa a lomos de líderes cegados por la ilusión de hercúleas
victorias electorales a coste cero y enemigos devastados y desolados
gratis total.
Pero no se alarmen señores propietarios y rentistas, no es el de siempre. Es otro fantasma. Se llama tacticismo
y recorre Europa a lomos de líderes cegados por la ilusión de hercúleas
victorias electorales a coste cero y enemigos devastados y desolados
gratis total.
El fantasma del tacticismo
recorre Europa, dejando a su paso un rastro de instituciones
maltratadas y violentadas y sociedades polarizadas y asustadas por unos
políticos seguros de que, para hacer política, basta con estar en el
sitio justo en el momento justo, convencidos de que el paso del tiempo
sin resolver nada, solo desgasta a los demás y seguros de poseer el don
de encantar a las masas con sus relatos donde los malos, de nuevo,
siempre son todos los demás.
Y lo peor no es que lo crean. Lo peor es
que, cuanto más les desmiente la realidad, más convencidos están de
tener razón.
En Italia, Matteo Renzi convocó un referéndum convencido
de que los italianos le darían permiso para hacer un país a su medida,
pero tuvo que irse a casa para no tener que acabar gobernando con los
Cinco Estrellas. Hoy tiene que hacer primer ministro a un "grillini" y
vicepresidente a otro.
Matteo Salvini forzó una
moción de censura guiado por unas encuestas que le confirmaban que una
mayoría de italianos creía que todos eran malos menos él y seguro de
que, en agosto, los demás estaban de vacaciones y no sabrían reaccionar.
Como todos los neofascistas, cometió el error de creer que la
democracia es una víctima frágil si se la intimida con suficiente
convicción. Pero la democracia es un ser vivo más fuerte y resistente de
lo que parece y sabe cómo deshacerse de los cuerpos extraños:
expulsándolos.
En el Reino Unido, Boris Johnson y medio partido tory
promovieron el Brexit para hacerse sin esfuerzo con el control de
partido y el Gobierno una vez que su ejecución hubiera devorado, por
este orden, a David Cameron y luego a Theresa May. Solo había que
sentarse a esperar.
Movilizaron el voto de salida apelando al sueño
húmedo de recuperar el poder de la Inglaterra del imperio y luego se
quitaron de en medio para no quemarse en la gestión de una salida
imposible. Pero ahora el fuego va a por ellos porque ya no queda nada
más por quemar.
Disolver el Parlamento un mes no
parece la mejor manera de "recuperar el control" –"Take back control"-
como rezaba el lema de los leavers. Esa
contradicción perseguirá y acabará alcanzando a Boris Johnson, por mucho
que corra.
Hacerlo porque no puede asegurar ni la mayoría en el
partido, ni la mayoría en el Parlamento, ni la mayoría en la sociedad,
se parece mucho a una huida hacia delante.
En España
todos harían bien en tomar buena nota de lo que sucede cuando te pones a
jugar con el tiempo para desgastar a los demás creyéndote inmune,
cuando fuerzas al límite las reglas del sistema, para torcerlas en tu
beneficio y ganar con el reglamento, o cuando convocas a las urnas para
que te den la razón; el fantasma del tacticismo siempre comparece para cobrarse las deudas por tanta frivolidad y falta de criterio.
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