Es muy desconocida, a nivel mundial, una declaración firmada por más de veinte científicos en la Universidad de Cambridge, el 7 de julio de 2012, en presencia de Stephen Hawking, en la que se reconoce que ciertas especies animales -como los elefantes y el delfín de hocico de botella- tienen altos niveles de conciencia y que su conducta, por lo tanto, se asemeja en muchos aspectos a los seres humanos.
Dicho documento histórico, suscrito por reconocidos especialistas en el campo de las neurociencias, fue presentado por Philip Low de la Universidad de Stanford, con estas palabras:
“Decidimos llegar a un consenso y hacer una declaración para el público que no es científico.
Es obvio, para todos en este salón, que los animales tienen conciencia, pero no es obvio para el resto del mundo.
No es obvio para el resto del mundo occidental ni del Lejano Oriente. No es algo obvio para la sociedad”.
Ahora lanzo la gran pregunta ¿Por qué
sabiendo que los animales tienen conciencia, aman, sufren, lloran a sus
seres queridos y tienen terror a los seres humanos, no hay una campaña a
nivel internacional para que aprendamos a querer y a respetar a esos
“compañeros de viaje”, muchos de los cuales se encuentran al borde de la
extinción?
Me temo que muy pocos quieren conocer la
respuesta, pues muchas veces, la verdad, el conocimiento, “mata”.
Tampoco “los dueños de los mataderos del mundo” están interesados en
“inquietar las conciencias humanas”, no sea que sus lucrativos negocios
se vengan abajo y, por efecto dominó, se atasque la máquina de hacer
dinero.
Entre los animales con mayor conciencia
destacan los paquidermos (con su dios Ganesha a la cabeza) y las
urracas, quienes se reconocen a sí mismos cuando se ven en un espejo.
Los proboscideos lloran, con un lamentable barritar, cuando muere un
compañero o su pareja. Ciertas tribus africanas afirman que los
elefantes, cuando sienten que les llega la hora de su muerte, se separan
de la manada para dejar de ser una carga.
Los delfines de hocico de botella son
inteligentísimos y llaman a cada miembro de su manada por su nombre.
Distinguen a cada individuo por sus peculiaridades y entre ellos
“hablan” para realizar tareas determinadas. Ferdinand de Saussure
(1857-1913), conocido como el padre de la lingüística, estudió el
“lenguaje de las abejas”, que se comunican «mediante varios tipos de
danzas» y se preguntó ¿Acaso sus pautas no obedecen a un sistema
estructurado?
Cualquier persona que haya convivido con
perros “y los amen” saben que los caninos llegan a entender hasta
nuestro lenguaje corporal, que se asustan cuando hacemos un amago de
pegarlos y que lloran “cuando los abandonamos”.
Hay exhaustiva
documentación de animales que se suicidan “cuando llegan a un estado de
desesperación extrema”.
¿Qué hacen los animales cuando saben que
vamos a matarlos? Los entra el pánico, el terror y “literalmente” (esto
no es ninguna metáfora) “se cagan y se mean de miedo”.
¿Por qué creemos que los animales no tienen alma?
Esto último lo escribo como testigo en
muchos escenarios pero, especialmente, tengo grabado un espectáculo
escalofriante que vi en el antiguo Sáhara español en torno al año 1975.
Me encontraba en las afueras del Aiún (la capital) y di por casualidad
con un matadero de camellos.
Unos diez rumiantes, entre viejos, crías y
otros de edad imprecisa, se encontraban atados en fila india frente a
una puerta sucia y oscura de la que salían chorros de sangre. Los
animales, sabiendo que iban a ser sacrificados, berreaban enloquecidos y
emitían un sonido que los beduinos traducen como “el llanto de los
camellos” (1).
Junto a aquel llanto, que aumentaba de
volumen cada vez que los matarifes introducían a empujones a otro
camello “en la sala de la muerte”, todos, sin excepción, “se cagaban
temblando” y “orinaban sin cesar”. “La mierda caía sobre sus patas,
cuyas pezuñas, teñidas de rojo, se hundían en charcos de sangre”.
Ya sé que todos los animales no tienen
el mismo nivel de conciencia, pero, cuidado, “hay algunas especies que
hasta te leen la mente”. En Guinea Ecuatorial, donde cubrí unas
elecciones presidenciales “siendo amenazado de muerte por los sicarios
del jefe de Estado, Teodoro Obiang” (2) me contaban frecuentemente
historias de gorilas que habían abrazado y acunado en su regazo a bebés
humanos.
Y, también, “la leyenda del guineano que había visto 10.000 elefantes” y que se puede conocer pinchando en ese enlace.
¿Por qué creemos que los animales no
tienen alma? Uno de los responsables fue Aristóteles quien afirmaba que
sólo el hombre era un ser racional y también, por su puesto, la Biblia y
las religiones monoteístas, que dicen que dios los puso sobre la Tierra
para que sirvieran y obedecieran al hombre, al igual que hizo con la
mujer, sacada, para que no olvidara a quien debía someterse, de una
costilla de Adán. Nuestro aedo Luis Eduardo
Aute suele preguntarse ¿Por
qué dicen que los animales no tienen alma, si la palabra «ánima», de
donde procede la palabra animal, justamente significa alma?
Ya que “a los políticos y a los
mercaderes” no les interesa que se conozca la Declaración de Cambridge
sobre la Conciencia de los Animales, lo que podría poner el mundo patas
arriba, apoyemos, por lo menos, a los que luchan a diario por mantener
vivo y sano al planeta Tierra que, queramos o no saberlo, está herido de
muerte.
Y, como no vamos a cambiar de la noche a
la mañana, empecemos poco a poco. Para comenzar a reflexionar acerca
del sufrimiento de los animales que, repito, tienen terror a los seres
humanos, ahí va este consejo o sugerencia:
Mi amigo José Carrión, catedrático de
Botánica en la Universidad de Murcia (es el científico español más
citado en revistas académicas internacionales), nos pide que “sólo comamos animales que hayan vivido en libertad” y que “hayan sido tratados con dignidad”. Gracias, maestro, por regalar este mensaje, tan necesario “en este mundo de perros”.
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