sábado, 21 de septiembre de 2019

La Declaración de Cambridge reconoce que hay animales con altos niveles de conciencia



Es muy desconocida, a nivel mundial, una declaración firmada por más de veinte científicos en la Universidad de Cambridge, el 7 de julio de 2012, en presencia de Stephen Hawking, en la que se reconoce que ciertas especies animales -como los elefantes y el delfín de hocico de botella- tienen altos niveles de conciencia y que su conducta, por lo tanto, se asemeja en muchos aspectos a los seres humanos.

Dicho documento histórico, suscrito por reconocidos especialistas en el campo de las neurociencias, fue presentado por Philip Low de la Universidad de Stanford, con estas palabras:
“Decidimos llegar a un consenso y hacer una declaración para el público que no es científico.

Es obvio, para todos en este salón, que los animales tienen conciencia, pero no es obvio para el resto del mundo.

No es obvio para el resto del mundo occidental ni del Lejano Oriente. No es algo obvio para la sociedad”.



Ahora lanzo la gran pregunta ¿Por qué sabiendo que los animales tienen conciencia, aman, sufren, lloran a sus seres queridos y tienen terror a los seres humanos, no hay una campaña a nivel internacional para que aprendamos a querer y a respetar a esos “compañeros de viaje”, muchos de los cuales se encuentran al borde de la extinción?


Me temo que muy pocos quieren conocer la respuesta, pues muchas veces, la verdad, el conocimiento, “mata”. Tampoco “los dueños de los mataderos del mundo” están interesados en “inquietar las conciencias humanas”, no sea que sus lucrativos negocios se vengan abajo y, por efecto dominó, se atasque la máquina de hacer dinero.


Entre los animales con mayor conciencia destacan los paquidermos (con su dios Ganesha a la cabeza) y las urracas, quienes se reconocen a sí mismos cuando se ven en un espejo. Los proboscideos lloran, con un lamentable barritar, cuando muere un compañero o su pareja. Ciertas tribus africanas afirman que los elefantes, cuando sienten que les llega la hora de su muerte, se separan de la manada para dejar de ser una carga.



Los delfines de hocico de botella son inteligentísimos y llaman a cada miembro de su manada por su nombre. Distinguen a cada individuo por sus peculiaridades y entre ellos “hablan” para realizar tareas determinadas. Ferdinand de Saussure (1857-1913), conocido como el padre de la lingüística, estudió el “lenguaje de las abejas”, que se comunican «mediante varios tipos de danzas» y se preguntó ¿Acaso sus pautas no obedecen a un sistema estructurado?


Cualquier persona que haya convivido con perros “y los amen” saben que los caninos llegan a entender hasta nuestro lenguaje corporal, que se asustan cuando hacemos un amago de pegarlos y que lloran “cuando los abandonamos”. 


Hay exhaustiva documentación de animales que se suicidan “cuando llegan a un estado de desesperación extrema”.


¿Qué hacen los animales cuando saben que vamos a matarlos? Los entra el pánico, el terror y “literalmente” (esto no es ninguna metáfora) “se cagan y se mean de miedo”.

¿Por qué creemos que los animales no tienen alma?

Esto último lo escribo como testigo en muchos escenarios pero, especialmente, tengo grabado un espectáculo escalofriante que vi en el antiguo Sáhara español en torno al año 1975. Me encontraba en las afueras del Aiún (la capital) y di por casualidad con un matadero de camellos. 


Unos diez rumiantes, entre viejos, crías y otros de edad imprecisa, se encontraban atados en fila india frente a una puerta sucia y oscura de la que salían chorros de sangre. Los animales, sabiendo que iban a ser sacrificados, berreaban enloquecidos y emitían un sonido que los beduinos traducen como “el llanto de los camellos” (1).


Junto a aquel llanto, que aumentaba de volumen cada vez que los matarifes introducían a empujones a otro camello “en la sala de la muerte”, todos, sin excepción, “se cagaban temblando” y “orinaban sin cesar”. “La mierda caía sobre sus patas, cuyas pezuñas, teñidas de rojo, se hundían en charcos de sangre”.


Ya sé que todos los animales no tienen el mismo nivel de conciencia, pero, cuidado, “hay algunas especies que hasta te leen la mente”. En Guinea Ecuatorial, donde cubrí unas elecciones presidenciales “siendo amenazado de muerte por los sicarios del jefe de Estado, Teodoro Obiang” (2) me contaban frecuentemente historias de gorilas que habían abrazado y acunado en su regazo a bebés humanos. 


Y, también, “la leyenda del guineano que había visto 10.000 elefantes” y que se puede conocer pinchando en ese enlace.


¿Por qué creemos que los animales no tienen alma? Uno de los responsables fue Aristóteles quien afirmaba que sólo el hombre era un ser racional y también, por su puesto, la Biblia y las religiones monoteístas, que dicen que dios los puso sobre la Tierra para que sirvieran y obedecieran al hombre, al igual que hizo con la mujer, sacada, para que no olvidara a quien debía someterse, de una costilla de Adán. Nuestro aedo Luis Eduardo 


Aute suele preguntarse ¿Por qué dicen que los animales no tienen alma, si la palabra «ánima», de donde procede la palabra animal, justamente significa alma?


Ya que “a los políticos y a los mercaderes” no les interesa que se conozca la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia de los Animales, lo que podría poner el mundo patas arriba, apoyemos, por lo menos, a los que luchan a diario por mantener vivo y sano al planeta Tierra que, queramos o no saberlo, está herido de muerte.


Y, como no vamos a cambiar de la noche a la mañana, empecemos poco a poco. Para comenzar a reflexionar acerca del sufrimiento de los animales que, repito, tienen terror a los seres humanos, ahí va este consejo o sugerencia:


Mi amigo José Carrión, catedrático de Botánica en la Universidad de Murcia (es el científico español más citado en revistas académicas internacionales), nos pide que “sólo comamos animales que hayan vivido en libertad” y que “hayan sido tratados con dignidad”. Gracias, maestro, por regalar este mensaje, tan necesario “en este mundo de perros”.

-1- La escritora china San Mao, quien vivió una trágica historia de amor con el español José María Quero (1951-1979) escribió “Diarios del Sáhara” (Ediciones Rata, 2017). Esta excepcional mujer, traductora de Mafalda al chino, vivió en el Sáhara entre 1974 y 1975, ya que su marido trabajaba como submarinista en la empresa española Fosbucrá (que explotaba los yacimientos de fosfatos más ricos del mundo). La autora escribe un relato, tras toparse probablemente con el mismo matadero de este artículo, titulado “El llanto de los camellos”. Los que quieran saber más de esta historia (aconsejo encarecidamente leer “Diarios del Sáhara”) pinchar en este enlace «San Mao salva del olvido al muy noble pueblo saharaui».
 
-2- La amenaza de muerte la recibí tras rechazar una invitación para ir a un mitin del presidente Teodoro Obiang (en febrero de 1996) y dedicar ese mismo día a entrevistar a los líderes de la oposición, en su propio domicilio. Al ser el único periodista español que cubrió esas elecciones, como representante de EFE, la agencia estatal (Ni al País, ABC, El Mundo, etc., les dieron visados en la Embajada guineana en Madrid) fui el primer enviado especial (los corresponsales extranjeros asistieron a la bochornosa cita con Obiang) que informó de que la oposición había decidido no presentarse a los comicios, que había decidido boicotearlos, porque tenía “fuertes indicios” (pruebas) de que se había cocinado un “intolerable fraude electoral”, lo que se confirmó cuando Teodoro Obiang ganó la consulta con el 97% de los votos emitidos. 
 
La prensa española (a la que había hecho el vacío el Gobierno de Malabo) no dio crédito a mi “scoop” (primicia informativa) y se limitó a cubrir la cita electoral de forma confusa mezclando datos de “Agencias”. No ocurrió con Radio Exterior de España que todos los días, a las cinco de la tarde, emitía mis crónicas radiofónicas, que se podían escuchar en Malabo, por lo que involuntariamente me “hice peligrosamente célebre” en Guinea Ecuatorial donde uno de mis artículos sobre las torturas a los opositores, solo se difundió cuando salí del país. Al final, horas antes de viajar a España, entrevisté a Obiang en su palacio y cuando le pregunté ¿Por qué no abre un proceso democrático en el país? La bestia me miró con los ojos inyectados en sangre y, todavía no sé, cómo salí vivo de aquella encerrona.







No hay comentarios: