¿Quién ganará? Es imposible que China derrote a los EE UU en una batalla solo comercial. Porque sus exportaciones al gigante americano duplican sus importaciones. Porque ostenta un superávit muy considerable. Y porque, en consecuencia, es muy sensible al pulso de la subasta de aranceles.
Incluso aunque haya reorientado su principal factor de crecimiento del sector exterior al consumo interno, su relación comercial global sigue siendo clave para que su PIB aterrice suavemente desde crecimientos del orden del 9%, propios de los primeros 2.000, a los actuales, del 6%.
Ahora bien, esa ventaja teórica de Washington no se traduce en ningún beneficio para los norteamericanos. Contra las pretensiones de la Casa Blanca, sucede lo contrario.
El déficit mundial de bienes y servicios de EE UU durante el primer semestre de este año, no sólo no se ha reducido en pleno fragor de la guerra comercial, sino que ha aumentado sensiblemente en el primer semestre: un 7,9%.
Incluso aunque haya reorientado su principal factor de crecimiento del sector exterior al consumo interno, su relación comercial global sigue siendo clave para que su PIB aterrice suavemente desde crecimientos del orden del 9%, propios de los primeros 2.000, a los actuales, del 6%.
Ahora bien, esa ventaja teórica de Washington no se traduce en ningún beneficio para los norteamericanos. Contra las pretensiones de la Casa Blanca, sucede lo contrario.
El déficit mundial de bienes y servicios de EE UU durante el primer semestre de este año, no sólo no se ha reducido en pleno fragor de la guerra comercial, sino que ha aumentado sensiblemente en el primer semestre: un 7,9%.
Seguro que en alguna partida mejoró respecto a China, pero eso ha quedado compensado, para mal, al producirse un efecto de desvío de comercio, por el que las importaciones de productos baratos chinos, ya encarecidos, habrán sido reemplazadas por las de otros países asiáticos.
Y lo peor para Donald Trump es que su pulso comercial contra Beijing no tiene ya más recorrido. Si desde septiembre ejecuta su amenaza de alzas adicionales de aranceles a las importaciones chinas, el 96,7% de estas habrá quedado cubierto.
Claro que eso perjudicará mucho a la economía china. Entre los aranceles ya aumentados a sus productos por 250.000 millones de dólares y los por venir sobre 300.000 millones, el impacto sobre su PIB alcanzaría, según fuentes financieras, un menor crecimiento de siete décimas, con lo que el gigante asiático bajaría por vez primera del listón del 6%.
A cambio, la Casa Blanca deberá subvencionar infinitamente, como prometió, a los granjeros perjudicados por el desquite de no comprarles decretado por la Ciudad Prohibida: si Trump pretende ganar las próximas elecciones, eso es una ruina.
¿Empate infinito, pues? La amenaza de una guerra de divisas superpuesta a la comercial sugerida por la reciente réplica de Beijing facilitando la depreciación del yuan rompe ese supuesto equilibrio.
Aunque sea simbólica, porque fue modesta; porque se acompañó de la
promesa de no incurrir en verdaderas devaluaciones competitivas; y
porque una guerra monetaria perjudicaría también a empresas y
consumidores chinos de productos y servicios extranjeros.
Es, en todo caso, un aviso.
Un recordatorio de que Beijing dispone de
la bomba atómica.
El Banco Popular de China atesora 3,9 billones de dólares en reservas; de los cuales, 1,1 billones corresponden a bonos norteamericanos.
Si vende parte de ellos a precio de saldo, arruina a EE UU (con riesgo, también para él mismo, ese empate infinito).
Ya en 2009 Hillary Clinton advirtió que es muy difícil negociar "con mano dura con tu banquero".
https://elpais.com/economia/2019/08/07/actualidad
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