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Ese fin de semana fracasó absolutamente el plan de
introducir en Venezuela por la fuerza una supuesta ayuda humanitaria de
Estados Unidos
.
Puente binacional Simón Bolívar, frontera de Venezuela y Colombia, junto con el puente Francisco de Paula Santander, uno de los dos puentes activos que en esta zona enlazan a los dos países, fueron el escenario escogido para una jornada épica: una especie de jaque mate a la Revolución Bolivariana, en un solo día a través de la milagrosa ayuda humanitaria de Estados Unidos.
Temprano, un falso positivo sería una excelente manera de iniciar el golpe de Estado: una fuga espectacular de militares venezolanos, en carros blindados, para gatillar una deserción en masa. Pero salió mal: iniciaron la jornada humanitaria con un acto terrorista. A partir de ahí todo fue peor.
En el puente Santander quedaron dos camiones que supuestamente portaban las ya famosas cajas de ayuda: uno fue incendiado, y el otro, saqueado. Al día siguiente, el presidente de Colombia, Iván Duque, ya sabe quién es el culpable.
Por supuesto, los culpables del incendio no pudieron ser estos alegres voluntarios, que solo por coincidencia preparan y lanzan decenas de bombas molotov, reincendiando una y otra vez el mismo camión. Todo aquí era amor y solidaridad. Y como no, el Gobierno colombiano se compadeció de ellos.
En otras palabras, fracasó el plan. No entraron a Venezuela los camiones ni los libertadores. Pero el puente fue por más de 12 horas tierra de nadie, sin control aduanero ni migratorio hasta que llegó la noche. Pero ¿quién tiene la culpa? No podía ser otro.
También el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, debe ser el culpable de lo ocurrido el sábado en el puente Simón Bolívar. Toda la mañana del 23 de febrero, y aprovechando otra frontera completamente abierta, fue dedicada a diálogos personales con la línea defensiva de la Policía Nacional Bolivariana (PNB).
Para hablarles de su madre y sus hijos que sufren, o de las penas del infierno que les esperan en la Corte Penal Internacional (CPI), esperando tal vez una de esas escenas de películas en que los soldados dejan las armas y se abrazan al enemigo.
Como nada ocurría, el diputado opositor José Manuel Olivares, jefe de zona, tomó el toro por las astas. Con aire de quien sabe lo que hay que hacer, y rodeado de sus lugartenientes, encabezó una pequeña marcha y se fue directo hacia el piquete de jóvenes policías. Un llamado a la concordia, plagado de amenaza.
Tras esto, Olivares desapareció. También los lugartenientes de chalecos azules y leyendas en inglés. Entraron a la arena los de siempre: los pobres. Al frente, el mismo grupo que poco antes estaba formado frente a oficiales de la Policía colombiana . Había llegado la hora.
Los jóvenes policías no soltaron sus escudos, y una sola bomba lacrimógena terminó con la ofensiva. Los llamados de amor se convirtieron en piedras y bombas molotov por varias horas.
La Policía colombiana siempre atenta y solícita para ayudar en la guerrita fratricida. Del lado venezolano, entró en acción la defensa integral: civiles unidos a policías, con música del cantautor “Alí Primera” al fondo. La jornada terminó con el diputado Olivares arriba de un camión dirigiendo, esta vez humildemente, la retirada. Fin de la epopeya.
El domingo amaneció con los puentes tomados por la policía. Venezuela había roto las relaciones diplomáticas y consulares. Fronteras cerradas por los dos lados. ¿Acaso llegó la paz? Arriba de los puentes sí. Abajo, tierra de nadie otra vez. Los protegidos de Duque saben lo que quieren.
Con ellos coincidió el diputado opositor Juan Guaidó, ahora presidente autoproclamado en el exilio. No dijo mucho. El lunes 25 recibirá instrucciones más precisas de Washington, según él mismo anunció.
Si son ciertos los anuncios de guerra, no serán estos los soldados de la próxima batalla por la soberanía y la independencia de Venezuela.
Alejandro Kirk, Cúcuta (Colombia).
Puente binacional Simón Bolívar, frontera de Venezuela y Colombia, junto con el puente Francisco de Paula Santander, uno de los dos puentes activos que en esta zona enlazan a los dos países, fueron el escenario escogido para una jornada épica: una especie de jaque mate a la Revolución Bolivariana, en un solo día a través de la milagrosa ayuda humanitaria de Estados Unidos.
Temprano, un falso positivo sería una excelente manera de iniciar el golpe de Estado: una fuga espectacular de militares venezolanos, en carros blindados, para gatillar una deserción en masa. Pero salió mal: iniciaron la jornada humanitaria con un acto terrorista. A partir de ahí todo fue peor.
En el puente Santander quedaron dos camiones que supuestamente portaban las ya famosas cajas de ayuda: uno fue incendiado, y el otro, saqueado. Al día siguiente, el presidente de Colombia, Iván Duque, ya sabe quién es el culpable.
Por supuesto, los culpables del incendio no pudieron ser estos alegres voluntarios, que solo por coincidencia preparan y lanzan decenas de bombas molotov, reincendiando una y otra vez el mismo camión. Todo aquí era amor y solidaridad. Y como no, el Gobierno colombiano se compadeció de ellos.
En otras palabras, fracasó el plan. No entraron a Venezuela los camiones ni los libertadores. Pero el puente fue por más de 12 horas tierra de nadie, sin control aduanero ni migratorio hasta que llegó la noche. Pero ¿quién tiene la culpa? No podía ser otro.
También el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, debe ser el culpable de lo ocurrido el sábado en el puente Simón Bolívar. Toda la mañana del 23 de febrero, y aprovechando otra frontera completamente abierta, fue dedicada a diálogos personales con la línea defensiva de la Policía Nacional Bolivariana (PNB).
Para hablarles de su madre y sus hijos que sufren, o de las penas del infierno que les esperan en la Corte Penal Internacional (CPI), esperando tal vez una de esas escenas de películas en que los soldados dejan las armas y se abrazan al enemigo.
Como nada ocurría, el diputado opositor José Manuel Olivares, jefe de zona, tomó el toro por las astas. Con aire de quien sabe lo que hay que hacer, y rodeado de sus lugartenientes, encabezó una pequeña marcha y se fue directo hacia el piquete de jóvenes policías. Un llamado a la concordia, plagado de amenaza.
Tras esto, Olivares desapareció. También los lugartenientes de chalecos azules y leyendas en inglés. Entraron a la arena los de siempre: los pobres. Al frente, el mismo grupo que poco antes estaba formado frente a oficiales de la Policía colombiana . Había llegado la hora.
Los jóvenes policías no soltaron sus escudos, y una sola bomba lacrimógena terminó con la ofensiva. Los llamados de amor se convirtieron en piedras y bombas molotov por varias horas.
La Policía colombiana siempre atenta y solícita para ayudar en la guerrita fratricida. Del lado venezolano, entró en acción la defensa integral: civiles unidos a policías, con música del cantautor “Alí Primera” al fondo. La jornada terminó con el diputado Olivares arriba de un camión dirigiendo, esta vez humildemente, la retirada. Fin de la epopeya.
El domingo amaneció con los puentes tomados por la policía. Venezuela había roto las relaciones diplomáticas y consulares. Fronteras cerradas por los dos lados. ¿Acaso llegó la paz? Arriba de los puentes sí. Abajo, tierra de nadie otra vez. Los protegidos de Duque saben lo que quieren.
Con ellos coincidió el diputado opositor Juan Guaidó, ahora presidente autoproclamado en el exilio. No dijo mucho. El lunes 25 recibirá instrucciones más precisas de Washington, según él mismo anunció.
Si son ciertos los anuncios de guerra, no serán estos los soldados de la próxima batalla por la soberanía y la independencia de Venezuela.
Alejandro Kirk, Cúcuta (Colombia).
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