Si no fuera por la fuente de procedencia, diría que porque Pedro Sánchez es un “insensato sin escrúpulos”. Aunque se puede enunciar en otros términos: porque el líder del PSOE es de los que piensan que se hable de mí aunque sea mal. Y ha creído que lo de Venezuela le brindaba una oportunidad para ampliar su espacio electoral en la perspectiva de que en mayo también se abran las urnas para las generales.
Pedro Sánchez se ha tirado a la piscina avalando al
autoproclamado presidente de Venezuela Juan Guaidó sin saber si el nivel
del agua permitía nadar o solo chapotear. Seguramente porque Alemania,
Gran Bretaña y Francia, conocedores de la complejidad del conflicto han
permitido que su tradicional imprudencia fungiera como liderazgo. Al fin
y al cabo, estos países no arrostran las responsabilidades históricas
que soporta España en Venezuela, en cuanto a la ingente colonia de
oriundos allí residentes e intereses económicos.
Acaba pues en sainete
la farsa que ha tenido turbado en las últimas jornadas al cada vez más
patético ministro de Exteriores. Da grima recordar que hasta la víspera
Josep Borrell esgrimía como baremo de autoridad que “no queremos cambiar
el régimen”. En línea con la doctrina de solo reconocer Estados que
suele regir el punto cínico del Derecho Internacional. En realidad un
despropósito para ocultar la docilidad de Moncloa con la doctrina de
palo y tente tieso de Donald Trump.
Con ello, Sánchez se alinea con esa derecha a la que,
ya metidos en precampaña electoral, suele denunciar por cerril y
reaccionaria. Pero las soflamas de Pablo Casado y Albert Rivera en este
preciso sentido, bien miradas, resultan lógicas en opciones ideológicas
que representan troqueles del conservadurismo y el tradicionalismo
político. Como comulgar con todo lo que ordene el Tío Sam, que es lo que
acaba de abrazar el secretario general del PSOE y jefe del ejecutivo
español. Por no hablar de la carga de profundidad que esa actitud
conlleva de puertas adentro. Sánchez ha hecho casus belli con el
tema de Venezuela en un asunto similar al que reprocha a sus ahora
compañeros de viaje respecto al contencioso catalán. Entrometerse en
aquel avispero tomando partido descaradamente por un presidente de la
Asamblea Nacional ex aequo sublevado contra los restantes poderes
del Estado, es exactamente lo opuesto a tender puentes con los
dirigentes del procés encarcelados por algo equivalente que dice
promover.
Recordemos que aquí está a
punto de comenzar un macrojuicio contra representantes electos de la
soberanía popular (entre otros, la presidenta del Parlament, Carme
Forcadell) precisamente por “desacato” constitucional. Lo mismo que
Maduro imputa a Guaidó y los suyos. La diferencia a favor del dirigente
chavista es que allí el líder opositor está libre (de momento) y puede
vender su mercancía urbi et orbi, y aquí, sus “homólogos” del
derecho a decidir se sientan en ristra en el banquillo del Tribunal
Supremo. Porque el artículo 155 que activó Mariano Rajoy contó con el
respaldo cerrado del PSOE y Ciudadanos, la formación con la que compite
para secundar las bravatas supremacistas de Trump. Incluso cuando
Sánchez no pensaba ni por asomo en una moción de censura victoriosa,
propuso agravar el tipo del código penal para que el delito de rebelión
no necesitara el concurso de la violencia.
Respaldar a Guaidó y hacerlo en nombre de la
exigencia de pluralidad, respeto a los derechos humanos y elecciones
libres, como ha expuesto Sánchez en su impostada declaración del lunes 4
de febrero, es un brindis al sol que revela su condición de monaguillo
del inquilino de la Casa Blanca. ¿O es que el gobierno español, obrando
en consecuencia, va a romper relaciones diplomáticas con países que como
Irán o Arabia Saudita, por no citar a Cuba o Corea del Norte, incumplen
reiteradamente esos requisitos? No, es no. Incluso se les premia con
ventas de armamento para sus operaciones de castigo en la guerra del
Yemen orillando la legalidad vigente, caso de los sátrapas que mandaron
secuestrar, torturar y descuartizar al periodista Jamal Khashoggi.
Entonces, ¿a qué atribuir este ardoroso disciplinamiento del gobierno
socialista con Trump que ha fracturado una vez más a la Unión Europea?
Si no fuera por la fuente de procedencia, diría que
porque Pedro Sánchez es un “insensato sin escrúpulos”. Aunque se puede
enunciar en otros términos: porque el líder del PSOE es de los que
piensan que se hable de mí aunque sea mal. Y ha creído que lo de
Venezuela le brindaba una oportunidad para ampliar su espacio electoral
en la perspectiva de que en mayo también se abran las urnas para las
generales. El oportunismo de Sánchez no tiene patria. Primero, y para
quedar como referente simbólico de la sedicente izquierda, magnificó el
peligro de Vox en las elecciones andaluzas, con las consecuencias de
exhibición ecuménica conocidas.
Y ahora, visto que las alianzas
Frankenstein que le auparon al poder ponen un precio inasumible a su
sostenimiento, utiliza la cruzada antimadurista para intentar seducir a
esa franja de votantes de la derecha que añoran el Día de la Raza. El
perejil de todas las simplezas. Porque Unidos Podemos, con sus 71
escaños, quiere o no puede.
Por Rafael Cid
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