sábado, 9 de febrero de 2019

Cuarenta y cuatro años perdidos


Hoy y ahora, 85 años después, el panorama politico español da la sensación de ser un “remake” de lo sucedido en 1933/1934, una nueva versión actualizada y a color de lo que llevó a España a un desastre total, deberíamos preguntarnos seriamente las razones de esta involución.



Corría el mes de marzo de 1933, España era una República y la izquierda política española se impuso la tarea de llevar a la práctica los valores republicanos más esenciales: Libertad, Justicia Social y Solidaridad. Solo hacía dos años que la monarquía había sido desterrada y los terratenientes y el clero veían como día a día mermaban sus ancestrales privilegios, al mismo tiempo y al mismo ritmo que crecían los derechos y expectativas de la clase proletaria, de esos españoles que no disponiendo de medios propios de producción han de vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario. 
 
 
Se creaban escuelas e institutos, el exacerbado analfabetismo que existía en España iniciaba una línea descendente. España dejó de tener una religión oficial (catolicismo), la iglesia perdía privilegios y su influencia adoctrinadora perdía fuerza. El Ejército permanecía en sus cuarteles, expectante.
 
 
 La gran labor de construir un nuevo estado y un proyecto de país moderno y democrático estaba en marcha y, aunque lentamente, el proyecto iba tomando cuerpo de realidad, esperanzando a esas clases proletarias a las que antes me he referido, y lo hacia muy al pesar de la derecha política, una derecha que más que una legitima oposición lo que anhelaba era una completa involución. En ese mes de marzo nacía la Confederación Española de Derechas Autónomas (C.E.D.A), integrada por 19 partidos nacionales, todos de derechas y todos católicos.
 
 
Pero ¿quién o qué era la CEDA y que pretendía?. Ante la reciente aparición de Vox y Ciudadanos (C’s) y la salida del armario del Partido Popular (PP), y sus verdaderos objetivos, puestos día a día de manifiesto, es imposible abstraerse de lo que fue la CEDA, de la gran similitud de ésta con los tres partidos políticos citados. El líder de la CEDA, Gil Robles, bebió de los medios de propaganda política de los nazis, para ello visitó en varias ocasiones la Alemania de Hitler, asistiendo a congresos del partido nazi. Su ideología, la declarada, se basaba en un exacerbado contrarreformismo de signo católico, el antiliberalismo político y el fundamentalismo moral.
 
 
Gil Robles, definía a su partido, a la CEDA, como una organización nacida para proteger a la religión, la familia y la propiedad, con el propósito firme​ de dar a España una verdadera unidad, un nuevo espíritu. Para Gil Robles, y según lo por él declarado, “…la democracia no es un fin sino un medio para la conquista del nuevo Estado. Cuando llegue el momento, ya sea a través del parlamento, la eliminaremos” .
 
 
 En los mítines de la CEDA, organizados al más puro estilo fascista​ de la época, se anunciaba con pasión una marcha sobre Madrid para hacerse con el poder por la fuerza.
 
 
No son pocos los historiadores que han calificado a la CEDA como una organización de inspiración fascista. En el parlamento español nunca dejaron de apoyar abiertamente a los regímenes​ fascistas de Italia y Alemania. Con ese discurso y esos planes, la CEDA, en coalición con varios partidos, entre ellos el monárquico Renovación Española, obtuvo 115 escaños en las elecciones de noviembre de 1933, lo que la convirtió en la primera fuerza política del Parlamento, aunque sin escaños ni apoyos suficientes para formar Gobierno. 
 
 
No pudo formar Gobierno, pero si formar parte del constituido por el radical Lerroux, tres miembros de la CEDA fueron nombrados ministros. Comenzaron las paralizaciones, cuando no anulaciones, de las políticas sociales y económicas emprendidas, el Bienio Negro se adueñó de España.
 
 
  A los pocos meses vino la fracasada huelga revolucionaria de octubre de 1934, y al mismo tiempo, en Barcelona, el Gobierno de la Generalidad de Cataluña presidido por Lluís Companys, de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), proclama el Estado Catalán, también fracasado, y sus líderes acaban en prisión.
 
 
La izquierda tuvo que esperar a febrero de 1936 para desbancar a la derecha del poder, y lo hizo ganando una elecciones generales, una victoria conseguida gracias a la unión de las fuerzas de izquierda en un frente común, en el denominado Frente Popular. La derecha no quiso digerir la derrota e hizo lo que mejor sabe hacer, llevar a cabo un golpe de estado con el apoyo de parte del Ejército y la Iglesia. 
 
 
Lo que vino después, aunque ya todo el mundo lo sepa quiero recordarlo aquí, fue una guerra de tres años seguida de 40 años de dictadura.
 
 
Hoy y ahora, 85 años después, el panorama politico español da la sensación de ser un “remake” de lo sucedido en 1933/1934, una nueva versión actualizada y a color de lo que llevó a España a un desastre total, deberíamos preguntarnos seriamente las razones de esta involución.


Se está produciendo un resurgimiento de la extrema derecha y esta vez no se puede atribuir a la República. 


Ha bastado la caída del Partido Popular, no por sus políticas nefastas e injustas, ha sido simple y llanamente por su extendida e incalculable corrupción, lo mismo le sucedió a la monarquía de Alfonso XIII. Se proclamó la República, y antes de que se pudieran recoger los frutos las ilusiones de millones de españoles fueron cortadas de raíz por el sable de un general de infantería, un sable pagado y afilado por la derecha política.


Hemos perdido 44 años (desde 1975) sin pasar a la acción, situados en una especie de lirismo republicano de salón. La República esta hoy convertida en una especie de museo de lo que pudo ser y no fue. Ha dejado de ser una opción en la calle y en el mundo político. Solo Cataluña la sueña en serio y lucha por ella, mientras tanto, y sin pausa desde 1975, la derecha mancilla y ataca al republicanismo exactamente igual que lo hizo desde 1931 hasta 1975. 


Volvemos al pasado, los que nos acusan de querer quebrar España son los que finalmente la quebrarán, para que vuelva a ser su España, esa especie de cortijo reservado para las élites, el ejército y la iglesia, un lugar usurpado al pueblo donde poder hacer y deshacer a su antojo, sin importarles lo más mínimo los derechos de los proletarios españoles.


Lo peor de todo es que los planes de la derecha se llevarán a cabo con los votos de las clases trabajadoras, por siempre engañadas desde púlpitos y tribunas y hoy desde los medios de comunicación que de forma escandalosamente mayoritaria están en manos de las élites financieras.

 
El próximo domingo se reunirán en la capital de España todos y cada uno de los partidos políticos y asociaciones que conforman la derecha reaccionaria y profascista. En la plaza de Colón de Madrid, a los pies de una bandera de 300 metros cuadrados, veremos a los jefes de C’s, PP, Vox, España 2000, Falange Española de las Jons, Democracia Nacional, Alternativa Española, Hogar Social…, y a sus pies, a los de sus jefes, veremos a miles de españoles vitorear la propuesta de derrocamiento del actual presidente del Gobierno, cueste lo que cueste.


 La bandera de España, la de su España, la de esa España egoísta y rancia que desde siempre ha combatido hasta con las armas a la libertad, a la justicia social y a la igualdad, será su inútil máscara, todos sabemos (que ironía) quién y qué hay detrás de esa bandera.


Desde la muerte del dictador han pasado ya 44 años, y a pesar de ese casi medio siglo transcurrido no hemos sido capaces, no ya de reinstaurar la República, sino de ni tan siquiera conseguir que se haga justicia a los que por su defensa fueron asesinados, (para colmo vemos como en Andalucía la aplicación de la Ley de Memoria Histórica ha quedado en manos de un partido profascista), ni tan siquiera hemos sido capaces de mandar los restos de Franco y su familia a una isla desierta de coordenadas desconocidas, y después dinamitar ese museo de los horrores que es el Valle de los Caídos. 


No hemos sido capaces de nada ello, y como consecuencia de nuestro fracaso el germen del totalitarismo sigue vivo en nuestra sociedad, y reproduciéndose sin que nadie haga nada por impedirlo.


Ante este lúgubre panorama podemos hacer dos cosas, callar y quedarnos en casa en las próximas elecciones (ya lo hemos hecho en Andalucía), o unirnos y llenar las calles y las urnas de votos para los partidos de izquierda, unos partidos, los de la izquierda, donde hay poco que elegir si verdaderamente sabemos distinguir entre los que se autodenominan de izquierda y los que realmente lo son.


Salud y República.








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