Hace
noventa y cinco años, en 1923, una mujer egipcia bajó de un tren en la
estación de El Cairo y, de repente, se arrancó el velo que le cubría la
cara. Muchas de las mujeres presentes en el andén se escandalizaron,
pero, según cuentan algunas crónicas del suceso, unas pocas iniciaron un
tímido aplauso.
Huda Sha’arawi,
considerada como una de las precursoras del feminismo en países de
religión musulmana, tenía cuarenta y cuatro años cuando decidió que
llevar burka o niqab, las dos prendas que continúan ocultando
completamente el rostro y el cuerpo de las mujeres en muchos países
islámicos, era expresión de una tendencia política determinada y no una
exigencia religiosa.
Una simple —y terrible— muestra de discriminación,
producto de una política cultural puesta en pie por hombres que, cuanto
más humillados se sienten, más se empeñan en conservar una parcela de
poder sobre quienes les parecen más débiles, aun por encima del respeto a
los derechos humanos que, en muchas ocasiones, reclaman simultáneamente
para sí mismos.
La rebeldía de Sha’arawi,
como la de otras mujeres que desde los primeros años del siglo pasado
intentaron que la lucha contra el colonialismo abriera también paso a la
reivindicación de sus derechos, debería estar mucho más presente, no
solo entre las propias mujeres musulmanas, sometidas a una nueva oleada
de presión reaccionaria, sino también entre los intelectuales europeos
que se empeñan en defender el uso del burka como si fuera una expresión
de la libertad de elegir y no la prueba de un sometimiento, una pérdida
de dignidad, que no debería consentirse en el espacio público, como no
se consentiría cualquier otra expresión de esclavitud.
Resulta
agotador tener que explicar una y otra vez cuestiones evidentes: las
mujeres, consideradas en su conjunto, son apaleadas, violadas, dejadas
morir e ignoradas por su condición de mujeres en buena parte del mundo
contemporáneo, no solo en el área islámica, sino en Asia, África,
América del Sur e, incluso, en algunas zonas de Europa. El premio Nobel
de Economía Amartya Sen calculó que en el siglo XX
habían «desaparecido» más de cien millones de mujeres, que habían
nacido y que estadísticamente tenían que estar vivas, pero que no lo
están porque han sido asesinadas directamente o dejadas morir.
La
discriminación de género, explica Sen, no es hoy día, como algunos
creen, un problema de diferentes salarios o de techos de cristal,
injusticias que, sin duda, merecen denunciarse, sino una cuestión que
afecta realmente a la vida y muerte de millones de niñas y mujeres
adultas. ¿Cómo es posible que las sociedades contemporáneas sean aún
capaces de una indiferencia tan brutal? ¿Cómo es posible que las
Convenciones de Ginebra hayan legislado desde 1929 sobre la alimentación
y vestimenta que se debe proporcionar a los prisioneros de guerra y que
haya habido que esperar hasta hace pocos años para que las violaciones
masivas de mujeres fueran consideradas también crímenes de guerra?
Sería
bueno que nos preguntáramos sobre cómo está orientada la lucha por los
derechos humanos en el mundo. ¿Se van a marchar las tropas occidentales
de Afganistán sin asegurar el futuro de los centenares de mujeres que,
bajo su protección, aceptaron ser maestras? ¿Sin proteger a los miles de
niñas que comenzaron a asistir a la escuela, no a aprender modestia,
sino a adquirir conocimientos reales? ¿Asistiremos dentro de unos años o
pocos meses a la «desaparición» de esas profesoras, al abandono de esas
niñas y adolescentes, condenadas a no saber nunca que existió Huda Sha’arawi?
Seguramente se volverá a esgrimir la «diferencia cultural», la «libertad de elección» y el «respeto a las creencias religiosas», como si de lo que estuviéramos hablando no fuera de leyes, de un ordenamiento jurídico —sea en Afganistán, sea en cualquier otro país del mundo que quiera ser admitido en la comunidad internacional— que deje claramente establecido que las mujeres tienen derecho a moverse libremente, a acceder a la educación y a la sanidad en igualdad de condiciones que los hombres, y que existe la obligación de llevar ante la justicia a quienes cometan ataques y abusos físicos contra ellas.
Es muy simple y todos sabemos de qué se trata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario