Dejemos de llorar por el
15M. Dejemos de pensar en lo que puedo ser y no fue, porque lo que hoy
amenaza nuestro presente aterra. Dejemos de llorar por la leche
derramada dado que estamos en trance de verter lágrimas de dolor
irreparable.
Múltiples y muy claros síntomas apuntan a un camino que
conduce al fascismo. Con algunos matices diferentes, la versión fascismo
siglo XXI. Y a una creciente campaña para su normalización. Algunos de
sus exponentes están ya en la agenda mediática. Y en los propios medios
incluso.
La ultraderecha actual viene envuelta en modelos de
diseño y una vaciedad de mensajes que se inscribe en lo pueril. Es lo
que cuadra a la sociedad, a una parte de la sociedad, que se ha dejado
formatear a esa misma imagen. El cuñadismo al
poder que podría caer en la tentación de saltarse buena parte de los
procesos imprescindibles en democracia.
Abusar de los atajos, de las fakenews
que al mismo tiempo dicen combatir en un redoble del cinismo. Temibles
sus señalamientos y su irresponsabilidad. Trump es el prototipo, pero no
está solo. El modelo se está expandiendo y brotan esquejes por medio
mundo. En Europa. En España. Sin reparar en la extrema peligrosidad del
fenómeno.
Nuestro país es proclive a esa tendencia. Un artículo de The New York Times se preguntaba hace unos días por qué se están rompiendo tantas democracias
y citaba en la primera frase a España: “Italia, Polonia, Hungría e
incluso España: la democracia europea está en ruinas”. Luego venía un
listado de los habituales.
Una de las razones
fundamentales -explicaban los autores y lo comparto completamente- está
en el poso que dejan las dictaduras. “Más de dos tercios de los países
que han pasado a la democracia desde la Segunda Guerra Mundial lo han
hecho bajo las constituciones escritas por el régimen autoritario
saliente”, dicen.
En esas circunstancias han procurado salvaguardar a
las élites y darles una ventaja en política y en competencia económica.
“Para lograr estos fines incluyen factores como el diseño del sistema
electoral, los nombramientos legislativos, el federalismo, las
inmunidades legales, el papel de los militares en la política y el
diseño del tribunal constitucional”.
En este contexto
y con una severa recesión económica puede ocurrir que “el descontento
ciudadano cristalice en furia e incite a los votantes a expulsar en masa
a los partidos políticos tradicionales”. Y “conducir finalmente a la
desaparición democrática” cuando los actores principales de la política
apelan a la demagogia.
En España, clavan el diagnóstico. Nosotros tenemos viejos y nuevos entusiastas adictos a la demagogia. Además.
El sustrato antidemocrático, impregnado de corrupción, nos lleva a
asistir a hechos espeluznantes que no hubieran sido admitidos hace bien
poco. No en el famoso 11M del 11.
Ahí tenemos vigente y renacido un
Ducado de Franco que se están comiendo todas las élites y que, como
decía nuestro compañero Carlos Hernández, no será tan difícil de
suprimir cuando Felipe VI le quitó a su hermana y a su cuñado el Ducado
de Palma.
Es un conjunto inmenso donde el viejo franquismo y la eterna
ultraderecha sientan sus reales sin el menor pudor. Un sector de la
justicia se muestra tuerta al enjuiciar sus atropellos.
Es un país en donde está a punto de entrar en la cárcel una persona por
cantar. Se juzga a una revista por un chiste. A la mínima –y a causa de
las reformas que votaron y no retiran PP, PSOE y Ciudadanos- cualquier
cosa puede ser considerada terrorismo.
Es un país en el que el bocazas
mayor del reino propone desde los micrófonos bombardear Barcelona,
atentar en Alemania, o descargar una escopeta sobre políticos que le
cae mal, en total impunidad.
Es un país en el que los
líderes de Ciudadanos, Rivera y Arrimadas en cabeza, presionan para
saltarse la voluntad de la mayoría de los catalanes y los propios
mandatos constitucionales y no solo seguir sino intensificar la soga del
artículo 155 en Catalunya. Pedro Sánchez, reunido con Rajoy, se apunta
al tutelaje.
Se ha mostrado dispuesto a activar el 155 con contundencia, si el Govern toma el camino de Torra y a mantener el control de las cuentas públicas de la Generalitat .
Desde el PSOE, Pepe Blanco propone que Rajoy nombre presidenta a Arrimadas (el gran plan del sistema) porque es "lo normal". ¿En serio no chirría todo esto a los demócratas?
Denunciarlo no es apoyar las ideas y los excesos del nuevo presidente
catalán, Quim Torra. O cualquier disyuntiva excluyente entre blanco o
negro. Salvo la que preserva valores fundamentales como la verdad, la
justicia, la democracia. Precisamente los que no admiten medias tintas.
El problema es que la torpeza malintencionada actual no entiende o no
quiere entender que el maniqueísmo se supera al término de la infancia.
Esta puede ser la gran falla de base que nos está conduciendo a un
futuro realmente temible.
Hablamos ya un día de El cuento de la criada ( The Handmaid's Tale),
publicado por la escritora canadiense Margaret Atwood en 1985, y
renacido en 2017 al convertirse en serie de televisión.
En una nueva
introducción, la autora apunta ideas clave: “Como nací en 1939 y mi
conciencia se formó durante la Segunda Guerra mundial, sabía que el
orden establecido puede desvanecerse de la noche a la mañana”. Asegura
que no sirve decir “esto aquí no puede pasar”.
Porque, “en determinadas
circunstancias puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar”.
Cita Atwood los temores que suscitó Trump desde que puso el pie en la
Casa Blanca. Con él se instaló “la percepción de que las libertades
civiles básicas están en peligro junto con muchos de los derechos
conquistados por las mujeres”. Porque “las mujeres y sus descendientes
han sido la piedra de toque de todo régimen represivo de este planeta” a
lo largo de la historia. No ocurre solo en EEUU ni mucho menos. Repasen
la lista de las democracias en ruinas.
Añade la autora de El Cuento de la Criada
que “muchos regímenes totalitarios han recurrido a la ropa -tanto
prohibiendo unas prendas, como obligando a usar otras- para identificar y
controlar a las personas. Así resulta mucho más fácil señalar a los
herejes”. No pienses en amarillo, se podría añadir. Usa rojigualda en
bandas anchas o estrechas.
Ve Margaret Atwood al
alza –también- “la proyección del odio contra muchos grupos”. Muchos.
Los extremistas solo ven odio en el odio ajeno. Y no olvida hablar de la
complicidad con la tiranía de algunos entre las propias víctimas. Los
que aceptan la merma de sus derechos a cambio de una cierta protección.
La democracia, toda tu vida, se puede ir al traste en un momento, en
cualquier momento.
Te pueden matar a sangre fría en una protesta cuando
se abre una cadena de resultados previsibles. Eligen a Trump, un necio,
ególatra y malintencionado. Por sus intereses personales cambia su
embajada a Jerusalén en el polvorín israelí.
El Ejército mata a 49
palestinos. Hiere a más de 2.400. Así, precisamente, triunfaba la
involución en El Cuento de la Criada.
El principal valor de escribirlo ayuda a que no se cumpla, dice Margaret Atwood, quizás para alentar la esperanza. A buscar resortes para salir de ese canal de bordes elevados que nos impide ver el conjunto y el rumbo, desde luego.
En 2011, una gran parte de la sociedad española entendió, tras la
indignación de las plazas del 15M, que no debía votar otra vez al
gobierno del PSOE. No atendió tanto a la segunda parte del enunciado:
tampoco al PP. Y así le dio mayoría absoluta. Manos libres para cuanto
quiso y quiere hacer.
Ahora mucha gente va
comprendiendo que el diluvio de destrozos, insultos y desfachatez del PP
hacen insostenible su gobierno. Y se disponen a solucionarlo –dicen las
encuestas y los medios, dicen, dicen que no sé yo- entregando el poder a
Albert Rivera y sus Ciudadanos.
Cada vez que España tiene un problema
serio, se va más a la derecha. Y a una sociedad más banal, más perdida.
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