sábado, 9 de junio de 2018

El nuevo Gobierno de Albert Sánchez

 

Leo hoy a ciertos columnistas del entorno pesoeísta (me niego a utilizar el término socialista con ese partido) de los medios presuntamente progresistas de este país hacer palmas con las orejas en sus artículos matutinos, y todo a cuenta del ‘espectacular’ nuevo Gobierno de Pedro el magnífico.


 Ese nuevo Gobierno que, por ejemplo, para Elisa Beni en El Diario de Escolar es “de una coherencia y una solvencia manifiesta: feminista, socialista, progresista y europeísta. Sin costurones y sin olor a podredumbre alguna“, o para Rubén Amón en El País todo un dechado de virtudes por, entre otras cuestiones, gustar a Juan Vicente Herrera (PP) y asquear a Quim Torra (PDeCAT), de hecho, para Amón el nuevo equipo “contiene diversas razones para el optimismo y la catarsis: el europeísmo, el escrúpulo socialdemócrata, la cualificación de los cargos, la ortodoxia institucional, la exclusión del hooliganismo revanchista, el predominio de mujeres sin necesidad de explicaciones y las ambiciones explícitas de estabilidad“. 


 Casi nada… Aunque repasando ahora el melífluo y encantado Editorial de ese periódico que hasta ayer consideraba un insensato al nuevo héroe, uno entiende que los gacetilleros del medio procuren en un mortal con tirabuzón hacer ahora la pelota a este resucitado PSOE.


¿Y qué se puede decir ante todo este despliegue de camaradería neoliberal que llega al nuevo Ejecutivo de Sánchez desde presuntos rivales como Ciudadanos o desde parte del PP, o de los parabienes de medios neoliberales como El Español o El Mundo o programas como el de Ana Rosa? 


¿Qué se puede decir cuando saluda con emoción tu nacimiento hasta lo más granado de la oligarquía y del aparato del poder económico?


Ya está todo dicho. Y es que no hace falta ser un experto en política para sin valorar de dónde vienen los apoyos revisar los perfiles profesionales del nuevo equipo y concluir que no desentonarían en cualquier partido de la derecha liberal, e incluso algunos como Borrell o Grande-Marlaska en la ultraderecha más fanática.


Tampoco podemos extrañarnos de que la esperanza en un mínimo cambio o en ver algún gesto por parte del nuevo Gobierno convierta a personas sensatas en auténticas amebas afectadas por una especie de síndrome de Estocolmo político. 


Personas que hoy no quieren ver lo evidente e incluso se molestan si lo expones, pero que dentro de unos meses nos harán partícipes de sus hoy inexistentes advertencias. Y es que es muy difícil gestionar emocionalmente la anomia.


Pero a los que hoy nos intentan hipnotizar con juegos de luces y sonrisas les llegará el momento de dejar de predicar para pasar a dar trigo, y ahí se acabará la magia para los menos obtusos. Y veremos cómo el tan aplaudido gobierno de mujeres (que no feminista) del PSOE (que no socialista) puede ser tan machista y clasista como uno de hombres machistas y clasistas, y cómo algo tan natural como la personal orientación sexual de cada uno deja de ser útil como reclamo, como un valor especial o un antídoto para los defectos.


 Y es que, aunque no haga falta decirlo por obvio, por ejemplo Alice Weidel, la lesbiana líder del ultraderechista y xenófobo partido Alternativa para Alemania no parece tener una sensibilidad y empatía por encima de la media ni tampoco parece existir esa cualidad en Grande-Marlaska, el juez gay que no vio que existiera tortura policial en casos como el de Unai Romano:





Y esto, desde luego –por si alguien se ve tentado a malinterpretarlo– no implica que no haya que seguir reclamando una protección especial para el derecho a sentir y vivir la sexualidad como cada cual quiera (una protección que estamos muy lejos de alcanzar, y que no debiera ser solo punitiva sino también cultural), o que no siga siendo necesaria incluso la discriminación positiva por cuestiones de género hasta que de verdad exista igualdad. 


Pero hay que diferenciar muy bien cuándo se reivindica algo sinceramente y cuándo se quiere aprovechar como un valor añadido el contar desproporcionadamente con ciertos colectivos o causas a modo de propaganda, porque esa sí es la diferencia que determina cuándo un partido es populista.


En cualquier caso pronto vamos a salir de dudas porque el PSOE lo tiene muy fácil para demostrar que algunos nos estamos equivocando y que no todo es imagen. Tan fácil como derogar la reforma laboral, la ley mordaza, la Lomce, la ‘ley Montoro’ (y eso porque por números la derogación del 135 la tiene imposible de momento), subir el SMI y las pensiones para reducir de paso la brecha salarial (que eso sí es feminista, y no feminismo pop), la regulación del sector energético, bajar los impuestos directos a las rentas medias y bajas, bajar el IVA de los bienes básicos, etc., etc. 


Y todo eso lo puede hacer desde… ¡ya!


Por desgracia no asistiremos más que a cuatro medidas cosméticas al toque de fanfarrias, y eso si tenemos suerte y no empeoran lo existente. Y también por desgracia no me tendré que comer mis palabras (algo que haría encantado). 


Y pese a todo, aunque no tenga mucho sentido, no puedo dejar de sonreír cada vez que recuerdo las caras de los peperos en la moción de censura y de entristecerme cuando leo a alguna gente ilusionada con esta burda farsa que podía haber sido otra cosa.






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