El ridículo del magistrado Pablo Llarena ante los tribunales belgas, que
rechazan por una cuestión formal la extradición de los tres líderes
soberanistas catalanes refugiados en Bruselas, y el imperativo de
Rivera en su reunión de ayer con Rajoy, demandando todo un 155
indefinido, reavivan en sectores de la sociedad española los viejos
mantras utilizados por el franquismo: la famosa leyenda negra contra
España, que viene muy bien para tapar la gran chapuza del Tribunal
Supremo, y un estado de excepción de facto en las cuatro provincias
traidoras catalanas, tal como fueron denominadas oficialmente, junto a
dos de las vascas, por la dictadura hasta 1959.
España es diferente. Aquel eslogan de Fraga Iribarne resuena de nuevo
hoy sobre nuestro Estado de Derecho. La Unión Europea no entiende a la
justicia española. Hace semanas en Berlín, ayer en Bruselas, mañana en
Edimburgo y pasado mañana en Zurich. En realidad lo que no acaba de
comprender es por qué un problema político, la cuestión catalana, no se
resuelva políticamente, siguiendo, sin ir más lejos, la actuación
democrática del gobierno conservador de Cameron con Escocia. Que el
magistrado Llarena ha metido la pata es una certeza, y no la fantasía
de que los belgas ocultan intenciones aviesas, vendettas históricas por
las fechorías de los Tercios del Duque de Alba. Lo cierto es que el
regalo político a los soberanistas catalanes es inmenso, justo cuando
los desafortunados tuits y artículos del presidente Torrá más daño
hacen a la Generalitat.
Rivera no acudió a la Moncloa para reflexionar sobre una política de
Estado sobre Cataluña, lo hizo con una única intención, desahuciar a
Rajoy de la Moncloa. Si antes y durante el 155 rentabilizó el choque de
trenes nacionalistas, no va a ser ahora cuando acepte suprimirlo y
facilitar así el compromiso político que el PP ha firmado con el PNV
para no acortar la legislatura. Para el líder de Ciudadanos cualquier
intento serio de encauzar políticamente Cataluña, como la próxima
reunión de Quim Torra con Rajoy, supone la rendición del Estado o el
pacto traidor con los rebeldes catalanes.
Por lo tanto, más leña al mono
catalán para que hable castellano. El sueño de Rivera: un 155 ampliado e
indefinido que suspenda las urnas catalanas sine die.
El programa de Ciudadanos, más bien habría que decir de la FAES, porque
los derechos de propiedad intelectual le pertenecen al ex presidente
Aznar, se basa en que siempre ven una ruptura en todo proceso de
descentralización; justo antes de que se rompa España, argumentan , es
preferible que se rompa Cataluña, Euskadi o Navarra. Lanzar a los
catalanes, vascos y navarros que se sienten españoles contra los
catalanes, vascos y navarros que solo se sienten de su tierra. El mismo
objetivo que intentaron conseguir los llamados siete magníficos de Fraga
durante la transición política y el teniente general Armada en el
supuesto golpe de Estado del 23F de 1981. O, más concretamente, la
España plurinacional convertida en provincias traidoras.
Pedro Sánchez ha dado la clave cuando señala que Rivera se ha
aznarizado. Ciudadanos no es más que el PP que el aznarismo quiso
recuperar, en el congreso de Valencia del 2008 de la mano de la condesa
Aguirre, sin conseguirlo por la irrupción de Rajoy. Hay que saludar las
palabras del líder socialista porque, finalmente, hay alguien desde la
izquierda que señala el código genético de esta derecha
preconstitucional que se lanza al cuello de la derecha constitucional
del PP. Sería de desear que los sectores prosocialistas de Podemos, que
defienden el pacto con Ciudadanos, como ya lo hicieron en febrero de
2016, enmienden la plana y comiencen a ver a Rivera como lo que es, un
aventurero político.
Frente al nacionalismo español preconstitucional de Rivera, existe un
nacionalismo español democrático de larga trayectoria histórica en la I y
II República, en la intensa lucha antifranquista y durante los primeros
años de la transición política. Sólo desde su potenciación, únicamente
posible si tanto el PSOE como Podemos superan su actual amnesia, cabe la
posibilidad de enraonar, entrar en razón, por decirlo a la manera
catalana, el desafío político del soberanismo. Desde una España
constitucional es posible encauzar los derechos de todos los catalanes
sean cuales sean sus identidades nacionales. Desde la prédica
Josesantoniana de Rivera que vuelve a agitar la leyenda negra, para
tapar la incompetencia de Llarena, y a las provincias traidoras, para no
afrontar la realidad plurinacional, ni Cataluña ni España tienen
remedio. En esta negra hipótesis, que Dios nos coja confesados. Sobre
todo a nuestros hijos y nuestros nietos.
Fernando López Agudín, en Público
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